"El objetivo del periodismo no es el bien común sino contar cómo son las cosas"

"El objetivo del periodismo no es el bien común sino contar cómo son las cosas"

Conversación en Buenos Aires con el reconocido periodista español, después de su visita a nuestra provincia y antes de que volara a Bogotá. "En ningún lugar del mundo me han tratado tan cálidamente como en Tucumán y en LA GACETA", dijo en una conferencia ofrecida en la Universidad Católica Argentina, horas antes de esta entrevista. Aquí habla sobre la relación de los periodistas con la verdad, la política y el poder. Analiza, además, la compleja situación de Israel, uno de los países que más conoce.

LA GACETA / FOTO DE JUAN PABLO SANCHEZ NOLI LA GACETA / FOTO DE JUAN PABLO SANCHEZ NOLI
16 Septiembre 2012
¿Los periodistas deben decir toda la verdad, todo el tiempo y a todo el mundo?

- Excelente pregunta. La obligación no existe pero los periodistas pueden hacerlo, incluso si eso provoca cataclismos a su alrededor, porque el objetivo del periodismo no es el bien común sino contar cómo son las cosas. Pero, claro, el periodista puede juzgar los efectos que tendrán sus palabras y decidir qué decir y qué callar. Me enfrenté con ese dilema en más de una oportunidad. En El periódico de Catalunya publicamos en tapa el caso de un chico joven, sin antecedentes penales, que había asesinado a otro. Al día siguiente vino la madre del autor del crimen para decirme que le habíamos arruinado la vida. Es un ejemplo del daño que podemos hacer cuando publicamos la verdad.

- Jesús Ceberio, ex director de El País, dice que el gran error de su carrera fue publicar en tapa del diario "Matanza de la ETA en Madrid", el 11 de marzo de 2004, después de una charla con el presidente Aznar y horas antes de que se supiera que los autores de los atentados de Atocha eran terroristas islámicos. ¿Fue un gran error?

- Fue un error fáctico, sin duda, pero no un error moral. En la mañana de ese día, el jefe del gobierno vasco -que, excepto los miembros de ETA, era el más interesado en que no fuera responsable- dijo que los atentados los había cometido ETA. No había, entonces, razón para no creerlo. Sacamos la edición con ese título y horas más tarde nos enteramos que nos habíamos equivocado. Pero eso le hubiese pasado a cualquiera de nosotros.

- En la Argentina, el llamado periodismo militante coincide con el independiente en que el periodismo debe fiscalizar al poder pero se diferencia al afirmar que el verdadero poder no es el político sino el económico. ¿Qué opina sobre esa idea?

- En estados poco estructurados el poder privado puede ser muy importante y siempre defiende sus intereses. En Europa, aunque la situación ha empeorado, hay organismos intermedios en la sociedad que no permiten grandes abusos del poder gubernamental o privado. A los periodistas los defienden sus lectores. Claro que esa defensa puede no ser efectiva cuando los organismos intermedios son muy débiles o no existen. Yo defiendo la libertad de expresión antes que a la justicia. En primer lugar, porque no sé dónde reina la justicia. La libertad de expresión es algo más claro. Es fácil de percibir qué grado de libertad hay en un país.

- Usted afirma que los medios deben tomar cierta distancia de su agenda tradicional, "atender menos las cosas de la política y más la política de las cosas".

- Debemos ampliar el angular. Eso no significa que la política deba dejar de tener un lugar relevante sino que no debe ser excluyente. La política y la cultura siguen siendo las grandes cuestiones de los diarios tradicionales. Lo que se debe evitar es que la política deje de lado a temas que les interesan a lectores no tan politizados. Los periodistas hablamos todo el tiempo con personas muy politizadas y eso nos puede hacer pensar que al resto de la gente le interesa y conoce los mismos temas. No hay que tomarles el pelo a los lectores. Debemos ingeniárnoslas para ofrecerles cuestiones útiles: consultorios médicos, jurídicos, de padres e hijos, de maridos y esposas, etcétera. Atender lo que está más allá del coto cerrado de la política. La prensa latina debe observar lo que hace el periodismo germánico, que es mucho más empírico, más cercano a la realidad.

- En su conferencia en Tucumán diferenció la comunicación de la información. Eso se conecta con lo que desarrolla Ignacio Ramonet en La tiranía de la comunicación, libro en el que afirma que la multiplicación de las noticias termina sepultando a la información.

- Sí, es cierto. La comunicación abarca lo que se habla puerta a puerta, una charla de un empleado de tienda con un cliente, lo que le transmite un bombero a otro. La información está vinculada a la labor de los periodistas, a la intermediación entre los ciudadanos y lo que ocurre. Y esa intermediación está ligada a la credibilidad que se han ganado los medios a través del tiempo. La credibilidad que pueden tener los contenidos de Facebook, por ejemplo, es infinitamente menor.

- Usted es uno de los periodistas que mejor conoce América latina. ¿Qué tienen en común los latinoamericanos?

- España. ¿Qué tiene que ver Buenos Aires con Tegucigalpa? No hay un español peninsular y un bloque de español latinoamericano; hay una constelación. En Bogotá la pronunciación del español es más parecida a la de Burgos que a la de Caracas, que está al lado. En un artículo que escribí en la revista Cambio, decía que eso de pronunciar las "d" al final de las palabras, al cabo de un tiempo debía afectar el cerebro. En Bogotá y en Burgos las pronuncian. Pero no el resto de los españoles.

- Conoce a fondo el conflicto de Medio Oriente y ha entrevistado a buena parte de los líderes de la región. ¿Qué perspectivas tiene el conflicto árabe-israelí?

- En los años 90, el director de Haaretz, el diario más importante de Israel, decía que en 30 años debería derogarse la ley del retorno. Esa ley, pilar central para el Estado de Israel, dice que cualquier hijo de madre judía del mundo puede presentarse en las fronteras del Estado y tendrá muchas facilidades laborales y de vivienda para instalarse. Es patentemente injusto que un judío australiano, descendiente de varias generaciones que nunca han pisado el Estado de Israel, tenga más derechos que un palestino que ha sido expulsado hace pocos años. Claro que la derogación de esa ley llevaría, después de algunas décadas, a que Israel dejara de ser un estado predominantemente judío o a su transformación en un estado binacional. Esas ideas perdieron fuerza con el bloqueo israelí a las negociaciones y la multiplicación de los atentados palestinos contra civiles. Hoy nadie habla de esa posibilidad esbozada en los 90. En el mejor de los casos, Israel se retirará de algunas zonas del territorio que ocupa actualmente, dejando allí un estado palestino inviable, condicionado, prisionero. Hay muchos factores que han alejado las soluciones razonables. Uno es el terrorismo palestino y otro es Ahmadinejad, el presidente iraní, que parece un agente secreto israelí. Alguien que preconiza la desaparición de Israel es el mejor aliado posible para quienes no quieren una salida armónica del conflicto.

- Si Irán continúa avanzando con su desarrollo nuclear, ¿es inevitable un bombardeo israelí?

- Tengo mis dudas. Si hay un raid aéreo israelí, probablemente caerían miles de misiles sobre Israel. Con las armas en la mano gana Israel, pero sería un escándalo mundial y habría gravísimos daños para los israelíes. Volviendo a la pregunta anterior, creo que el fin del conflicto puede provenir de la democratización del mundo árabe. Ese mundo árabe democrático tendría una fuerza internacional muy grande y apoyaría la causa palestina. Muchos israelíes creen que cualquier eventual acuerdo sería desconocido inmediatamente después de firmado y que lo único que garantiza su seguridad es su superioridad militar y el apoyo de Estados Unidos. Hoy no hay solución posible porque el gobierno israelí no quiere negociar y la Autoridad palestina no tiene plena representatividad, porque hay grupos como el Hamas que actúan independientemente.

© LA GACETA


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