Lola Mora, una existencia de gloria y drama

Lola Mora, una existencia de gloria y drama

Hace 75 años, ya totalmente olvidada, se apagó en Buenos Aires la vida de la célebre escultora tucumana

LOLA MORA. Autorretrato en mármol de Carrara que la escultora obsequió al doctor Alberto de Soldati, y que hoy está en poder de sus nietos. LOLA MORA. Autorretrato en mármol de Carrara que la escultora obsequió al doctor Alberto de Soldati, y que hoy está en poder de sus nietos.
La partida de bautismo de la iglesia de Trancas informa que Lola Mora nació el 22 de abril de 1867. Algunos sostienen que era salteña, pero en su acta de matrimonio se declarará oriunda de Tucumán, ciudad donde vivía con sus padres, Romualdo Mora y Regina Vega, y sus seis hermanos. Estudió en el efímero Colegio Sarmiento y la inició en el arte el pintor Santiago Falcucci. Debutó en 1894, exponiendo una veintena de retratos a la carbonilla de los gobernadores de Tucumán desde 1853. La Legislatura la recompensó por esa tarea, y ella donó el conjunto a Tucumán: "mi provincia", dice su nota.
En 1896 el Congreso Nacional la becó para estudiar arte en Europa. En Roma tuvo maestros destacados: el pintor Francesco Paolo Michetti y los escultores Constantino Barbella y Giulio Monteverde. Se decidió por la escultura de monumentos. En 1900 volvió al país. Le encargaron la Fuente de las Nereidas, para Buenos Aires, y el monumento a Alberdi, para Tucumán. Inaugurada la Fuente con gran eco en 1903, la contrataron para esculpir las figuras que decorarían el Palacio del Congreso. Y para su provincia, modelaría los relieves de la Casa Histórica y la estatua de La Libertad.
En 1904, en Tucumán, dirigió la colocación de estas dos últimas y del Alberdi, que se descubrieron en septiembre. Regresó a Roma y en 1906, de vuelta, armó su taller en el Palacio del Congreso: allí conoció a Luis Hernández Otero, quince años menor, con quien se casó en 1909. Entre otros encargos importantes de esa época, estuvieron el monumento a Nicolás Avellaneda, en la ciudad bonaerense de ese nombre, y el monumento a La Bandera, en Rosario.
El Avellaneda se inauguró en 1913, pero no así el de La Bandera: rodeado de conflictos, sus piezas quedaron encajonadas ocho años, nunca se lo armó y finalmente la obra fue confiada a otros artistas. Entretanto, en el Congreso se inició un movimiento en contra de la calidad artística de Lola Mora. Ya no estaban sus amigos para defenderla. Sus esculturas fueron vituperadas, retiradas del Palacio y repartidas entre otras provincias. También se sacó la Fuente de las Nereidas del centro y se la arrumbó en la Costanera Sur.
Pero no la amilanaron eso, ni el fracaso de su matrimonio, ni la venta de la suntuosa residencia de Roma. Mirando para adelante, intentó primero el cine y luego, entre otras cosas, la búsqueda de petróleo en Salta. El trajín arruinó su salud y se llevó lo que quedaba de su fortuna. Regresó a Buenos Aires envejecida y enferma, a vivir con los sobrinos. Allí murió, el 7 de junio de 1936.
Con Celia Terán, publicamos en 1997 "Lola Mora. Una biografía", que tuvo tres ediciones. Comparto hasta hoy el resultado de aquella laboriosa investigación. En lo artístico, fue una de las grandes escultoras monumentales del país, en la época en que vivió. Su Fuente de las Nereidas, su Alberdi o su Avellaneda, no hubieran desentonado en cualquier plaza de Europa.
Es cierto que "no animó revoluciones ni caminos de ruptura en el arte; pero toda su producción está cargada de un impulso creativo y de una calidad estética tan válida, a la hora del deleite, como esos saltos al vacío, fecundos y catárticos, de los vanguardistas", escribimos.
En cuanto a su vida, asombra la lucidez con que se fijó objetivos claros desde jovencita y la estrategia que armó para cumplirlos. No quiso quedarse en la provincia a pintar naturalezas muertas. Apuntó a Europa y tuvo una enorme suerte. Logró ser discípula de maestros y caerle bien al gran mundo: a los dos años de llegar, mencionaban su nombre a cada rato los diarios de Roma.
En la Argentina, cultivó la amistad de personas importantes -Mitre y  Roca, para citar a dos- y esto sería clave en la especialidad a la que se dedicó: era escultora de monumentos, y a estos sólo los encarga el Estado. Desplegó un inspirado manejo de las relaciones públicas y compuso cuidadosamente su personaje. En el taller lucía el atuendo norteño argentino, que incluía las asombrosas bombachas de campo. Supo rodearse de misterio y de pompa: su palacete de Via Dogali era visitado por la reina de Italia y por personajes de renombre. Mimada por los dirigentes de la Era Conservadora, la clausura de ésta cerró también sus años de suerte. Todo se le volvería en contra. Los colegas, los  críticos, el mundo de las señoras, como siempre los había ignorado pasarían su factura. Nunca la tentó la bohemia y cuidó con celo su vida privada. Sin duda, la obra artística de Lola Mora es admirable. Pero también lo es la energía con que luchó para ganar su lugar en un mundo que manejaban exclusivamente los hombres.

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