El nada centenario Cioran

El nada centenario Cioran

Crítico de la cultura de decadencia, moralista desilusionado, anarquista por despecho. A un siglo de su nacimiento, los temas del filósofo rumano mantienen su vigencia. El autor de Breviario de podredumbre criticaba a las "grandes sociedades" y creía que la idea del suicidio ayudaba a tolerar y potenciar la vida.

24 Abril 2011
Por Abel Posse
Para LA GACETA - BUENOS AIRES

En estos días Emile Cioran habría cumplido sus cien años, pero su obra vive y lo sobrevive. Hay dos fuerzas en ese espíritu: su honestidad provocativa y una estética expresiva, fragmentaria, de quien se atiene a los momentos más verdaderos de su tarea de pensar, más que a sistematizarla con rigor académico o formal.
Su atracción se centra en no querer seguir pensando al hombre como la especie elegida y en creer que su destino es considerarse importante en el orden cósmico.
Cioran fue un irreverente sosegado. Nos tratamos en su imprescindible París durante unas dos décadas, hasta su muerte, en 1995. Una amistad de caminatas por Saint Germain y de comidas en pequeños restaurantes donde se pudiese hablar.
Cioran era un hombre menudo, notablemente ágil para su edad. Estaba vestido con un chambergo y un abrigo de tweed. No usaba corbata sino un pulóver fino de cuello alto. Atribuía su buen estado físico a vivir en un sexto piso sin ascensor. "Nada mejor para el corazón."
Poco antes de nuestro primer encuentro, la revista Paris-Match fotografió por primera vez su departamento: en realidad un serie de bohardillas o cuartos de servicio que Cioran fui uniendo a medida que salía, en la última década, de su economía de urgencia. Seguramente  quiso ser fiel a ese hábitat de sus tiempos de penuria, cuando era un escritor exilado, desconocido y para colmo intransigente. Al comentarle el artículo de la mencionada revista y otro, a doble página, aparecido en Liberation, el diario de mayor influencia cultural en la actualidad francesa, se limitó a comentar sarcásticamente: "Paris-Match c'est la Gloire!"

Los comienzos

Llegó a Paris en 1937 desde su Rumania natal (Transilvania). Viajó con una beca, como joven laureado, por causa de un libro fervorosamente anticristiano. Me comentó que su obra fue causa de oprobio y preocupación para su familia (¡su padre era sacerdote ortodoxo!).
1937 era el año de los procesos de Moscú y del auge del nazi-fascismo. Europa ardía. El joven Cioran decidió quedarse en Paris. A partir de la guerra su mundo quedó convulsionado como el de tantos otros exilados europeos: Ionesco, Mircea Eliade, Paul Celan, personas con las que Cioran mantuvo sólida amistad en años particularmente duros. Hombres de extraordinario refinamiento cultural que vivieron al margen del incendio. No precisamente expatriados sino peor: con una patria inaccesible para sus preocupaciones creadoras.
"No tenía un centavo, nada", decía. "Ahora puedo permitirme rechazar la invitación a esos estúpidos cócteles que entonces eran para mi la forma de comer y beber gratis." Como Ionesco, Eliade, Nabokov y tantos otros, tuvo que mudar de lengua. Laboriosamente empezó a expresarse en francés hasta adquirir una maestría que mereció el elogio unánime (Saint-John Perse lo saludó como la pluma más pura desde los tiempos de Bossuet).
En una entrevista le dije: "A usted lo consideran un pesimista, un maudit del gremio filosófico." Retrucó Cioran: "Obligar a la filosofía al optimismo es una descarada hipocresía."
Algunos de sus títulos: La tentación de existir, Breviario de podredumbre, La caída en el tiempo, Del inconveniente de haber nacido, El aciago demiurgo... Algunas de sus afirmaciones: "En su mayor intimidad, el hombre aspira a alcanzar la condición que tenía antes de la conciencia". "El rechazo del nacimiento, de nacer, no es otra cosa que la nostalgia de ese tiempo antes del tiempo." Podría ser una forma inesperada de la mística del retorno?
La nostalgia es una clave de la obra de Cioran, casi toda su meditación se vuelve nostálgica desde que parte de la convicción de que por primera vez en la historia el hombre siente que su futuro peligra, que la especie se puede quedar sin mundo y sin futuro. Esa conciencia de "cataclismo universal" tal vez explique la actualidad y extensión que ha cobrado su pensamiento. Para Cioran es el hombre, ser eminentemente perverso, el causante de nuestra terrible situación: desastre ecológico, armamento nuclear, subcultura universalizada. Somos los protagonistas de la desilusión de una idea de progreso que desembocó en la arrogancia y los actuales resultados, las "grandes sociedades" que hemos construido no son más que infiernos abominables. No sabemos cómo desembarazarnos de nuestros brillantes progresos. Ni los dioses que hemos inventado son ya capaces de frenarnos: los hemos matado para estar más cómodos en la hora de un suicidio universal.

La tentación de no existir

Cioran protestaba contra quienes lo acusaban de decadente y de apologeta del suicidio. Comentaba que un renombrado crítico de Die Welt reiteró una acusación en este sentido. Al respecto puntualizó: "Mi mejor fórmula acerca del suicidio es afirmar que sin la idea de su posibilidad yo me habría eliminado desde muy temprano. Gracias a su idea puedo tolerar cualquier cosa. Y creo que esta frase es la única positiva que he dicho en mi vida... ¡Porque podría matarme para matar el sufrimiento, es que seguí viviendo!" Cioran jamás recomendó el suicidio, simplemente se esforzó por comprenderlo y tolerarlo, oponiéndose a la corriente judeocristiana que tiende a su condena automática y a su inclusión en el catálogo de delitos y pecados. Tiene una idea y un sentimiento paganos acerca del suicidio. En varios pasajes de su obra comenta la posición de los griegos y romanos en relación a este tema. Ser dueño de su propia muerte puede ser no una derrota (menos un atentado contra el orden social) sino una potenciación de la posibilidad humana. Esta idea surge con nitidez en su ensayo Encuentros con el suicidio (en El aciago demiurgo). Allí escribió: "Matarse es, de hecho, rivalizar con la muerte". "Los idiotas no se matan nunca". "Hay que estar ávido de absoluto para afrontar el suicidio". Para Cioran es una extinción, casi en un sentido búdico, similar a la del místico que busca disolverse en el Todo. "Si este mundo emanase de un dios honorable, matarse sería una audacia, una provocación sin nombre. Pero como hay todos los motivos para pensar que se trata de la obra de un infra-dios (el mal demiurgo), no ve uno por qué tendría que preocuparse. ¿Con quién tener miramientos?" (Cioran fue de la raza de pensadores que se mueven en el marco de una rebeldía ligada siempre a una tradición religiosa. Parecen decir: "Si Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, entonces sería indispensable acabar cuanto antes con ese dios.")
Precisamente es por estas contradicciones, por estas nostalgias sin respuesta, por ese anarquismo nacido de la desilusión, que Cioran es un poco el espejo de la sinceridad de nuestro tiempo. Se lo lee fuera de las universidades y de los proyectos públicos. Exige una lectura personal, privadísima, como de cómplices que se confiesan. Protesta contra los dioses anémicos de nuestro judeocristianismo pero en toda su obra campea una genuina nostalgia religiosa, de místico inconfesado que no se conforma con los reflejos desteñidos de las deidades de nuestro tiempo.
Crítico de la cultura de decadencia. Moralista desilusionado. Anarquista por despecho. Sin embargo su creación nace de la lucidez de quien se replantea con toda crudeza y a partir del caos los temas de la política, la filosofía y la religión. Como Descartes en el comienzo de su meditación, como Nietzsche, es un privadísimo refundador que se mueve entre los caóticos escombros de valores muertos.
Aprendió durante muchos años la amarga libertad de apátrida y del marginado y no estaba dispuesto a perderla. Tal vez por esta convicción era que, cuando Fernando Savater (su traductor y difusor en español) le pidió una colaboración para un homenaje a Borges, Cioran -en una carta memorable que ingresó en sus Ensayos de admiración- se niega alegando que "¿Para que elogiarlo cuando ya las universidades lo hacen? La desgracia de ser reconocido se abatió sobre Borges? Mereció mejor suerte. Mereció haber permanecido en la sombra, en lo imperceptible, ser tan inapresable e impopular como el matiz? Ahora todos repetirán su apellido con tal de no leerlo. (Que es lo que más o menos pasa, incluso en argentina).
Se podría perfectamente aplicar a Cioran lo que él escribió de Beckett: Todo verdadero escritor es un destructor que sin embargo "agrega" a la existencia, que enriquece, socavándola.
Los cien años que hubiese cumplido en estos días no se notan en sus libros plenos de talento y arte expresivo. Sus temas, en este momento grave del mundo, siguen vivos y nos obligan a una superación que está más allá de esta des-espiritualización de la cultura occidental.
© LA GACETA

Abel Posse - Novelista, ensayista y diplomático. 
Ganador del premio Rómulo Gallegos, la máxima 
distinción literaria de América latina.

Fragmento de Silogismos de la amargura

Formados en la escuela de los veleidosos, idólatras del fragmento y del estigma, pertenecemos a un tiempo clínico en que únicamente nos importan los casos. Sólo nos interesa lo que un escritor se ha callado, lo que hubiera podido decir, sus profundidades mudas.
Magia del artista irrealizado?, de un vencido que desaprovecha sus decepciones, que no sabe hacerlas fructificar.

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