El paisaje compensa la dura vida en alta montaña

El paisaje compensa la dura vida en alta montaña

Sin un transporte regular que llegue hasta el lugar, los pobladores viajan "a dedo" y se aferran a la buena voluntad de los que visitan la zona. La escuela se convierte en el centro cívico. Los médicos llegan hasta el CAPS a caballo. Temen que suban "los males de la ciudad"

ACONTECIMIENTO  RELIGIOSO. En la escuela N° 215 unos 35 chicos recibieron el sacramento de la primera comunión, en compañía de sus familiares. LA GACETA / JULIO MARENGO ACONTECIMIENTO RELIGIOSO. En la escuela N° 215 unos 35 chicos recibieron el sacramento de la primera comunión, en compañía de sus familiares. LA GACETA / JULIO MARENGO
28 Noviembre 2010
"Somos tres nada más: la chiquita, la beba y yo", dijo la mujer poniendo cara de perrito mojado. Desde adentro de la camioneta, el conductor la miró firme, volteó la cabeza hacia atrás y comprobó que entre bolsos y pasajeros el viaje se iba a hacer un poco incómodo. "Siempre hay lugar para uno más, suba y ya vemos cómo nos acomodamos", expresó el hombre, que habitualmente, por una cuestión laboral, se trasladaba hasta Anfama, en las sierras del Aconquija. Con la beba en brazos y con la ayuda de uno de los pasajeros del rodado, Elvira Aguilera cargó en la caja las dos bolsitas que traía y se sentó, un poco apretada, en la cabina.

A unos 29 kilómetros cuesta arriba de Raco había fiesta. Los preparativos habían empezado un mes atrás y ahora unos 35 chicos estaban listos para recibir su primera comunión en la Escuela Nº 215 de Anfama, uno de los parajes más bellos de la alta montaña tucumana. El acontecimiento religioso reunía, esta vez, a las 50 familias que se desparraman por la perpetua calma del poblado.

Arriba de la camioneta, el trayecto de piedras y barrancos transcurre entre charlas, risas y recuerdos. Elvira habla permanentemente de un antes y un después: "antes del camino teníamos que subir y bajar a caballo. Si el río tenía ganas eran seis horas, pero podíamos demorar mucho más. Después, quedábamos aislados durante meses por la crecida. Lo normal era comprar todo lo que haga falta para pasar el verano y no tener que bajar", recuerda.

Cuando la mujer de 35 años habla de un antes y un después se refiere al reacondicionamiento que hizo la Universidad Nacional de Tucumán (UNT) el año pasado en el viejo sendero abierto hace 60 años para construir el acueducto que hay en la zona. Según Elvira, a pesar de resolver en buena parte el problema del aislamiento, porque ahora se puede llegar en vehículos hasta arriba, algunos de sus vecinos no están tan contentos con la obra: temen que por el camino suban "los males de la ciudad". Saben que es duro vivir en la alta montaña, pero encuentran su compensación lejos del estrés y rodeados de un paisaje inigualable.

Una utopía

La llegada de la camioneta a la escuela distrajo por un momento a los chicos, que estaban de punta en blanco y atentos a las palabras del religioso que oficiaba la misa. En la primera fila estaba Paola, la mayor de los seis hijos de Elvira. "Estaba rogando que pasen ustedes, si no, no podría haber venido a verla", había confesado unos minutos atrás la mamá. El transporte regular es todavía una utopía en Anfama: por el momento, sólo les queda esperar la buena voluntad de algún aventurero que vaya por esos lares o de los ingenieros que desde el año pasado suben y bajan hasta tres veces por semana. "Cuando terminen la obra no sé qué vamos a hacer", confiesa Elvira.

Además de la escuela, que suele ser el centro cívico del pueblo cuando llegan las fechas patrias, en Anfama hay un CAPS atendido por médicos del Siprosa que desembarcan allí cada 15 días. En realidad, desensillan allí miércoles de por medio. Don Desiderio Masa es el encargado de que eso suceda. "Llevo y traigo a los médicos de Anfama, San José de Chasquivil y Mala Mala. Les llevo el caballo hasta abajo y los acompaño en el camino", cuenta el baquiano. En otras épocas, Desiderio trabajó en el extinto ingenio San Pablo, primero en los surcos y después en la fábrica. Hoy, la mayoría de los pobladores crían animales, venden verduras y fabrican artesanías. "Gracias a Dios, en Anfama no falta qué comer, pero sí se necesitan puestos de trabajo estables y que nos hagan aportes, porque más adelante quién sabe lo qué vamos a hacer", dice su compañera, Teresa, mirando lejos la belleza incomparable de las montañas que la rodean.

La fiesta en la escuela ya terminó. Después de la pizza, las empanadas y la torta de comunión, como en un día normal, los chicos formaron y repitieron la oración a la bandera con una solemnidad sorprendente. Correteando por el interminable patio verde que rodea la escuela, empezaron a reclamar los globos blancos y amarillos que adornaban la entrada. Saludaron a los maestros y subieron a los caballos que esperaban desde el amanecer en la puerta del establecimiento. Si los paneles solares cargaron lo suficiente las baterías, en su casa podrán ver un rato Canal 10 antes de ir a acostarse. No pueden dormirse tarde. Para muchos el día empieza a las 5 de la mañana, cuando vuelven a subir al caballo para estar a las 8.30 en clase.

Elvira también se está volviendo a casa, feliz de haber llegado a tiempo para acompañar a su hija en el acontecimiento importante. En algún momento volverá a su casa en El Siambón para atender al resto de su familia, dividida entre los dos lugares. "¿Cuándo vuelvo? Ni idea, cuando encuentre en qué bajar", se despide con una sonrisa.

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