La utilidad del arte
El episodio vergonzoso del jueves se inscribe en el conflicto de los artistas por los fondos para la actividad. Por Roberto Delgado - Prosecretario de Redacción.
La dicotomía entre el valor estético y el valor utilidad del arte aparece cada vez que hay reclamos de los artistas por el apoyo estatal a su actividad. Esa dicotomía, expresada en la idea de Oscar Wilde de que el arte es absolutamente inútil (porque expresa ideas, sentimientos, reflexiones personales y comunitarias que no se pueden valorar con el vil dinero) es el argumento de los funcionarios, muy a menudo, para esquivar su responsabilidad a la hora de repartir las partidas. Y siempre, cuando se dan circunstancias críticas, aparece la dicotomía: ¿comida o cultura? ¿Alpargatas o libros? No se lo preguntemos a los artistas; tendremos una sola respuesta. Pero los funcionarios no tendrán reparos en contestar pragmáticamente: pondrán en escena la necesidad y la urgencia por encima de la estética.
La terrible escena de la pintada discriminatoria contra el secretario de Cultura, Mauricio Guzman, el jueves pasado, en las veredas del Ente Cultural, ha sido un punto dramático en el debate que los artistas mantienen con el funcionario. Dramático, porque una de las personas que participaban en la protesta cometió el peor de los pecados de un artista: discriminar (dibujó una cruz svástica). Precisamente los artistas, que son siempre la visión distinta, la que se aparta de la norma, la del que se anima a imaginar y a soñar para sí y para los demás, dejan que entre sus integrantes haya alguien que tiene un enanito fascista adentro. Un enanito que lo primero que perseguiría, de tener oportunidad, sería a los artistas, precisamente.
El actor Juan Tríbulo, muy enojado, mencionó el episodio como "la chifladura de algún torpe integrante de la Comisión de Teatro Independiente" que "anula nuestra lucha y nos compromete a todos con un hecho que repudiamos, como el asesinato de seis millones de personas".
Pensar lo que viene
Anoche, la asamblea de los artistas proyectaba una especie de retractación, tras la vergüenza que generó este episodio. Y, sobre todo, después del repudio de la DAIA a las pintadas xenófobas y antisemitas. La entidad judía calificó de intolerantes a quienes hicieron esas pintadas. Los artistas tendrán que pensar muy bien cómo hacer cada una de sus protestas. Porque una cosa es la libertad para expresar la justa furia -los artistas siempre están un pie más desinhibidos que el resto de los mortales- y otra hacerlo discriminando. El gesto y la palabra desnudan matrices culturales que pueden resultar muy dañinas. Mucho más en Tucumán.
¿Y en qué consiste la lucha de la que habla Tríbulo? En el fracaso de los intentos por cobrar los subsidios, las becas y los fondos asignados por ley (hay dos normas, una provincial y otra nacional) a la actividad. Los teatristas -sobre todo- ya invirtieron esos dineros que nunca recibieron (o recibieron en condiciones duras, sin reglas claras y con tremendas exigencias, según declaró Viviana Perea) y desde hace meses reclaman sin saber si se los van a dar. Aunque el secretario Guzman -que hasta ahora sólo había dicho que el problema era que los fondos llegan a cuentagotas por la baja de la coparticipación- acaba de anunciar que se entregarán nueve subsidios, en realidad el problema sigue latente. Músicos y teatristas no saben si van a perder esos fondos (la ley dice que a fin de año todo caduca) y -lo que es peor- no saben exactamente qué cantidad corresponde que se les entregue.
El debate sobre el valor del arte ha venido in crescendo en los últimos meses, incluso en el mismo seno artístico. José Ramayo, delegado del Instituto Nacional de Teatro, dijo que la actividad está floreciente, que muchos no aprovecharon subsidios nacionales y -hundiendo el bisturí hasta el hueso- que unos "por un lado se pintan la cara para la lucha, pero por el otro se ponen los guantes para recibir las remeras que le han ido a pedir al Gobierno".
Ramayo encendió varias furias. Viviana Perea definió la postura: "es dinero de apoyo, no limosna, porque es algo que nos corresponde; no es un regalo que estamos pidiendo"; y otros plantearon, más específicamente, que el dinero para la actividad artística debe ser considerado con la misma importancia que el destinado a la educación o a la salud. Y administrado con la misma urgencia y similar transparencia. "La actividad teatral se incrementa porque las salas y los grupos cumplimos con los compromisos, lo que no ocurre con el Ente", completó José Luis Alves. El mismo Ramayo, que quedó semipegado a los funcionarios (aunque se definió como opositor al Gobierno) reconoció que la ley no se cumple.
Y acá está el meollo. No importa si hay quienes piensan como Baudelaire ("hay algo en un premio oficial que quiebra al hombre y a la humanidad") y acaso creen que la actividad debe sostenerse sola, sin subsidios. Lo importante es que las autoridades mismas dicen estar convencidas de que hay que apoyar al arte. Y la ley también corrobora esto. Si lo dice el funcionario, si lo reafirma la ley, si los teatristas están de acuerdo, si la actividad florece... ¿por qué la norma no se cumple? ¿Será porque aún no se tiene claro cuál es la utilidad del arte?
La terrible escena de la pintada discriminatoria contra el secretario de Cultura, Mauricio Guzman, el jueves pasado, en las veredas del Ente Cultural, ha sido un punto dramático en el debate que los artistas mantienen con el funcionario. Dramático, porque una de las personas que participaban en la protesta cometió el peor de los pecados de un artista: discriminar (dibujó una cruz svástica). Precisamente los artistas, que son siempre la visión distinta, la que se aparta de la norma, la del que se anima a imaginar y a soñar para sí y para los demás, dejan que entre sus integrantes haya alguien que tiene un enanito fascista adentro. Un enanito que lo primero que perseguiría, de tener oportunidad, sería a los artistas, precisamente.
El actor Juan Tríbulo, muy enojado, mencionó el episodio como "la chifladura de algún torpe integrante de la Comisión de Teatro Independiente" que "anula nuestra lucha y nos compromete a todos con un hecho que repudiamos, como el asesinato de seis millones de personas".
Pensar lo que viene
Anoche, la asamblea de los artistas proyectaba una especie de retractación, tras la vergüenza que generó este episodio. Y, sobre todo, después del repudio de la DAIA a las pintadas xenófobas y antisemitas. La entidad judía calificó de intolerantes a quienes hicieron esas pintadas. Los artistas tendrán que pensar muy bien cómo hacer cada una de sus protestas. Porque una cosa es la libertad para expresar la justa furia -los artistas siempre están un pie más desinhibidos que el resto de los mortales- y otra hacerlo discriminando. El gesto y la palabra desnudan matrices culturales que pueden resultar muy dañinas. Mucho más en Tucumán.
¿Y en qué consiste la lucha de la que habla Tríbulo? En el fracaso de los intentos por cobrar los subsidios, las becas y los fondos asignados por ley (hay dos normas, una provincial y otra nacional) a la actividad. Los teatristas -sobre todo- ya invirtieron esos dineros que nunca recibieron (o recibieron en condiciones duras, sin reglas claras y con tremendas exigencias, según declaró Viviana Perea) y desde hace meses reclaman sin saber si se los van a dar. Aunque el secretario Guzman -que hasta ahora sólo había dicho que el problema era que los fondos llegan a cuentagotas por la baja de la coparticipación- acaba de anunciar que se entregarán nueve subsidios, en realidad el problema sigue latente. Músicos y teatristas no saben si van a perder esos fondos (la ley dice que a fin de año todo caduca) y -lo que es peor- no saben exactamente qué cantidad corresponde que se les entregue.
El debate sobre el valor del arte ha venido in crescendo en los últimos meses, incluso en el mismo seno artístico. José Ramayo, delegado del Instituto Nacional de Teatro, dijo que la actividad está floreciente, que muchos no aprovecharon subsidios nacionales y -hundiendo el bisturí hasta el hueso- que unos "por un lado se pintan la cara para la lucha, pero por el otro se ponen los guantes para recibir las remeras que le han ido a pedir al Gobierno".
Ramayo encendió varias furias. Viviana Perea definió la postura: "es dinero de apoyo, no limosna, porque es algo que nos corresponde; no es un regalo que estamos pidiendo"; y otros plantearon, más específicamente, que el dinero para la actividad artística debe ser considerado con la misma importancia que el destinado a la educación o a la salud. Y administrado con la misma urgencia y similar transparencia. "La actividad teatral se incrementa porque las salas y los grupos cumplimos con los compromisos, lo que no ocurre con el Ente", completó José Luis Alves. El mismo Ramayo, que quedó semipegado a los funcionarios (aunque se definió como opositor al Gobierno) reconoció que la ley no se cumple.
Y acá está el meollo. No importa si hay quienes piensan como Baudelaire ("hay algo en un premio oficial que quiebra al hombre y a la humanidad") y acaso creen que la actividad debe sostenerse sola, sin subsidios. Lo importante es que las autoridades mismas dicen estar convencidas de que hay que apoyar al arte. Y la ley también corrobora esto. Si lo dice el funcionario, si lo reafirma la ley, si los teatristas están de acuerdo, si la actividad florece... ¿por qué la norma no se cumple? ¿Será porque aún no se tiene claro cuál es la utilidad del arte?
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