"Lo que queremos los periodistas es cambiar el mundo"

"Lo que queremos los periodistas es cambiar el mundo"

Veterano periodista y cronista de guerra de The New York Times, en una visita que hizo a la ciudad de Salta, Joseph Treaster le cuenta a LA GACETA Literaria cuáles cree que son los grandes cambios y el futuro del periodismo, habla de sus experiencias en Vietnam e Irak, y narra cómo se vive la cobertura de la muerte. "Ocurre algo paradójico cuando uno está dentro de una guerra; se desarrolla una aparente insensibilidad que permite conmover y despertar conciencias que exijan que el espanto se detenga", afirma.

04 Octubre 2009
- Dos años atrás, Arthur Sulzberger, el editor de su diario, dijo que no le importaba si cinco años más tarde The New York Times seguía imprimiéndose. ¿Qué quiso decir?
- Con esas declaraciones provocadoras, Sulzberger quiso señalar que no tiene sentido la defensa dogmática del soporte papel. El piensa que no importa si un diario se imprime, si se lee en una computadora o en un celular. Lo que interesa son sus contenidos, el ejercicio de buen periodismo independientemente de las plataformas en que se plasme: esa es la clave.

- Muchos estudios demuestran que los soportes condicionan la recepción del contenido. El lector tiene una disposición mucho más activa hacia la asimilación racional de un discurso, hacia el análisis crítico de la realidad, que un televidente, un oyente radial o un internauta.
- Es cierto. Un lector de un diario impreso suele prestar más atención a los argumentos de una columna de opinión; y un lector de una edición web que lee esa misma columna, suele concentrarse en los hechos. Pero no debe ser necesariamente así. Por ejemplo, el uso de las abreviaturas en los mensajes de texto no debe derivar inexorablemente en la degradación del lenguaje. Puede constituir simplemente una forma de comunicación más, como si fuera un idioma alternativo. Tenemos que encontrar el equilibrio entre la apertura a las innovaciones y la preservación de bases, como la riqueza del lenguaje, la precisión, el chequeo de fuentes.  Los periodistas tenemos que encontrar la manera de comunicar de la mejor manera posible a través de diferentes canales.

- ¿Cuándo ingresó a The New York Times y qué cambió en su profesión en todos estos años?
Entré a mediados de los 60, y trabajé allí en forma permanente, salvo durante un breve interregno, hasta el año pasado. Desde entonces sigo escribiendo en el Times, doy clases de periodismo en la Universidad de Miami y encabezo otros proyectos periodísticos. Cuando empecé, me tomaba una semana, y a veces un mes, para escribir un solo artículo. En el diario se publicaban muchas de las mejores piezas periodísticas del mundo. Si bien eso sigue ocurriendo en muchos casos, el periodista promedio del Times hoy suele escribir una nota larga para el diario papel, una versión reducida para la web y otra para Twitter, saca fotos, entrevista a un testigo y graba un videoanálisis. Claro que ese periodista, que hace seis cosas a la vez, no puede lograr la misma calidad que alcanzaban sus colegas hace medio siglo. Pero pensemos que el lector promedio de hoy también está haciendo seis cosas a la vez cuando consume un producto periodístico. Está viendo tres sitios de Internet simultáneamente, mientras escucha la radio, tiene la televisión encendida, un ejemplar de un diario sobre su escritorio y recibe mensajes de texto o llamados en su celular. El gran cambio pasa por la actitud del receptor, que ya no es pasivo sino que busca específicamente lo que quiere: va a la caza de las noticias, no se sienta a esperarlas. El lector participa en el armado de los contenidos periodísticos, a través de sus comentarios, intervención en foros, chats, encuestas, aportes de fotos y videos.

- ¿Y qué es lo que no cambió?
- Pienso que debemos abrirnos a nuevos estilos y formas, pero sin olvidar que los periodistas y editores siguen siendo los principales encargados de ordenar discursos y disipar el caos informativo. Particularmente en una época en la que la aceleración y el vértigo nos instan a buscar pautas de jerarquización e interpretación para procesar una catarata de acontecimientos y proyectar lo que puede ocurrir. Otra cosa que persiste es el espíritu de los periodistas; ninguno, si tiene auténtica vocación, adopta esta profesión por la paga. Lo que queremos los periodistas es cambiar el mundo; y hay que seguir buscando la mejor manera de hacerlo. Pero así como el dinero no es el motor de la vocación periodística, sí es el combustible de la prensa independiente y del periodismo de calidad. Cuando caen los ingresos, disminuye la posibilidad de mantener recursos para hacer periodismo bueno y honesto. Y cuando esto último ocurre, lo que está en riesgo es la posibilidad de que los ciudadanos cuenten con elementos adecuados para conocer y entender la realidad en la que viven. La fortaleza de la prensa está íntimamente conectada a la vitalidad de la democracia.  Por eso es sustancial encontrar nuevos modelos de negocio.

- Usted fue cronista de guerra. ¿Cómo se vive la cobertura cotidiana de la muerte?
- Las guerras constituyen una gran parte de mi vida. Una de ellas, Vietnam, está conectada directamente a mi ingreso en el mundo del periodismo. Llegué a Saigón como soldado, a mediados de los 60, y logré salir del ejército, por una normativa especial, cuando me ofrecieron un trabajo en un diario vietnamita. Poco después me contrató The New York Times como corresponsal; un cargo que me llevó a vivir cinco años en Vietnam. Uno de los primeros recuerdos que tengo de esa larga estadía, es el de un ómnibus avanzando por una calle flanqueada por dos ametralladoras de pie. El caño de escape hizo un ruido estruendoso, uno de los soldados norteamericanos se asustó y empezó a disparar. Lo mismo ocurrió desde el otro extremo y eso derivó en una masacre. Me encontré con cuerpos destrozados y empecé a registrar lo que pasaba, como una forma de exorcizar el infierno. Ese día aprendí que el azar o un malentendido podían determinar instantáneamente nuestro destino. También que, para sobrevivir, uno debe creer que no le pasará nada: tener la fe de un corredor de autos. Claro que, muchas veces, tenía miedo de ser herido. Cuando subía a los helicópteros que me llevaban al frente, cada tanto escuchaba el silbido de una bala que atravesaba el fuselaje. Y yo me limitaba a poner mi máquina de escribir debajo de mis nalgas para no recibir allí un disparo. La percepción de lo que vivíamos en Vietnam es muy similar a lo que refleja una película como Apocalipsis Now; nos sentíamos inmersos en un clima surrealista, abstracto, delirante, presos de una asfixia que no permitía pensar más allá de lo inmediato.

- También estuvo en Irak. ¿Qué diferencias hubo en los márgenes que tenía para cubrir esa guerra en relación a la de Vietnam?
- En Vietnam, la libertad de movimiento era total. Yo circulaba por donde quería. Lo contrario ocurría en Bagdad. La repercusión que tuvo en la opinión pública la cobertura de la guerra en los 60, fue lo que llevó a los Bush a restringir el trabajo de los periodistas, porque pensaban que en las páginas de los diarios y en las pantallas de televisión es donde se pierden las guerras en una democracia. Lo que es cierto es que mostrar una guerra es la mejor forma de ganar la paz. Otra diferencia entre ambos conflictos, pasaba porque en Vietnam el enemigo se podía identificar. En Irak lo que se hizo fue destapar una olla con todos los condimentos para una guerra civil. Lo que persiste es el desconocimiento del terreno en que nos metemos. No entendimos lo que pasaba en Vietnam como tampoco lo que ocurría en Medio Oriente. Hoy Afganistán se está convirtiendo en un nuevo Vietnam; nosotros creímos que exportábamos la democracia norteamericana pero los afganos nos percibieron, desde el principio, como invasores. Tengo fe en que Obama dejará de ver al mundo con un filtro norteamericano, como lo hizo Bush.

- ¿Cómo lo cambiaron las guerras?
- Estuve en guerras en Beirut, Kuwait; conflictos en Haití, Panamá, Perú, Colombia. Me endurecí antes de ir a mi primer guerra. Cuando era adolescente creía que viendo cosas horribles podría contar buenas historias. Y lo cierto es que cuando estallaba una bomba y encontraba cuerpos desmembrados, me dominaba una suerte de reflejo por el que automáticamente empezaba a reportar los muertos que veía y a narrar el horror. Ocurre algo paradójico cuando uno está dentro de una guerra; se desarrolla una aparente insensibilidad que permite conmover y despertar conciencias que exijan que el espanto se detenga. Hoy, cuando el tiempo ha pasado, creo que toda mi experiencia en conflictos bélicos me permite escribir historias más humanas, aquellas que creo que pueden modificar los peores costados de la realidad.
© LA GACETA

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