De morcillas y jardines

De morcillas y jardines

Por Juan Carlos Di Lullo - Redacción de LA GACETA.

DIALOGO TENSO. López Vera, Di Lullo y Sánchez en Las brujas de Salem DIALOGO TENSO. López Vera, Di Lullo y Sánchez en "Las brujas de Salem"
04 Septiembre 2009
La buena memoria es un don preciado entre los actores, sobre todo cuando se cultiva un estilo teatral en el que se le asigna gran relevancia al texto. Los intérpretes que eliminan rápidamente la dependencia del libreto y que respetan celosamente las palabras escritas por el autor y las marcaciones dispuestas por el director transmiten confianza a sus compañeros de escena y despiertan la envidia de los colegas que padecen olvidos y "lagunas" hasta en la última función.
Ante un olvido circunstancial del parlamento que se debe pronunciar, los actores suelen reaccionar de distintas maneras: hay quienes recuerdan el sentido general de su réplica e intentan expresarlo con sus propias palabras. En la jerga propia de los escenarios, a esto se le llama "morcillear" o "hacer una morcilla"; como lógica derivación del término, surge el calificativo de "morcillero" que muchos actores tienen bien ganado.  
Si el blanco en la memoria es de grandes proporciones, los problemas se potencian; en esos casos, se suele apelar a un par de acciones y de parlamentos inventados, lo más neutros posible (para no afectar la trama), que sirven para ganar tiempo, serenarse y dejar que la memoria haga su trabajo. En esta angustiosa situación suele decirse que el actor "se metió en un jardín"; es válido también exclamar: "¡qué jardín!"
En mi carrera como actor, tuve durante mucho tiempo reputación de memorioso; no con el nivel de infalibilidad de, por ejemplo, Norah Castaldo, pero con buen concepto entre mis colegas. En 1990, en una función de "Las brujas de Salem" en el teatro San Martín, estuve a punto de pulverizar esa fama de "buen alumno". En el segundo acto, mi personaje, el reverendo Hale, indaga a Proctor (Pedro Sánchez) y a su esposa (Alicia López Vera). En un momento de la escena, noté cierta sorpresa en los rostros de mis compañeros; me di cuenta de que me había salteado por lo menos dos páginas del libreto. Seguimos hablando un par de minutos hasta que resolví volver más o menos violentamente al punto que me había salteado. Armamos a duras penas el rompecabezas, y cuando salimos de escena, Pedro (un "morcillero" magistral) me dijo con gran naturalidad: "bueno, anduvimos un poco en el jardín, pero creo que por lo menos dijimos todo lo que había que decir, ¿no?"

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