Cómo nació el Teatro Estable

Cómo nació el Teatro Estable

Por Julio Ardiles Gray - para LA GACETA - Buenos Aires

26 Abril 2009
 En 1957, conversando con mi amiga María Delia Paladini, decana de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Tucumán sobre el estado del teatro que se hacía en nuestra provincia por actores locales, llegamos a la conclusión de que el nivel de interpretación, en general, era muy bajo. Como finalmente surgió la idea de que resultaba necesario dictar un Seminario de Interpretación para elevar el nivel de los actores, María Delia se mostró resuelta a que su facultad respaldara el proyecto. La cuestión pasaba por quién se haría cargo de dicho seminario. La solución vino de Ernesto Sabato, que en esos momentos pasaba por Tucumán. Nos habló de Alberto Rodríguez Muñoz, quien en Buenos Aires dirigía la Olat (Organización Latinoamericana de Teatro) y que había tenido un gran éxito de público y de crítica con el montaje de La Gaviota, de Anton Chejov en cuyo electo figuraban los nombres, entonces no muy conocidos, de Juana Hidalgo y Jorge Lavelli.
Se hicieron los contactos. Rodríguez Muñoz aceptó. Se firmó el contrato y el nuevo profesor de actuación se instaló en Tucumán junto con su esposa, la actriz Lía Gravel. Se abrió la inscripción y los futuros alumnos fueron los siguientes: Marta Zelaya, Rosa Avila, Carlos Juárez, José A. Carrasco, Ethel Zarlenga, Yolanda Juárez, Heraldo Viscido, Francisco Amado Díaz, Olga de Hynes O?Connor, Atanasia Makantassis, María Angélica Robledo, Angel María Ibarra, Carlos Olivera, Antenor Ignacio Sánchez y Carlos Román.
Y las clases comenzaron. Dos semanas después recibí en casa la visita de mi amigo Arístides Robledo, quien me confesó su preocupación porque su hija, María Angélica, se había inscripto en el seminario y temía que abandonara sus estudios de Abogacía por el teatro, al cual no le veía futuro en Tucumán, aunque ella le había prometido que no lo haría, lo cual cumplió aunque nunca ejerció la profesión. Eso sí, fue la más grande actriz de Tucumán, a quien le debemos interpretaciones memorables.

Superando obstáculos
En marzo de 1958 ganó la gobernación de Tucumán Celestino Gelsi. En mayo me llamó para ofrecerme la Dirección de Cultura de la Provincia. Acepté. Me encontré con numerosos problemas. Existían dos organismos culturales. La Dirección de Cultura y la Comisión  Provincial de Bellas Artes. Pero además el presupuesto de ambas era de 20.000 pesos anuales, es decir cuatro veces mi sueldo como funcionario. Dado que el Salón Provincial de Pintura y Escultura insumía la mitad del presupuesto, poco era lo que quedaba para realizar otras actividades. Y me puse en la tarea de reformar semejante intríngulis y de pagar algunas deudas como la que reclamaba el Teatro "Ift", a quien la Dirección de Cultura le había comprado hacía un año una función de El diario de Ana Frank, cuyo elenco encabezaba Jordana Fain.
De ese trabajo de reestructuración de las reparticiones culturales fue surgiendo la Ley 2.765, creadora del Consejo Provincial de Difusión Cultural. Dotado de una presidencia y de cuatro vocalías, tenía autarquía financiera al participar como bienes propios del cinco por ciento de lo recaudado por los juegos de azar administrados por la Provincia y además establecía el fuero cultural; es decir que el poder ejecutivo nombraba al presidente y a los vocales con acuerdo del Senado los cuales sólo podían ser removidos mediante juicio político. Al año siguiente de sancionada la ley, cuando comenzó a funcionar el casino, el Fondo de Cultura ascendió a 4 millones de pesos.
A mediados de 1958, ya avanzados los cursos del seminario, Rodríguez Muñoz les propuso a las autoridades universitarias la realización del Primer Simposio de Realizadores de Teatro Latinoamericanos. El objetivo no era otro que mostrar cómo en Chile las universidades se habían transformado en la palanca de la renovación teatral. Al simposio fueron invitados, si mal no recuerdo, Pedro Orthous y Eugenio Ditborn Pinto, de las universidades de Chile, Oscar Fessler de la Universidad de Buenos Aires, D?Amore del Perú y Juan Carlos Gené, entre otros.
Pero, a pesar de todos los esfuerzos, el seminario no se pudo convertir en Teatro Universitario y hubo que esperar varios años para que el proyecto se cumpliera.
Como fin de curso, Rodríguez Muñoz comenzó a ensayar El Abanico, de Goldoni, para ser montada en el Teatro San Martín. Pero la sala estaba desmantelada en materia de luces y decorados. La Provincia se encargó de comprar 30 reflectores porque el San Martín contaba solamente con algunas pocas luces de candilejas y algunas varas de herzens. Como la plata no alcanzó hubo que improvisar las resistencias con los artesanales tubos de cemento llenos de agua con sal que permitieron subir y bajar las luces. Años más tarde recién se compraron los reóstatos en una consola.
El problema, ahora, era la escenografía. Rodríguez Muñoz contrató, primero por la Universidad y luego por el Consejo de Difusión Cultural, al arquitecto Luis Diego Pedreira, quien no sólo dictó durante dos veranos cursos de esceno-arquitectura (de los cuales surgieron los escenógrafos tucumanos Augier, Izarduy, Lombana y Torres), sino que también entrenó a los realizadores, electricistas, carpinteros y pintores a quienes sacó en su mayoría de la Escuela de Artes y Oficio de los Salesianos.
Convencidos de que el Seminario no iba a transformarse en el Teatro Universitario, la nueva Ley 2.765 aprovechó para incluir en el departamento y vocalía de Teatro a un elenco oficial. Yo propuse el nombre de Teatro Provincial Popular, pensando en el Teatro Nacional Popular que dirigía Jean Vilar, pero se impuso el nombre de Teatro Estable propuesto por Rodríguez Muñoz, quizá en recuerdo del Teatro Estable de Génova. Los alumnos del seminario propusieron como vocal de Teatro a Francisco Amado Díaz quien junto con Oleg Kozarev (Música) y mi viejo amigo Navarro (Artes Plásticas) completaban el Consejo. Faltaba el acuerdo del Senado para Ricardo Warnes (Cine y Literatura), que debió esperar dos meses hasta que cumpliera la mayoría de edad para ser nombrado.

El estreno
En marzo, los alumnos de seminario levantaron el telón del Teatro San Martín con El Abanico. La escenoarquitectura de Pedreira provocó asombro al público que, por primera vez, veía en Tucumán algo parecido y además con vestuario de época excelente.
Mientras tanto, los componentes del nuevo Teatro Estable ensayaban a toda máquina El casamiento, de Gogol, pieza con la cual iba a comenzar su larga historia el recién creado elenco oficial.
El 28 de abril de 1959 se levantó el telón. Rodríguez Muñoz y su esposa Lía Gravel tenían a su cargo los papeles principales. María Angélica Robledo esta vez no participó del elenco pues debía rendir exámenes en la Facultad de Derecho. A la función asistieron las autoridades civiles y militares, y el telón cayó y se levantó varias veces ante el entusiasmo del público que colmaba la sala.
Al elenco del Teatro Estable se incorporó Blanca Rosa Gómez, que no había pasado por el Seminario pero que tenía una larga experiencia en los conjuntos de radioteatros de la provincia. Poseedora de una hermosa voz, solía cantar un largo repertorio de los boleros de moda. Tenía, además, un espíritu burlón y bromista. En los ensayos de El casamiento actuaba como traspunte y aprovechó esa situación para jugarle una broma a Rodríguez Muñoz. Cuando este entraba en una escena, y sorprendía al criado borracho que dormía tirado en un sillón, tenía que decirle a su acompañante: "Ahí lo tienes, duro como un tronco". Y Blanca Rosa le dictaba: "Ahí lo tienes con el tronco duro". Y eso fue lo que dijo Rodríguez Muñoz causando la hilaridad no sólo del público sino del resto del elenco.
© LA GACETA

Julio Ardiles Gray
? Dramaturgo
y  narrador; miembro fundador de
"La Carpa";  ex periodista y crítico
de teatro de LA GACETA y Primera
Plana; ex director de Cultura de
la Provincia.

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