El hombre que filmaba el alma

El hombre que filmaba el alma

Por Juan Carlos Di Lullo - Redacción de LA GACETA.

30 Marzo 2009

El lugar: Mar del Plata; el momento: marzo de 2005. En la pantalla, en brillante blanco y negro, una locomotora tira perezosamente de los vagones a través de un paisaje incuestionablemente nuestro; un murmullo de admiración subraya en la platea un hallazgo en el montaje del filme que se exhibe. En el marco del 20º Festival Internacional de Cine, se están proyectando algunas de las 36 películas que Jorge Prelorán realizó para la Universidad Nacional de Tucumán en la década del 60, pero la vigencia del lenguaje cinematográfico de estos “documentos humanos”, como él los llamaba, sorprende a los espectadores y demuele, a golpes de puro talento, el casi medio siglo que ha pasado desde que las imágenes fueron captadas por la cámara.
Un par de días después, Prelorán me va a decir que hay que ir a la Universidad a estudiar cine no para recibirse de cineasta, sino para ser una persona culta. Lo va a hacer con la misma serenidad, precisión y certeza con la que sus películas atesoraban el paisaje y escudriñaban los gestos de sus habitantes para revelarnos el alma de esos seres. Me va a confesar su preocupación por el hecho de que las universidades se conviertan en “museos del conocimiento” y su temor porque pierdan el objetivo de formar “personas serenas, independientes y visionarias”. Va a rescatar con orgullo el privilegio que significó para él trabajar “con absoluta libertad” en la universidad tucumana. Y se va a mostrar como un maestro convencido de que toda su obra y sus conocimientos carecen de valor si es que no los puede difundir y compartir con todos aquellos que ven el cine como un objeto de estudio.
Con esa imagen lo recuerdo.

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