Nuestro aporte filosófico mayor

Nuestro aporte filosófico mayor

Por Abel Posse - Para LA GACETA - Buenos Aires.

EL HOMBRE QUE ESTA SOLO Y ESPERA. La originalidad de Massuh está en una respuesta que se centra en asumir nuestra vida como “experiencia extrema”. EL HOMBRE QUE ESTA SOLO Y ESPERA. La originalidad de Massuh está en una respuesta que se centra en asumir nuestra vida como “experiencia extrema”.
23 Noviembre 2008

Cuando apareció Nihilismo y experiencia extrema, la obra mayor del pensamiento argentino, en octubre de 1975, Víctor Massuh estaba lejos de imaginar que en nuestra Argentina se preparaba una etapa traumática, de quiebre de valores de convivencia, de inusitada violencia, y que caíamos en un cielo de decadencia que hoy hace de nuestro país una república de descreídos en la que el escepticismo y la estima por nosotros mismos se trocó en una enfermiza autodescalificación.
Los años 70 fueron un ejercicio político de amoralidad violenta generalizada. La "lucha armada" por parte de una izquierda ingenua, juvenil, desarticulada de las experiencias mundiales y una violencia represiva de Estado inadmisible.
Ambos sectores caen en el pueril juego de inmoralidades del "fin y los medios". Ambos bandos ven en la democracia una agresión peripatética.
Víctor Massuh entra en el 1975 dramático desde un largo periplo por una crisis mundial. Como filósofo, se había arriesgado por un camino de reflexión crítica, independiente, donde la crisis occidental del pensamiento filosófico no lo incitaba a la crítica negativa ni al hedonismo de la negatividad literaria, sino a buscar zonas vivas, fibras perdidas, nervios ocultos de un pensamiento occidental que ya no promovía valores y donde las esperanzas de la posguerra naufragaban en el materialismo pragmático de las superpotencias. La política y la historia se habían robado el escenario, el Hombre de hombredad se deslizaba entre bambalinas.
En Nihilismo y experiencia extrema nos anuncia la dirección de su marcha individual entre las ruinas de un pensar aterido que obligó a Heidegger a decirnos en su Testamento "Ahora sólo un Dios podrá salvarnos". Massuh nos dice: "las tres formas del humanismo ateo y que movió los impulsos más visibles del siglo XX, Marx, Nietzsche y Freud, son refutaciones activistas y no teóricas. Las tres coinciden en que no es preciso demostrar demasiado a propósito de Dios, que la cosa es evidente y que urge pasar a la acción: la revolución, la exaltación de los valores vitales, la terapia psíquica".
La fórmula no había dado resultado, se veía claro en el último cuarto de siglo fascinante y terrible.
Massuh comprendió que el camino del pensar de Occidente refería la tarea sosegada del que salva los ladrillos para la refundación pasible. La revolución se había agotado en violencia, injusticia y aherrojamiento popular. El psicoanálisis era un episodio sin peso social y colectivo, era un ejercicio civilizado, urbano, para superar la neurosis infantil, en cuanto la exaltación vital quedaba burlada en la antigua dialéctica del predominio del fuerte sobre el débil y del rico sobre el pobre. El filósofo comprende que habíamos llegado a la eclosión del nihilismo que Nietzsche había anunciado un siglo antes como el más peligroso destino de la civilización europea y del socialismo.
Massuh se rebela contra el nihilismo, que se filtra incluso con el disfraz de renovación tecnológica, política y económica.
Es el veneno que transforma en decadencia una modernidad de realizaciones exteriores, pero habitada por los subhombres neuróticos, chatos, intrascendentes de nuestro tiempo de neurosis. Analiza la formación del nihilismo a partir del "humanismo ateo y hasta el nihilismo de hoy". Encamina sus reflexiones sobre los pasos últimos de Nietzsche en su voluntad de que el "nihilismo activo" sea una forma de aceptar la destrucción de lo que debe ser superado pero sublimándolo en una refundación imprescindible.
La originalidad de Massuh está en una respuesta nacida de un alto concepto, o al menos de un concepto positivo, del hombre que está solo y espera dentro de nosotros mismos, e íntimamente desvinculado de la gran sociedad tecnológica-industrial-laica y subculturalista en la que vivimos.
Y esa respuesta se centra en asumir nuestra vida como "experiencia extrema", aplicable a nuestra actividad como una conducta enriquecedora, capaz de volcar una luz de pasión, de compromiso creativo, como retorno a la original alegría creadora, a la frescura de nuestras vivencias nubladas por un tiempo de desasosiego y decadencia. La respuesta de una conducta de "experiencia extrema" nos devolvería a respetar "esa cualidad divina, en el corazón de la ciudad terrena".
A partir de Feuerbach y coincidiendo con el escepticismo final de Heidegger, Massuh siente que ahora -en la mundializada degradación humana que enturbia los triunfos materiales de nuestra modernidad-, "sólo una experiencia de lo sagrado podrá abrirnos el camino de lo humano". Cito algunos pasos de esta experiencia extrema que Massuh descubre como la última fibra de posibilidad:

Ante el pensamiento maleado por los ideologismos y un pensar carente de fuerza movilizadora, un pensar fatigado, Massuh nos propone "la muerte del pensamiento para que nazca el pensar", con su fuerza primigenia, de pasión y deslumbramiento.
La experiencia extrema se da en toda experiencia como voluntad de alcanzar su límite.
La experiencia extrema frecuenta los juicios radicales y la negación global... Pero su meta no es el rechazo global (nihilismo terminal), sino la afirmación que viene después pero que fue gestándose en la negación.
En suma, para Massuh es "un inesperado alumbramiento entre las cenizas últimas". El texto del filósofo, de rigurosa formación académica, se enciende en un lenguaje que une poesía y razón, razón y emoción. Massuh alcanza el punto más alto de nuestra expresión filosófica. No da la ya rara evidencia del filósofo apasionado por su noble descubrimiento. Siento, como un descubridor, que esa voluntad (sin voluntarismos de dominación) para asumir como experiencia extrema los actos importantes de nuestra existencia, sería la clave de rechazo de la decadencia y la anomia de este tiempo de extravío y un "caminar entre ruinas" que agobia la cultura occidental y su periferia.
Massuh, como se dijo, no funda la voluntad de asumir la vida como extrema experiencia ni en una ética ni en un mandato teleológico, teológico o en un nuevo "imperativo" filosófico-moral.
Tal vez piensa que hay en el hombre una perdida, pero no muerta, raíz de divinidad, y que esa fuerza afirmativa, en una época de valores al revés o degradados, adquiere el poder de un daimon socrático. Un impulso interior que está en la esencia del "antropoide positivo", hacedor, gozador de la vida, incluso en el drama. Massuh encuentra esta fibra última como Rousseau encontró la esencia bondadosa del hombre, pese a la historia.
Como Spranger, busca formas de vida para concretar y ejemplarizar la posibilidad de transformar la mera acción en experiencia extrema. Massuh nos habla de la vocación de poder en el político, en el empresario y en el activista de la revolución (no olvidemos que escribe en 1975 y en Argentina).
En esas tres opciones dominantes ve la posibilidad de la repetición de fórmulas de decadencia previsibles (explotación, sumisión del poder, violencia revolucionaria) para desembocar no en lo verdaderamente revolucionario y transformador sino en formas de poder ya fracasadas en otras partes del mundo.
A esos tres protagonistas de la realidad degradada Massuh les dice: "La Historia reclama un curso distinto. La experiencia extrema se halla en la encrucijada de este cambio y acompaña al político, al hombre de empresa y al revolucionario en el esfuerzo de revisar sus supuestos y buscar nuevas rutas". Al escribir este libro incomparable en el horizonte filosófico, en el pensar de Iberoamérica, Massuh propone un tema válido para todo Occidente. Acierta con definir la esencia que puede ser el antídoto para la decadencia que nos transforma en cómplices de la desesperanza. En un tiempo en que las filosofías obedecen pero no orientan y sobreviven en cuevas universitarias, la propuesta de Massuh se transforma en fuerza creadora, en esa frescura que sólo sopla en el entusiasmo de Nietzsche.
Massuh testimonia con su coraje de filósofo que asume la intemperie de todo pensar nuevo y renovador, esa conducta de "paso del universo de la visión cerrada a la visión abierta" y totalizadora, saltando las dos coordenadas limitadoras del pensar de la decadencia nihilista: someterse a la Historia y actuar como instrumento de ella, estúpidamente todopoderosa, sin comprenderse que la Historia es página en blanco, vacío que nosotros llenaremos en plena autoridad.
En el momento de la mayor crisis del pensar occidental, desde la periferia americana Massuh levanta su última ratio, el desafío que involucra la libertad del pensar primigenio con la posibilidad de ser. Tiene la prueba de esa raíz viva de la hombredad. Nos pregunta: "¿Cómo es posible que ante los dioses caídos tengamos fuerzas para crear otros nuevos? ¿Qué patria secreta llevamos en el corazón que nos impide sentirnos extraños aun en el exilio?".
Cree positivamente que "la fe es el único órgano de la totalidad" y se lanza en búsqueda de la esencia que impulsa al místico en su vuelo irracional que podría desembocar en la razón final, salvadora. No en vano el capítulo VIII de esta obra excepcional se titula "La mística, un modelo de búsqueda", y sigue los pasos del místico San Juan de la Cruz.
La pasión indeclinable del místico en su intento unitivo será para Massuh la expresión de ese despojamiento total para encontrar el Todo divino. Significará la síntesis, en la zona límite, de fe y razón.
Massuh emprende su propio camino más allá de la razón convencional, del academicismo y de la timidez que asedia a los pensadores de regiones dependientes y periféricas.
Igual que el místico en su viaje por la noche del alma, logra dejarnos señales. Es la generosidad del gran filósofo: crea un lenguaje propio para iniciarnos en el ejercicio de la experiencia extrema, de la pasión negadora-creadora, como recurso final ante el descarado asedio del nihilismo invadente.
© LA GACETA

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Abel Posse - Novelista, ensayista, diplomático.
Obtuvo el premio Rómulo Gallegos, máximo galardón literario de América latina.

N. de la D. : Este artículo se publicó originalmente en LA GACETA Literaria del 21 de noviembre de 2004.

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