Las ciudades y las palabras

Las ciudades y las palabras

Adelanto de Berlín 1900 (Siglo XXI editores). Por Peter Fritzschepara LA GACETA - Illinois (EE.UU.)

MITO Y LECTURA El autor plantea que no pasó mucho tiempo hasta que el conjunto de voces de la torre de Babel se correspondió con un flujo de carteles, historias y diarios. MITO Y LECTURA El autor plantea que no pasó mucho tiempo hasta que el conjunto de voces de la torre de Babel se correspondió con un flujo de carteles, historias y diarios.
17 Agosto 2008
Las ciudades son fascinantes, incluso hoy en día, precisamente porque cuestionan tanto la ilusión vana del orden como la fantasía del desorden, y porque ponen de manifiesto hasta qué punto son falacias ideológicas las preferencias estéticas a favor de un estado o del otro. La ciudad es frustrante para el dictador y también para el ropavejero.
La relación entre la ciudad como espacio geográfico y la ciudad como relato realza la fascinación. Desde siempre, los documentos escritos y la existencia urbana han ido de la mano. Esa correspondencia creó un orden simbólico imaginario que fue tan importante como la ciudad en sí. Las funciones principales de la antigua ciudad como "sitio de almacenamiento, preservación y acumulación" requerían que se llevaran registros permanentes.
Con el paso del tiempo, a partir de las tablillas de anotaciones administrativas halladas en Ur, el nivel de abstracción fue creciendo, lo que permitió la conservación, la selección y la conmemoración de ideas y tradiciones. Como observa Lewis Mumford, "los gobernantes de la ciudad vivían una vida múltiple: en la acción, en los monumentos y en las inscripciones". De hecho, "vivir de acuerdo con los registros y por los registros se convirtió en uno de los grandes estigmas de la existencia urbana". La razón no era sólo que los monumentos registraban la vida de modo exagerado o falso, como lo sugiere Mumford, sino que la lectura y la escritura eran cruciales para usar la ciudad como "recipiente" de bienes y servicios, de recuerdos, leyes y costumbres.
Una vez que la ciudad de cemento se vio recubierta por la ciudad de palabras, las funciones de la metrópoli fueron ganando en especialización, y el poder de los gobernantes y de los sacerdotes creció notablemente.
Cuando la ciudad textual añadió más capas, sin embargo, se multiplicaron los usos de las palabras y se amplificó su potencial para generar desorden. La historia escrita está llena de edictos incumplidos y de leyes violadas, lo que pone en evidencia el carácter contingente de las tradiciones. Además, la difusión de la lectura en la época moderna permitió que los recuerdos y las esperanzas de los recién llegados a la ciudad adquiriesen formas permanentes. No pasó mucho tiempo hasta que el conjunto de voces de esa torre de Babel se correspondió con un importante flujo de carteles, historias y periódicos. Por último, el triunfo indiscutible de la cultura del consumo, a finales del siglo XIX, contribuyó a que la ciudad textual utilizara las habilidades de escritura de sus habitantes para la persuasión, apelando a sus deseos y prejuicios por medio de imágenes y anuncios publicitarios. Hacia 1900, la confusa masa de detritos producida por la cultura impresa aplastó los ordenados archivos del poder económico y político.
Durante todo el día, la gente que caminaba por la ciudad se topaba con horarios, anuncios, normas, folletos, instrucciones, relojes, etiquetas, diarios y una multitud de otros textos, de modo que todas las jergas, versiones estándar o géneros dominantes pronto perdían legitimidad.
Los dialectos provinciales se cruzaban con las fórmulas burocráticas y las canciones de music hall se chocaban con el lenguaje del comercio. La ciudad de palabras seguía siendo un medio de interpretación de la ciudad de cemento, pero ya no guiaba a los lectores de una única manera, como lo habían hecho los monumentos en Sumeria. Parafraseando al lingüista Mijail Bajtin, en la ciudad textual moderna, como en la novela moderna, se advierte una asombrosa polifonía en la indeterminación de sus formas y en las diferentes interpretaciones que admite.
Aun así, por necesidad, la ciudad textual no era un mero collage sino que tenía inscritas toda clase de directivas. Hasta los textos metropolitanos de carácter eminentemente popular esconden estrategias narrativas que controlan la polifonía. Todas las formas narrativas imponen algún tipo de coherencia en los hechos que describen: la representación da forma a la "experiencia de lo real".

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