Las historias amorosas tejieron también su tela, entre los episodios de la Guerra de la Independencia en el noroeste argentino. Varias crónicas y tradiciones se han referido a esos temas, en libros o en artículos. El caso del general José Carratalá figura entre los más atractivos.José Carratalá era un coronel del ejército realista. Había tenido larga actuación en España. Doctor en Leyes, graduado en la Universidad de Valencia, tomó la carrera de las armas con motivo de la invasión de Napoleón a su patria. Se batió destacadamente en acciones como Tudela, o en los sitios de Zaragoza y de Tortosa. Fue herido y estuvo prisionero. En 1815 llegó a América, destinado a las fuerzas del Alto Perú. En ese carácter debió luchar contra los gauchos de Güemes.
Pero, entre batalla y batalla, Carratalá se enamoró perdidamente de una beldad salteña, Anita Gorostiaga y Rioja Isasmendi, y se dispuso a casarse con ella, ocurriera lo que ocurriera. Las cosas se precipitaron cuando el virrey José de La Serna, en consejo de guerra del 4 de mayo de 1817, dispuso que sus fuerzas se retiraran del territorio argentino. Había sido decisivo el acuchillamiento de su retaguardia en Humahuaca, por los patriotas que mandaba el coronel Manuel Eduardo Arias. De acuerdo con esa orden, la medida se cumpliría a la medianoche, para disimularla un tanto.
El luego general Tomás de Iriarte (quien aún estaba entre los realistas) narra que, esa noche, Carratalá se presentó en su casa, para pedirle que fuera padrino del casamiento, y ya mismo. A Iriarte se le antojó absurdo que alguien pensara en una boda, en semejantes circunstancias. "Vaya, no sea usted loco. ¡Siempre está de buen humor!", le dijo. Y Carratalá respondió: "No es broma, me caso; venga usted, amigo, todo está preparado, y no puedo perder el tiempo, porque, como sabe, debo ponerme en marcha a las doce de la noche".
Así, el asombrado Iriarte no tuvo más remedio que partir detrás del coronel. En sus "Memorias", cuenta que, cuando llegó a la casa de los Gorostiaga, "todo estaba en movimiento; el patio lleno de colchones, baúles, etcétera, y ya estaban cargando las mulas para marchar". La hermana de la novia, Jacoba Gorostiaga (quien tenía "unos ojos negros, los más grandes y seductores que he visto", comenta el memorialista) le dijo que "le parecía un sueño" el casamiento de Anita. Después, la ceremonia se realizó en uno de los salones, a toda velocidad, y de inmediato los novios salieron al patio para unirse al ejército.
Según Bernardo Frías, era tanto el apuro, que Anita ni siquiera se pudo cambiar de traje, ni sacarse el "tontillo" ( como se denominaba la pieza usada para ahuecar la falda), o dejar el abanico de bodas. Iriarte acompañó a la pareja hasta el fin, y pudo ver a la novia montar a caballo "muy envuelta en un capotón de barragán de su querido esposo", ya que "la noche era fría en extremo". Cuando se alejaron, empezaban a retumbar los disparos de las partidas de Güemes.
Anita nunca regresaría a su tierra. Acompañó a Carratalá en lo que restaba de su carrera militar en América, hasta la batalla de Ayacucho, que selló en 1824 la derrota final de los realistas. Pasó a España con su marido, ya general y a quien aguardaban las más importantes dignidades: ministro de Guerra, teniente general, senador del Reino. Carratalá murió en 1855 y Anita lo sobrevivió varios años.