Alberto García Hamilton: ese desconocido

Alberto García Hamilton: ese desconocido

Todos saben que fue el fundador de LA GACETA. Pero aparte de ese hecho puntual, muy poco más sobre él conoce la mayoría de los lectores de este diario.

04 Agosto 2002
Alberto García Hamilton nació en Montevideo el 22 de octubre de 1872 y murió en el límite municipal de su ciudad natal, en Carrasco, el 5 de febrero de 1947. Al día siguiente, LA GACETA publicó una extensísima nota necrológica en la que, no obstante, bien poco es lo que se dice sobre la obra y el hombre.
Como actual decano de los periodistas de LA GACETA y como nieto mayor de Alberto García Hamilton, hoy, cuando el diario que fundó cumple 90 años, quiero publicar unas líneas en su homenaje. Para cronicar algo de lo mucho que, estando a su lado desde el día de mi nacimiento hasta el de su muerte, viví con él; especialmente durante nuestras diarias y prolongadas conversaciones en mis años de adolescencia y juventud. No soy ni historiador ni escritor, lo cual resulta obvio. Fui, desde mis comienzos en 1944 y creo seguir siéndolo, un periodista. Serán estos, recuerdos escritos al correr de la birome (y no es una manera de decir, porque como no logro adaptarme a los nuevos tiempos, escribo a mano) a los que he querido darles un tono informal y anecdótico. Aspiran a transmitir al lector momentos de la trayectoria de AGH, muchos de los cuales morirían, de no hacerlo, con mi propia muerte.Viví largos años, desde mis comienzos como ser humano, con mi madre, María Elena García Hamilton, y mi padre, el ingeniero Daniel Patricio Dessein, y mis abuelos maternos, Emilia Rodríguez Isla y Alberto García Hamilton, y un tío (al que respetaba por su severidad y quería en igual medida, por su comprensión), Alberto García Hamilton (h), en un departamento de la calle Callao 868 de Buenos Aires. Posteriormente nos trasladamos, con mis padres y mis dos hermanas, a otro departamento de Buenos Aires y mis abuelos se mudaron a la calle Santa Fe, esquina Junín. Pero iba a visitarlos todos los días, a la salida del colegio, y me quedaba largas horas conversando con el admirado abuelo. Especialmente desde la muerte de mi madre, cuando yo tenía 13 años, golpe terrible para don Alberto. Desde esa tragedia compartida, aquel hombre de porte juvenil que desbordaba energía, comenzó a decaer física y anímicamente, por lo que debía pasar mucho tiempo acostado. Y lo acompañaba, el día de su muerte inesperada, en el "Hotel Atlantic" de Carrasco, frente a una playita que entonces se llamaba "La mulata" y ahora "Carlos Gardel".
Durante las largas charlas junto a su cama, muchas veces en terceto con su hermano, el poeta uruguayo Germán García Hamilton, a "Tata", como yo le decía, le gustaba recordar sus comienzos como periodista del diario El Comercio de Fray Bentos, en el Uruguay, ciudad apenas separada por el río de la Argentina, donde se habían ido a vivir sus padres Germán García y Elena Hamilton. Con una pizca de orgullo (pizca, digo, porque era hombre en exceso modesto) me contaba que a los 17 años se inició en una profesión que sería la mía y que, a los 20, era director del diario mencionado líneas arriba. También evocaba, emocionado, la figura casi mítica de Aparicio Saravia, el gran caudillo "blanco", cuyos seguidores eran en su mayoría gente del interior uruguayo, la mayoría de ellos gauchos como los nuestros que se resistían al poder colorado de los "dotorcitos de Montevideo".En 1896 Saravia se levantó en armas y marchó zigzagueando desde la frontera con el Brasil hacia la capital uruguaya. "Tata" me contaba que cuando les preguntaban a los lanceros blancos por qué cabalgaban en son de guerra, respondían: "Porque el gobierno se ha desacatao". Mi abuelo y su hermano Germán estaban con los insurrectos y en contacto con la "Comisión oriental" que, del otro lado del río, había hecho acopio de armas de fuego, que le faltaban de manera dramática a Saravia. En Fray Bentos había una fuerte guarnición militar gubernista que había que eliminar para que las armas pudieran ser desembarcadas en territorio uruguayo y entregadas a la gente de Aparicio.
Los blancos de Fray Bentos, dirigidos por un ingeniero francés, concibieron la idea de cavar un túnel bajo el fortín que alojaba a la guarnición y acumular allí explosivos suficientes para hacerlo volar. Dar tiempo para que la voladura se produjera, es la explicación de por qué el ejército de Saravia no marchaba en línea recta, sino en zigzag. Los insurrectos de Fray Bentos trabajaban en tres turnos: hasta que fueron descubiertos y fusilados "in situ" quienes en ese momento estaban en la tarea. El Comercio fue destruido por los soldados del gobierno y Alberto y Germán, condenados sumariamente a muerte "in absentia". Ambos hermanos buscaron refugio precario en una casa de las afueras, propiedad de unas tías solteronas, quienes tuvieron la buena idea de "fletarlos" como equipaje en un gran baúl, a bordo de uno de los barquitos que hacían el cruce del río.
Ya en tierra argentina, "La Comisión" se ocupó de ellos y algún tiempo más tarde otro uruguayo, León Rosenvald, propietario en Tucumán del importante vespertino "El Orden", les ofreció trabajo. Hacia esas "tierras ignotas" marcharon los hermanos García Hamilton y ambos se casaron allí con tucumanas.
Por su excelente pluma y su profesionalismo, Alberto escaló rápidamente posiciones en "El Orden", llegando a ser su Jefe de Redacción y director interino, durante los 6 meses al año en que el director propietario vivía en su palacete cercano al Arco del Triunfo de París, lugar propicio para organizar saraos de alto nivel al que concurrían hombres de Estado, legisladores, diplomáticos, miembros tanto de la vieja nobleza francesa como de la imperial.
Al iniciarse los años diez, no fueron nada buenas las relaciones de don Alberto con la familia propietaria, lo que lo obligó a dejar El Orden y a fundar, un 4 de agosto como hoy, pero de 1912, LA GACETA, brevemente semanario y luego, y hasta ahora, diario. En su editorial inicial, escrito por AGH naturalmente, se explicaban los propósitos de la nueva publicación. "Preferentemente -decía- haremos información, información de todo lo que pueda interesar a las más altas como a las más modestas clases sociales. Pero no renunciaremos, por eso, a lo que consideramos la gran fuerza del periodismo: el juicio sobre los hombres y sobre las cosas que aparecen ante su ojo escrutador, en los amplios campos de la política, del comercio, de la industria, de la sociabilidad... de todo lo que es acción y vida". Siendo, en un principio, el principal y casi único redactor de LA GACETA, escribió una enorme cantidad de editoriales, comentarios y crónicas, que han quedado como testimonio del gran periodista en la colección de nuestro diario.
El asalto a LA GACETA, perpetrado el 20 de diciembre de 1916 por una fracción política que quería acallar su voz, era un tema recurrente en nuestras conversaciones porteñas. Permanentemente lo instaba a darme más y más detalles del asalto, por hombres de a caballo y armados de Winchesters, que forzaron la cortina metálica y entraron en malón a LA GACETA, sin pensar lo que les esperaba. "Mirá Daniel Alberto -me dijo un día ?Tata?, enardecido por el recuerdo- cuando seas director de LA GACETA y te toque un asalto, como el que me tuve que aguantar yo, volcá tu escritorio con los pies para que los caballos tengan que saltarlo como una valla y vos, de espaldas en el piso, puedas tirarle al jinete con tu Colt 44". No sabía "Tata" cómo se "perfeccionarían" las técnicas, en un futuro -que no habría de conocer- para intentar acallar y amedrentar a su diario. El asalto significó un muerto y numerosos heridos.
Nuestro director fundador se responsabilizó por todos sus periodistas y corajudos defensores (muchos de ellos veteranos de las guerras civiles uruguayas). Vinieron la cárcel, primero, y el exilio en Buenos Aires después, al que partió con mi abuela y sus tres hijos: María Elena, Enrique y Alberto. Pero LA GACETA no dejó de salir ni un solo día.
Los García Hamilton en Buenos Aires fueron a vivir a un hotel familiar con pensión completa, modesto pero digno, en la Avenida de Mayo: el "Mundial Hotel", que todavía funciona.
En ese hotel se hospedaba una persona que fue uno de los dos culpables de que yo exista. En efecto, vivía allí un señor viudo, Eduardo Dessein, con su hijo, el estudiante de ingeniería Daniel Patricio Dessein.
En "El Mundial" se conocieron María Elena García Hamilton y Daniel Patricio. Y aquí estoy yo, casi ocho décadas más tarde, contándolo.Muchos otros personajes importantes, al menos para mí, integraban la lista de huéspedes del "Mundial": entre ellos, Ana María Palacios, la protagonista de la novela Pasado amor, de Horacio Quiroga. Era una joven venezolana emigrada con su familia a Misiones por razones políticas, y posteriormente a Buenos Aires por razones sentimentales, ya que su madre, que se oponía a sus relaciones con Quiroga, la obligó a ello. Se hizo íntima amiga de los García Hamilton. En tanto, don Alberto, a quien, por mucho tiempo le estuvo vedado pisar suelo tucumano, viajaba constantemente desde Buenos Aires a las Termas de Río Hondo, (por lo que estaba casi en la provincia, pero en suelo santiagueño) para reunirse con los jefes de las diversas áreas de LA GACETA. Desde allí y desde una oficinita que había alquilado muy cerca de la Plaza de Mayo porteña, seguía dirigiendo personalmente el diario y mandaba constantemente editoriales y crónicas por vía telegráfica. Como los fondos de que disponía eran pocos y lo que tenía que decir era mucho, comprimía sus despachos mediante un código que los redactores de LA GACETA tuvieron que aprender a descifrar para devolverles toda su extensión originaria.
Con el transcurso del tiempo pudo regresar a Tucumán donde pasaba muy largas temporadas dedicado por entero a su labor periodística y viajando a Buenos Aires, donde había quedado su familia.
Desgraciadamente para mí, y afortunadamente para el lector presunto que hasta aquí hubiera llegado, no puedo continuar mis digresiones en torno de don Alberto, pues debo ser el primero en ajustarme al máximo-máximo que LA GACETA Literaria permite. Corto abruptamente. Pero nada impide que enfoque, si Dios me da larga vida, la trayectoria y la obra del fundador, desde otros ángulos. Una trayectoria y una obra que a mí me enorgullecen.
(c) LA GACETA

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