Mundial de Sudáfrica 2010. Sale Argentina a la cancha para jugarse el pase a semifinales contra Alemania y Diego Maradona le confía la misión de cuidar el lateral derecho a Nicolás Otamendi, con la dupla Burdisso-Demichelis al medio y Heinze por la izquierda. ¿Otamendi de 4?, se preguntaba el país futbolero. La Selección se hundió aquella tarde con un 0-4 inapelable y Otamendi cargó el sanbenito de una mala actuación. Jamás pudo hacer pie, lo amonestaron y terminó reemplazado por Pastore. Tenía entonces 22 años y una brillante carrera europea por delante, pero ese partido marcó a Otamendi. Le dejó una frustración difícil de asimilar.

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Pasó el tiempo y al siguiente Mundial, en Brasil, Otamendi lo miró desde afuera. Jugaba en ese momento en Atlético Mineiro, club al que había llegado a préstamo desde el Porto portugués. Alejandro Sabella debía realizar el corte definitivo para dejar la lista en 23 hombres y Otamendi cayó víctima de ese tijeretazo junto a Gabriel Mercado, Éver Banega y “Licha” López, entre otros preseleccionados. Sabella optó por Basanta y por Federico Fernández para completar una nómina de defensores que también integraban Garay, Demichelis, Rojo, Campagnaro y Zabaleta. Era un Otamendi de 26 años, una edad ideal, pero no en el mejor momento de su trayectoria. Así que esperó.

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Rusia 2018 fue otra cosa. Otamendi revistaba en la elite de la Premier League con la camiseta de Manchester City y para Jorge Sampaoli era titular inamovible. Pero el equipo argentino naufragó irremediablemente y terminó de ahogarse en Kazan, cuando Mbappé, Griezmann y Pogba lo demolieron a fuerza de piques, gambetas y toques. Entre la media cancha que agrupaba a Mascherano-Biglia-Banega y la última línea se abría un mar en el que Francia navegaba a voluntad. Otamendi y Rojo se pasaron la tarde enfrentando mano a mano y desacomodados a los cracks rivales. El resultado fue previsible. Y lapidario.

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¿Y qué hay del cuarto capítulo de esta historia? Es, hasta aquí y por lejos, el más feliz de todos. Otamendi está jugando un Mundial soberbio, liderando la defensa con una concentración y una eficacia impecables. Impasable por arriba y por abajo, su entereza física y mental contagia a una línea que alternativamente despliega cuatro o cinco jugadores. No tiene problemas para jugar de 2, de 6 o centralizado entre “Cuti” Romero y Lisandro Martínez. Es la voz de mando, una garantía en el área, infalible en el uno contra uno. Esa es la conclusión que ofrecen los seis partidos disputados por la Selección en Qatar, a la espera del más importante de todos y, en el caso de Otamendi, contra la mejor ofensiva de la Copa del Mundo.

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Tras la debacle de 2018 Otamendi supo reinventarse y mantener su vigencia en la Selección. Sobrevivió a la profunda renovación del plantel implementada por Scaloni y sus 34 años lo hacen uno de los pocos veteranos del plantel. Luego encontró en “Cuti” Romero un socio ideal para afirmar desde el fondo el equipo que conquistó la Copa América. Nada es casual: Otamendi está viviendo una primavera en su carrera y fue elegido uno de los mejores zagueros de la primera fase de la Champions League, que se reanudará tras el Mundial. Los hinchas de Benfica lo aman, lo que seguramente demorará el sueño-objetivo que anunció en más de una ocasión: volver al país para retirarse jugando en River, club del que es fanático más allá de haber surgido de las inferiores de Vélez Sarsfield.

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Pasó el duelo con Croacia y al podio de la Selección, en el balance previo a la final, se suben Lionel Messi y Julián Álvarez. El tercero, en ese orden, es sin dudas Otamendi. El que la pasó mal siendo un pibe lleno de responsabilidades -y en un puesto ajeno- durante el Mundial de Sudáfrica. El que se quedó afuera de la cita brasileña, cuando Argentina se quedó a un pasito de la gloria. El que debió soportar el huracán francés en la Rusia profunda y milenaria de Kazan. Toda esa experiencia, todo ese aprendizaje es el que Otamendi ha transformado en un bagaje imprescindible para el manual del defensor mundialista. El que no puede fallar.