COMPILACIÓN

CAMBIO DE DIRECCIÓN. ESCRITOS EN VIAJE

EZEQUIEL MARTÍNEZ ESTRADA

(Fondo de Cultura Económica – Buenos Aires)

Las cartas, diarios y demás “escritos en viaje” (y no “de viaje”) hablan de la posición vital de uno de los intelectuales más autárquicos de nuestro país, dueño de una agudeza monstruosa para detectar lo que él consideraba los síntomas del cuerpo enfermo del país, como señaló en toda su obra ensayística, donde puso en práctica esa “amargura metódica” que lo disponía a pensar, según uno de sus biógrafos.

Y viajar, para él, no es más que una metáfora de ese no-lugar que habitaba en relación a sus contemporáneos (corrido tanto por izquierda como por derecha, diríamos hoy), por lo que, leer sus reflexiones sobre las ciudades que en distintos momentos visitó -en algunas de las cuales vivió y trabajó- es acceder a una mirada extrañada e incómoda que jamás se queda en la superficie, sino que “cala hasta el hueso”.

La edición (con selección y prólogo de Martín Kohan) incluye cartas a Victoria Ocampo, con la que mantuvo un vínculo que superaba sus diferencias ideológicas y que le permitió encontrar un refugio donde escribir, la revista Sur, y donde recuperarse de la dura reacción alérgica que sufrió en todo el cuerpo durante la década del 50, quizás la más visceral de las respuestas que un intelectual le haya dado a la época que le tocó vivir.

Anatomía decadente

Forman parte de esta selección fragmentos de Radiografía de la pampa y de La cabeza de Goliat donde examina, con el pesimismo de la razón, los modos en que el atraso se manifiesta en nuestro país. En el primer ensayo, reflexionará sobre el surgimiento de los pueblos de la pampa “como pájaros después de un desbande” que, rodeados de la soledad del campo, guardan “como relicarios”, todo el conservadurismo de las costumbres españolas. En el segundo, denuncia el crecimiento deforme de la ciudad de Buenos Aires, para continuar siendo una ciudad-puerto colonial en detrimento del desarrollo de todo el país. Una ciudad de la que siempre se sentirá expulsado, cuya velocidad frenética, sostiene, no es signo de actividad sino de taquicardia.

En el año 1942 viaja a EE.UU. y observa, con mucha precisión, las diferencias entre Miami, Washington, San Francisco y Chicago, como imágenes refractadas de nuestra sociedad. Descubre con sorpresa que, a pesar de estar en guerra, en Miami, sus habitantes viven en un estado de alegre consumismo. La estadía en Washington lo lleva a pensar en la tragedia que generó la abolición de la esclavitud que redujo a los negros a la servidumbre y los expulsó a su nuevo hogar, la calle.

Descubre el origen del carácter industrioso de la sociedad norteamericana en la lectura que los colonos protestantes de Inglaterra hicieron del texto sagrado. “Norteamérica es una interpretación hecha con las manos de la Biblia” concluye el viajero, al confrontarla con la lectura que hizo el catolicismo, en contra del sentido comercial que le dio el protestantismo.

Una década más tarde el destino es Europa y comienza por Suiza, un país del que ironiza acerca del bienestar de sus prolijos ciudadanos, conseguido sobre el tesoro expoliado a los demás países por los dictadores del mundo.

El encuentro con el último secretario de Tólstoi en Yásnaia Poliana, la casa de campo del escritor ruso, lo llevará a añorar la “agreste soledad” de su vida ascética, mientras se pasea por las habitaciones que inspiraron escenas de Ana Karenina.

Los primeros años de la revolución cubana lo encontrarán instalado en la isla, enarbolando su apasionada adscripción al proceso revolucionario, y elige, para describirlo, tres fotos de Fidel Castro. En la primera, preso en una comisaría con el cuadro de Martí de fondo y en esa instantánea lee la continuidad de un proceso. En la segunda, junto a Camilo Cienfuegos, percibe la vitalidad de Castro frente al carácter mortífero de aquél, para llegar a la tercera, donde capta el sesgo religioso de un movimiento que lo tuvo como líder indiscutido.

Y el encuentro con el Che, otro argentino fuera de lugar, le ofrecerá, en el final de su vida, la posibilidad de redimir a la humanidad de tanta “descomposición cadavérica” de la que fue un consecuente acusador.

© LA GACETA

MARÍA EUGENIA VILLALONGA