Ocho partidos duró la primavera del Boca de Battaglia. En poco más de 90 minutos, River lo devolvió al invierno de los últimos estertores de la era Russo: carentes de sustento futbolístico, famélicos de goles y sostenidos únicamente por cierta efectividad en la definiciones por penales. Justo en el peor escenario, un Monumental casi repleto, Boca volvió a ser ese Boca que parecía haber dejado atrás. La goleada que evitó en el resultado, la sufrió desde lo táctico y desde lo espiritual. Battaglia salió a jugar el Superclásico con una formación especulativa, priorizando jugadores con oficio por sobre otros con desfachatez y buen pie, virtudes que sobran en el equipo de Gallardo. La expulsión de Rojo no es excusa: a partir del golazo de Álvarez -facilitado por Rossi-, Boca se conformó con no ser goleado. A eso apuntaron los cambios de su DT, que a pesar de la inacción de sus hombres, permaneció en silencio durante el resto del partido. Del otro lado, Gallardo -ganando 2 a 0 con baile incluido- le pedía más a sus hombres. Ahí estuvo la diferencia.

Superclásico: un baile monumental