Por los alrededores de la cancha de cualquier equipo de fútbol argentino abundan los puestos de choripanes, los días de partido. Las cercanías de La Ciudadela no son la excepción a esta regla. Y entre los sinnúmeros de parrillas que humean antes, durante y después de un encuentro, se destacan dos, ubicadas una junto a la otra. Ambas están dispuestas bajo sendos gazebos azules y ambas muestran carteles que anuncian lo que se vende. Lógico: ambas pertenecen al mismo equipo choripanero.

“Somos una familia. Vendemos en las canchas y, también, cuando hay espectáculos”, cuenta Juan Ángel Cabrera, responsable de una de las parrillas. El joven, de 28 años, cuenta que lleva en el rubro casi un tercio de su vida. “Trabajo con mi suegro. Ellos hacen 32 años que laburan de esto. Yo llevo 10”, dice.

Agrega que aunque no son fabricantes de los chorizos que venden, sí se trata de productos que sólo venden ellos. “Los compramos a un hombre que los hace para nosotros, nada más”, señala. Pero además de ofrecer esta exclusividad, tienen un plus para dar al consumidor que los elija: sobre la mesa están dispuestos varios recipientes que contienen un apetitoso aditivo. “Eso lo prepara mi mujer, para llamar la atención de la gente. Es una especie de chimichurri especial, algo así como ensaladitas que hace ella Eso no hay en otro puesto”, precisa, orgulloso. De hecho, acaso por los “choris” exclusivos, acaso por la salsa particular, cuenta que algunos hinchas les compran siempre. “Tenemos clientes fijos, vendamos donde vendamos”, afirma.

Según precisa, cada jornada laboral pueden llegar a vender entre 20 y 25 kilogramos de chorizos. “Eso significa entre 200 y 250 choripanes”, explica. Cada uno se vende a $ 40. “Estaba más barato, pero como el que nos fabrica los chorizos nos aumentó nosotros también tuvimos que aumentar”, justifica.

El cálculo es sencillo. Para vender esos eventuales $ 10.000, la familia de Juan Ángel debe sacrificar medio domingo. “Nosotros vinimos hoy (por el domingo) a las 10 y tal vez nos quedamos hasta cerca de las 22. Estamos todo el día. Pero se vende. Por lo menos para mantenerse se vende”, cuenta. El partido entre San Martín y All Boys comenzó a las 17. Ellos llegaron siete horas antes para conseguir ganar un buen sitio en la esquina de Bolívar y Pellegrini.

Según dice, el mayor movimiento se da luego de terminado el partido. “La gente sale con hambre y si el ‘Santo’ gana se consume más. Y ni te cuento si llega a jugar a la noche”, indica. La charla debió interrumpirse por la presencia de apurados clientes que buscaban degustar un “chori” antes de ver ganar a San Martín.