Hace pocos días se cumplió un siglo de la muerte del doctor Amador L. Lucero. Falleció el 16 de octubre de 1914, mientras dormía. La fecha centenaria pasó en silencio y era previsible. Es verdad que una avenida de Tucumán lleva su nombre, pero nadie sabe hoy quién era este ser a quien Leopoldo Lugones consideraba “el hombre de mayor talento” que había conocido. Para Juan B. Terán, era “una mente singular y superior”, y “en muchos aspectos un espíritu extraordinario”.

Lucero había nacido en San Luis en 1870, pero la familia lo trajo a Tucumán en la niñez. Aquí se educó y actuó largos años. Fue bachiller de nuestro Colegio Nacional en 1886 y, tras doctorarse en Medicina en Buenos Aires, volvió a Tucumán para ser dos veces diputado a la Legislatura, ministro de Gobierno de Lucas Córdoba, presidente del Consejo de Higiene y diputado nacional por Tucumán desde 1902 hasta 1906.

Espíritu múltiple, se destacó en varios terrenos a la vez. Fue uno de los médicos forenses más afamados de la Capital, a la vez que un renombrado periodista (fundó “La Gaceta de Buenos Aires”) y un no menos reconocido crítico de arte y experto musicólogo, que llegó a dirigir un tiempo el Teatro Colón.

A Juan B. Terán lo asombraban “su agudeza” y “su capacidad de comprensión de las cosas más contradictorias”. A su juicio, Lucero “fue un combativo a ultranza y al mismo tiempo un quintaesenciado, un preciosista: médico y escritor, político de provincia y cultor y hasta traductor de Paul Verlaine, apasionado de Gobineau, de Beethoven y de Nietszche”.