La mentira se puede analizar desde varias aristas. Conceptualmente se la puede definir como la falsificación voluntaria de la verdad. Para que sea mentira es necesario el conocimiento de la verdad, y eso puede suceder sólo después de los tres años de edad (antes es sólo fantasía).

Se puede mentir por diversos motivos: temor, compasión, juego, engaño. Y esto provoca daños, patologías y ocultamiento de información.

La importancia de la mentira depende de las circunstancias, del contexto y de las relaciones donde se produce. Por ejemplo: no es lo mismo la mentira de un médico, cuando minimiza una enfermedad porque así disminuye el sufrimiento o la angustia del enfermo, que la de un psicópata consuetudinario, no confiable y deshonesto. O la de los estafadores, que falsean su identidad usando alias: así buscan un beneficio personal o que les dé placer.

Lo fabulatorio
Están también los casos de patologías, como la parafrenia, donde en los delirios predomina lo imaginativo y lo fabulatorio.

Todos en algún momento podemos haber dicho alguna mentira sin importancia (o con alguna importancia) y sobre todo sin consecuencias.

El problema surge en aquellas personas que, por inseguridad, tienen tendencia a mentir sobre cosas de su vida que supuestamente las ponen en una posición más importante y valorizada (comúnmente se les dice mitómanos). Cuando lo hacen con frecuencia terminan creyéndolo y así ponen en evidencia su actitud. Por eso se dice que la mentira tiene patas cortas.

La pregunta que cabe es: ¿si ante cada mentira nos creciera la nariz como a Pinocho, no seríamos todos un poco narigones?