La educación como resonancia mutua

La educación como resonancia mutua

Los seres humanos anhelamos resonar, esto es, tener relaciones significativas con las personas y las cosas. La verdadera educación es siempre un proceso de resonancia a partir de un encuentro personal. Educar es soplar suavemente sobre una llamita para que pueda llegar a ser una espléndida hoguera.

VÍNCULOS. Estamos hechos para aprender y lo hacemos conectándonos. VÍNCULOS. Estamos hechos para aprender y lo hacemos conectándonos.
25 Junio 2023

Por Jaime Nubiola

Para LA GACETA - PAMPLONA

El sábado 20 de mayo tuve ocasión de asistir en el magnífico teatro del Museo de la Universidad de Navarra al acto de graduación de los estudiantes de mi Facultad de Filosofía y Letras. Había impartido clase a un buen número de los que se graduaban y resultó una jornada emotiva de felicitaciones, abrazos y fotos con los grupos familiares.

Sin embargo, lo que más me impresionó de toda la celebración fue algo que dijo el profesor Álvaro Sánchez-Ostiz en su bello discurso agradeciendo su elección como padrino de la promoción. Venía a decir que «al nombrarnos padrinos o madrinas, nos recordáis que hemos hecho saltar con vosotros cierta chispa de conexión humana. Y es delicado asunto este de la conexión humana. Para no sonrojarnos, solemos dejar a poetas o filósofos que descifren cómo y por qué los seres humanos llegamos a sentirnos vinculados… a pesar de que la forma más corriente de sabiduría consiste en la resonancia mutua. No es una mera tendencia de los humanos: ¡es lo que nos hace humanos! Estamos hechos para aprender y lo hacemos conectando con nuestros semejantes».

Hace varios meses leí con interés al sociólogo alemán Hartmut Rosa que ha escrito abundantemente sobre la noción de “resonancia”, tomada originalmente de la música, y que Rosa aplica no solo a las personas con las que conectamos, sino también a la naturaleza, a las obras de arte o a los libros. Frente al ‘modo agresivo’ de estar en el mundo que ha hecho posible los éxitos espectaculares de la ciencia, la técnica y el desarrollo del bienestar, Rosa sostiene -escribía yo en LA GACETA Literaria el pasado enero- que «el modo fundamental de la existencia viviente del ser humano no es disponer sobre las cosas sino entrar en resonancia con ellas». Me pareció no solo hermoso, sino profundamente verdadero: lo que los seres humanos anhelamos no es controlar el mundo, sino resonar, esto es, tener relaciones significativas con las personas y con las cosas.

Sin embargo, las palabras de mi sabio y joven colega que escuchaba en el acto de graduación daban un paso más allá de Hartmut Rosa, que me parece muy importante para comprender en toda su hondura el propio proceso educativo. Sugería Sánchez-Ostiz que la verdadera educación es siempre un proceso de resonancia basado en el empeño del profesor en «el bien y la libertad de sus alumnos: solo así puede compartir lo mejor que tiene, que no son las respuestas, sino el modo de hacer preguntas». Es así. La educación no tiene nada que ver con el adoctrinamiento: como ya advirtió Plutarco en su Ars Audiendi, educar no es llenar un vaso, sino más bien encender un fuego, o -me gusta añadir a mí- quizá soplar suavemente sobre una llamita para que pueda llegar a ser una espléndida hoguera.

En mis años de trabajo universitario he podido comprobar una y otra vez que esto es así: los mejores profesores son aquellos que “resuenan” en y con sus estudiantes, que ven brillar los ojos de sus alumnos por las ganas de aprender. Por eso me ha encantado leer en el reciente libro Acompañamiento educativo: el arte de cuidar y ser cuidado (Khaf, Madrid, 2022) la defensa que hace Xosé Manuel Domínguez de la educación como encuentro entre personas. Copio: «La educación la vivimos como un proceso de encuentro entre personas, como un acontecimiento que trasciende la transmisión de información, la realización de tareas o la corrección de exámenes. Y justo esto es lo que nos produce alegría profunda, lo que da sentido al día a día de nuestra tarea educativa: las personas con quienes nos encontramos y las personas para quienes trabajamos» (p. 10).

De ordinario, quienes se ocupan de la administración educativa centran su atención en los planes de estudio, la adquisición de competencias, la planificación docente, la formación del profesorado y cosas de este estilo, pero casi nadie advierte que la educación es sobre todo un encuentro personal, que la educación solo se da si profesores y estudiantes resuenan mutuamente.

© LA GACETA

Jaime Nubiola - Profesor de Filosofía en la Universidad de Navarra ([email protected]).

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