Dan ganas de vivir en estado de Qatar permanente

Dan ganas de vivir en estado de Qatar permanente

BANDERA. La colgó Newell’s, en respaldo a Leo Messi. Rosario sigue conmovida por el tiroteo y las amenazas. BANDERA. La colgó Newell’s, en respaldo a Leo Messi. Rosario sigue conmovida por el tiroteo y las amenazas.

Tal vez llegue el año 2123 y la prensa y nuestros descendientes recordarán de alguna manera el centenario del Mundial de Qatar. A Leo Messi (¿aparecerá en el siglo algún jugador no sólo de su calidad sino también de su permanencia?) acaso como símbolo definitivo del fútbol global. Los días en los que cinco millones de personas tomaron las calles para un festival popular sin que hubiese muertos y ni siquiera daños graves que lamentar. La reflexión viene a cuento de los premios “The Best” de la FIFA, la coronación más argentina que nunca de la Federación que comanda Gianni Infantino, el presidente suizo que el último lunes parecía cantar él mismo “Muchachos” mientras la ceremonia de Zurich se vestía de celeste y blanco.  

La premiación argentina fortalece la impresión de que los Mundiales dominan la escena en su año de disputa. Los ganadores allí serán ganadores anuales, no importa cuantos méritos hayan hecho otros con sus clubes a lo largo de la temporada. El propio Lionel Scaloni, DT de la selección argentina, se rió y consideró “una falta de respeto” haber sido premiado él antes que su admirado Carlo Ancelotti, DT italiano de Real Madrid, en el rubro de mejor técnico del año. Y se entiende. Un total de 21 títulos, Copas Mundiales de Clubes, Champions, Premier League, Liga de España, Serie A italiana, Ligue 1 francesa, copas de todos los colores y una última gran temporada con Real Madrid es obvio que parecen una vidriera mucho mayor que un Mundial (y una Copa América si añadimos trayectoria. Aun así, serían 21 títulos contra apenas 2). Pero el Mundial es el Mundial. Y, más aún, si fue un Mundial tan especial como el de Qatar, con Messi levantando por fin su trofeo tras la final más emocionante en la historia de las Copas de la FIFA.  

Por eso, nuestra TV parecía en transmisión repetitiva y eterna con las imágenes de la premiación, los discursos, los aplausos y los goles y emociones que remitían a Qatar. Está claro: dan ganas de vivir en estado de Qatar permanente. La tentación de abrazarnos a la nostalgia (todavía reciente, claro) de nuestros días más felices es inevitable. Pero sabemos que es imposible. No sólo porque luego volvemos a nuestro fútbol inevitablemente más frágil y discreto. Sino también porque nos duele el país. Y un Mundial es apenas un recreo. Extraordinario, pero recreo al fin. Hasta el mensaje mafioso narco de Rosario nos recuerda esa otra realidad.  

El anuncio oficial de la AFA de la renovación de Scaloni fue entonces la noticia más positiva en medio de la fiesta. Era un hecho, pero la demora simplemente desnudó desacuerdos. Algunos, según rumores, producto de algún fastidio en los meses de preparación. Que el profesionalismo y dedicación no fuera sólo de los futbolistas, sino también de la dirigencia. Lo mismo que el perfil bajo a la hora de la fiesta. Los otros desacuerdos, según trascendió, producto de la lógica negociación en medio de un país cuya economía sufre desde siempre, con dólares que cotizan un día una cosa y otro día otra, y regulaciones que también cambian de mes a mes. La incertidumbre eterna. Argentinidad al palo. Todo ese contexto tiene dos caras: por un lado podría haber servido como excusa para un eventual fiasco (la presión por responder al mandato de felicidad, etc). Por otro lado, ayudó acaso a encender el fuego. Como sea, la fiesta de Qatar fue ante todo el compromiso colectivo de honrar un trabajo, impulsado, claro, por la misión de honrar además al capitán Messi.

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