Cómo se monitorea a los tapires, “arquitectos” del ecosistema

Cómo se monitorea a los tapires, “arquitectos” del ecosistema

Un equipo de la Facultad de Ciencias Exactas preparó los dispositivos para registrar los movimientos de los animales liberados en la yunga en San Javier.

Cómo se monitorea a los tapires, “arquitectos” del ecosistema

Dos tapires hembras andan sueltas por la yunga tucumana. Sami y Suyana. Aunque pesan 210 y 240 kilos respectivamente, son prácticamente adolescentes (tres años) y están aprendiendo a vivir en libertad en el cerro, que hasta hace unas ocho décadas era el ambiente de sus ancestros, devorados por la urbanización y la depredación. Estos dos ejemplares fueron rescatados en Jujuy cuando tenían tres meses -cuenta Juan Pablo Juliá, director de la reserva universitaria de Horco Molle- y criados en cautiverio. Empiezan a dar sus primeros pasos en libertad en el marco del Proyecto Tapir, para devolverlos a su hábitat natural.

Son animales grandes pero inofensivos, bastante miopes -se guían más por el olfato- y herbívoros, comen hojas y frutos. “Son extremadamente tranquilos”, dice Juliá. Cuando fue liberada Sami hace dos semanas, la decana de Ciencias Naturales, Virginia Abdala, describió al tapir como “arquitecto del ecosistema”, porque con sus hábitos alimenticios ayuda a reconstituir los arbustos, fundamentales para el equilibrio en la yunga. “El tapir es una especie considerada paraguas porque, cuando se la protege, también protege a otras especies”, explicó. “Vamos a corroborar la hipótesis de arquitecto del paisaje -dice Juliá-. Con el ramoneo hace que la planta crezca en forma arbustiva”. Y especifica: “la bióloga Soledad de Bustos dice en su tesis doctoral que eso hacen precisamente los tapires”. Tras las dos semanas en soledad de Sami, el viernes le tocó salir a Suyana. “En cuanto las liberamos se juntaron casi al instante. Estuvieron muy activas; se movieron mucho, casi llegaron a la cumbre del cerro”.

Ambas tienen un collar con un dispositivo que permite monitorear sus movimientos y su situación. El Proyecto Tapir se hace mediante una coordinación con la Facultad de Ciencias Exactas.  El equipo coordinado por los ingenieros Sergio Saade (responsable del proyecto) y Esteban Volentini (responsable técnico), se gestó en 2019, cuenta Saade,  cuando el entonces decano de Naturales, Hugo Fernández, le trasladó al titular de Facet, Miguel Ángel Cabrera, el desafío de buscar la forma de proteger a los tapires para su inserción en la yunga. Tres docentes y cuatro estudiantes (ahora graduados) trabajaron en el diseño, la elaboración y puesta en funcionamiento del dispositivo: Juan Ise, Leandro Gigena, Gustavo Siles, Gonzalo Alderete Hero y Facundo Quiroga. “El proyecto tiene tres áreas -dice Saade- : 1) Sistemas embebidos: la computadora hace el muestreo de la unidad y el almacenamiento. El collar va registrando los movimientos del tapir. 2) Telecomunicaciones: se manda una señal a una estación base con antena, ubicada en la residencia de Horco Molle. 3) Se vincula la señal de la base con internet por un software para mostrar en tiempo real dónde está el tapir”. Un elemento de ocho por ocho milímetros en un dispositivo de 4 por 10 cm que se monta en el collar del tapir y se lo protege para que quede aislado de golpes y del agua. Queda sellado con resina. El monitoreo es independiente de los satélites -cuyo servicio es costoso-, si bien se hace con la detección por GPS. “Hemos creado una tecnología desarrollada por nosotros. Una estación base, más el software, más el componente del collar. Se usa GPS como el de los celulares (que no tiene costo), que da la posición y esa señal pasa por un equipo de radio, porque en la yunga no hay 4G “, dice Volentini. La señal tiene poco alcance, aunque por ahora ha sido suficiente porque el radio de movimiento del tapir es pequeño, cercano a las fuentes de agua. Se va a poner otra antena posiblemente en el monoblock de la Ciudad Universitaria.

El riesgo de los perros

Los tapires prácticamente desaparecieron por la cacería y por la destrucción del hábitat, cuenta Juliá. “Hace 80 años la yunga estaba bastante degradada. De Horco Molle a la Primera Confitería era zona de cultivos y estaba lleno de vacas el cerro”. En los 80 había 600 vacas; hoy sólo hay 120, dice. Y explica: “las vacas y los tapires no se llevan bien. Donde habita uno, no se encuentra el otro”. También en los tiempos anteriores al establecimiento del parque universitario Sierra de San Javier -que desde 1972 protege unas 14.100 hectáreas de yunga- hubo mucho desmonte. “Ahora la selva se ha recuperado”, explica. El tapir prácticamente no tiene predadores: los cazadores, los pumas -hay muy pocos- y los perros. “Hay temor por una jauría de cimarrones que anda por la zona y que ya cazaron dos ovejas cerca de la escuela”, cuenta. También se teme que las tapires puedan bajar cerca de la zona urbana de Yerba Buena y sean atacadas. “Las monitoreamos cada hora”, explica Saade.

Según cuenta Juliá, es un proceso en el que se va aprendiendo. Primero se estudió en Chaco la forma de reinsertar al tapir. A Sami y Suyana se sumará pronto un macho, Gaspar. “Los tapires son monótonos, hacen los mismos recorridos, las mismas sendas y en los mismos horarios”, dice. Mientras Sami y Suyana se familiarizan con la yunga, en la reserva les dejan algo de alimento balanceado equino, papa, zanahoria, banana, algo de alfalfa. “Es bueno que tengan un lugar donde sentirse tranquilas; necesitan ir a explorar, armar su territorio. Esperamos ver cómo los tapires empiezan a colonizar el ambiente”.

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