Sexualmente hablando: el amante interior

Sexualmente hablando: el amante interior

Sexualmente hablando: el amante interior

Hace unos años circulaba un texto de Jorge Bucay que instaba a las personas a buscarse un amante. Es decir, una pasión. No necesariamente tenía que ser una pareja. El amante podía venir de la mano de la ciencia, la literatura, la música, la política, el deporte y tantas otras posibilidades. Se trataba de encontrar alguien o algo que nos perturbara la conciencia “al punto de dibujarnos una sonrisa de solo pensarlo, apartándonos, aunque sea por un momento, del triste destino de sobrevivir”. Y venía a cuento de las muchas personas que acudían a su consultorio pidiendo ayuda por sentirse tristes o padece síntomas varios y cuyas vidas transcurrían de manera monótona y sin expectativas. Dedicadas a subsistir, sin saber mucho qué hacer con su tiempo libre. Les faltaba un estímulo, un amante, según Bucay.

Una energía primordial

Cuando escuchamos la palabra “amante” solemos pensar en un otro, en esa persona que nos gusta y que es importante para nosotros. Menos frecuente es advertir que el amante más esencial quizás habite dentro de nosotros mismos. Y no afuera. A esto se refieren los famosos terapeutas norteamericanos -ellos mismos pareja- Daniel Ellenberg y Judith Bell, autores del libro “Amantes para toda la vida”. Sostienen que la clave para la liberación de nuestro verdadero potencial erótico reside en la aceptación total del “amante interior”, el que, aunque incluye nuestra sexualidad, va más allá: “Manifiesta la energía primordial que fluye a través de la pasión, la vitalidad, la sensualidad y la conciencia y que, al entrar en contacto con él, inevitablemente entablamos una aventura amorosa con la propia vida. Además, el desarrollo del amante interior nos permite fortalecer nuestra capacidad de amar y ser amados”. Ni más ni menos que el ser conscientes del “milagro de estar vivos”, al que se hace referencia tantas veces. Y que por lo general lo advertimos cuando pasan cosas que nos hacen dar cuenta lo frágil que es todo y que no podemos dar nada por sentado.

La idea es que el amor existe -o debe existir- antes de que el “otro” aparezca. Porque, como dijo Erich Fromm, amar tiene que ver con una facultad y no con un objeto. Es más, amar a otro sería sentir nuestro propio amor en presencia de otra persona. Pero siempre se trata de un amor que surge desde adentro.

Por eso Ellenberg y Bell -con un razonamiento parecido al de Bucay- afirman que si no tenemos una relación vigorosa con el amante interior, intentaremos conseguir uno fuera de nosotros mismos (un marido, una mujer, el levante de la noche) para llenar el vacío. Pero ese amante “exterior” está destinado a desilusionarnos, porque nadie puede proporcionarnos la satisfacción profunda y duradera que sólo procede del interior.

Llenar el vacío

El apego a un amante sin una relación firme con el amante interior, puede desembocar en un vínculo codependiente o abusivo, ya sea física o emocionalmente. Y es que si somos incapaces de sentir amor por la vida… con seguridad buscaremos compañeros inadecuados. Y esta disposición a sacrificarnos a nosotros mismos con la esperanza de encontrar amor es el abono perfecto para las relaciones tóxicas: cuando el otro no nos proporciona eso que anhelamos, podemos, por ejemplo, montar en cólera y volvernos violentos (por nombrar uno de muchos posibles patrones autodestructivos). “Incapaces de depender de nuestro amante interior, preferimos la violencia a tener que enfrentarnos con el dolor del vacío y angustia que nos inunda”.

En cambio, cuando abrazamos esa parte nuestra, inspiramos amor de manera natural.

Cuanto más sólido es este vínculo interno, nos convertimos en espejos de la vitalidad que nos rodea y entonces dejamos de estar atraídos por el amor de otras personas y comenzamos a atraer amor hacia nosotros. ¡Una gran diferencia!

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