Sexualmente hablando: las fundas de Falopio

En la historia de los aportes científicos para la salud sexual, Gabriel Falopio -por quien llevan su nombre las trompas del aparato reproductor- ocupa un lugar destacado. Durante la primera epidemia de sífilis de la que se tienen registros, en el siglo XVI, el médico nacido en Módena y sucesor de Vesalio en la cátedra de Padua, creó el precursor del preservativo. Aunque sería más exacto decir que lo recreó: existen hallazgos que indican que los antiguos egipcios utilizaron protectores rudimentarios.

El condón de Falopio, diseñado para la protección y no para la anticoncepción, era una funda hecha de tripa de animal y lino que se fijaba al pene con una cinta. Venía con un manual de instrucciones en latín, y se sugería que fuese sumergido en leche tibia antes de su uso. Sobre su efectividad, el anatomista aseguraba: “Realicé el experimento en 1.100 hombres y pongo a Dios como testigo de que ninguno de ellos resultó infectado”.

Falopio fue pionero también al defender algo inusual por entonces: la higiene. En su libro De Morbo Gallico (“El mal francés”, sinónimo de sífilis), insistía: “Tan asiduamente como el hombre tenga relaciones, debería lavarse los genitales o limpiárselos con una tela. Luego debe utilizar un pequeño trapo de lino para el glande y retirar el prepucio. Si es posible, debe humedecerlo con saliva o con una loción”.

Pero la sociedad de la época no llegó a reconocer el alcance de este invento. Sólo en el año 1665, un siglo después de la muerte de Falopio, el preservativo fue citado en el libro A Panegyric Upon Cundum (“Un panegírico sobre el condón”), del famoso hombre de letras John Wilmot, conde de Rochester. Algunos creen que el vocablo proviene del doctor Condom, médico del lujurioso Carlos II, quien abastecía al rey de preservativos hechos con intestinos de animales. Pero otros aseguran que es sólo un mito, y que lo más probable es que sea una conjunción del latín cunnus (para la vagina) y dum (fácil de engañar). Aunque teniendo en cuenta que Rochester era un hombre de la Reforma, también podría tratarse de un juego de palabras con el nombre del proveedor del Rey.

De cualquier manera, el condón de Falopio -perfeccionado en el siglo XX gracias al látex- adquirió una dudosa reputación en cuanto a su efectividad. Y su utilización durante el acto sexual tampoco era demasiado honorable. La ingeniosa Madame de Sévigné (la misma que, “como no tenía tiempo para escribir una carta breve, siempre redactaba una larga”), describió a la funda anticonceptiva como una “telaraña contra la infección y una barra de acero contra el amor”. Casanova, en cambio, pareció utilizarlo como un método de seducción “para poner al sexo limpio a resguardo de todo temor”.

James Boswell, escritor y aristócrata escosés, dio su testimonio del fracaso de este método para retener el orgasmo masculino (uno de los beneficios que se le atribuían). En 1764 escribió en su diario: “Bien excitado. Me coloqué el condón. Entré. El corazón me latía. Se cayó. Dije: ‘Lo lamento, es un verdadero signo de pasión’”.

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