Martín Guzmán Martín Guzmán

En su exitoso ensayo “Diario de testimonios del 5° piso” Juan Carlos Torre, un casi ignoto funcionario de Juan Vital Sourrouille, ministro de Economía de Raúl Alfonsín en los difíciles albores de la recuperación de la democracia en 1983, narra atrapantes anécdotas y episodios de la trastienda del poder en aquellos días, que sin embargo conservan total actualidad.

El 5° es el piso del Palacio de Hacienda donde se ubica el despacho del ministro de Economía de la Nación. No cuesta imaginarse la carga emocional que debe haber depositada en esas paredes, tras el paso de personajes como Celestino Rodrigo, Antonio Cafiero, José Alfredo Martínez de Hoz, Domingo Cavallo, Roberto Lavagna, José Luis Machinea y Ricardo López Murphy, por nombrar unos cuantos.

Ese mismo lugar ha sido el escenario de las tribulaciones del renunciante Martín Guzmán, el aventajado discípulo argentino de Joseph Stiglitz, el imperturbable catedrático que nunca terminó de asimilar ni entender los complejos códigos que caracterizan a la política y, en particular, al manejo del poder. Quizás todo funcionario debiera tener como lectura obligatoria, no las anécdotas de Torre, sino los descarnados razonamientos y consejos de Macchiavello en “El Príncipe”. Al fin y al cabo, patéticamente, la naturaleza humana sigue siendo la misma y el poder está teñido de sus perversidades.

Guzmán fue a la vez, víctima y victimario. Arrancó bien, con la negociación de la deuda con los acreedores privados. Pero pagó muy cara la decisión política del gobierno nacional (¿Cristina?) de priorizar esa negociación antes que la deuda con el FMI. Se creyó que era mejor dejar al Fondo para después de las elecciones y tratar de gambetear un inevitable ajuste.

El tiro por la culata

La economía se vistió de inflación descontrolada y se fue de madre, mitad pandemia mitad gestión. Una ola imparable de mal humor social sepultó con votos al gobierno y al llegar el vencimiento del endeudamiento contraído por el gobierno anterior la debilidad fue extrema.

Si algo le faltaba a este panorama fue el incomprensible y terrible enojo de Cristina contra su creatura política y contra la hermética personalidad de Guzmán. Ni el presidente ni su ministro de Economía tuvieron el tino de involucrar al kirchnerismo en la negociación. Eran frecuentes las quejas de madre e hijo por la falta de información sobre el curso de las negociaciones de Guzmán. “Este nos toma por pelotudos”, era una constante del discurso de Máximo en los días previos a su renuncia a la presidencia del bloque.

El descontrol inflacionario, el creciente desencanto y desazón de la sociedad, la definitiva convicción de que el 2023 estaba perdido si no había un cambio fuerte de rumbo (y aún así, dicen algunos en la Rosada, es difícil revertir el traspiés electoral).

En el entorno de Cristina, en los últimos días, cualquier análisis comenzaba negando con énfasis cualquier posibilidad de reelección de Fernández (“Alberto está liquidado”) y con la misma intensidad poniendo en duda si terminaba su mandato.

Para nosotros, los atribulados habitantes del otrora Jardín de la República, la gran incógnita es qué pasará con Juan Manzur y cómo impactará en el siguiente capítulo de la saga de La Caldera del Diablo, aquel culebrón de los años 60.

Anoche, el jefe de Gabinete estaba a mil kilómetros de Olivos. Apenas se supo la renuncia de Guzmán, el nombre de Manzur empezó a sonar, pero no para reemplazarlo sino para sumarse a los movimientos del gabinete. La potencia que tomaba el presidente de Diputados, Sergio Massa, hacía dudar de su continuidad. Con el correr de las horas, Manzur, que hacía tanto silencio que llamaba demasiado la atención, podía ser una figura necesaria para ocupar el Ministerio del Interior. Pero todo era especulación. Si algo no le falta a Manzur es habilidad para negociar y los tucumanos lo saben más que nadie. Trepó a los espacios más inesperados sin que la mayoría se diera cuenta. Por eso el jefe de Gabinete tejió hábilmente una buena relación tanto con Massa como con Cristina y en los últimos meses su vínculo con ellos pasaba por sus mejores momentos. Por las dudas, anoche, el gobernador Osvaldo Jaldo no tenías novedades del Jefe de Gabinete.

En la página 501 de su “Diario de una temporada en el 5° piso”, Juan Carlos Torre cuenta cómo el 31 de marzo 1989 el ministro de Economía Juan Vital Sourrouille le pidió que redactara su renuncia y se fue a Olivos sin avisar. Allí Sourrouille y Raúl Alfonsín analizaron lo que vendría y quién sería el reemplazante (Juan Carlos Pugliese). Ayer, Guzmán llamó a Alberto Fernández al mediodía y le contó su decisión. No se discutió el futuro ni el mañana. La impericia de Guzmán arrastra más de lo que él imagina. Como dice Maquiavelo: “los hombres ofenden antes al que aman que al que temen”.

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