Nueva edición de La patria fusilada, un clásico del periodismo argentino

Nueva edición de La patria fusilada, un clásico del periodismo argentino

La entrevista de Paco Urondo a los sobrevivientes de la Masacre de Trelew acaba de ser reeditada por Fondo de Cultura Económica.

29 Mayo 2022

Por Alejandro Duchini

Para LA GACETA - BUENOS AIRES

La patria fusilada, de Francisco Urondo, cuenta en la voz de tres sobrevivientes (María Antonia Berger, Alberto Miguel Camps y Ricardo René Haidar) cómo fue la Masacre de Trelew, el 22 de agosto de 1972. 16 personas asesinadas. Otras seis escaparon a Chile. Si no era por quienes se salvaron, los hechos ocurridos en la Base Almirante Zar hubiesen pasado a la historia como un enfrentamiento y no como asesinato por parte de las fuerzas militares, al mando del entonces presidente de facto Alejandro Lanusse.

Los detalles se los contaron Berger, Camps y Haidar a Urondo en una celda de la cárcel de Devoto, el 24 de mayo del 73, horas antes de que asuma la presidencia Héctor Cámpora y se libere a los presos políticos. Entre ellos, los protagonistas de esta historia. Se terminaban así los 18 años de proscripción peronista. En el ambiente, sin embargo, había tensión. Juan Domingo Perón continuaba proscripto.

Esta edición de La patria fusilada cuenta con notas preliminares del periodista Daniel Riera. Le sigue un texto de Ángela Urondo Raboy -hija del periodista asesinado durante la última dictadura- y otro de Raquel Camps, hija de uno de los sobrevivientes de la masacre. Tras la crónica continúa un apéndice en el que se contextualizan los hechos con referencias a los caídos y a los juicios a los responsables.

Ángela Urondo Raboy refiere al libro escrito por su padre como un material en el que se “se resguardan para siempre las voces de María Antonia, secuestrada y desaparecida a mediados de 1979; de Alberto, asesinado en su casa por fuerzas represivas el 16 de mayo de 1977; y de Ricardo, secuestrado y desaparecido en Brasil el 19 de diciembre de 1982 en el marco del Plan Cóndor”. Y agrega: “Sobrevive también intacta la voz de Paquito, mi viejo, quien ofició de entrevistador, atador de cabos sueltos y ordenador de la charla, y luego fue asesinado en un operativo por la policía de Mendoza, el 17 de junio de 1976”.

Ya en el texto principal, Urondo describe el cuadro de situación. Era de noche cuando se encendió el grabador. El clima, define Urondo, denso. Y como buen entrevistador se limitó a preguntar poco y escuchar mucho. “Prácticamente, no intervine. Alguna vez, para retomar un tema pendiente, nada más. Porque los tres se trabaron en un diálogo y se ayudaban mutuamente, aclarándose datos que tenían confusos”. “Yo quería intervenir lo menos posible, como corresponde a todo entrevistador, ¿no es cierto?, que procura que hablen los otros. Pero esas intervenciones fueron lo más delicadas que pude, para no distraerlos o afectarlos de alguna manera”.

Luego, testimonios. Fechas y apellidos. Momentos cruciales. La toma del Aeropuerto Internacional Almirante Marcos Zar. La huida a Chile, la entrega de los 19 presos políticos. Pero lo terrorífico sigue cuando los sobrevivientes detallan el momento de los asesinatos de Carlos Heriberto Astudillo, Rubén Pedro Bonet, Eduardo Adolfo Cappello, Mario Alberto Delfino, Carlos Alberto Del Rey, Alfredo Elías Kohon, Clarisa Rosa Lea Place, Susana Graciela Lesgart, José Ricardo Mena, Miguel Ángel Polti, Mariano Pujadas, María Angélica Sabelli, Humberto Segundo Suárez, Humberto Adrián Toschi, Jorge Alejandro Ulla y Ana María Villarreal de Santucho. Hay gritos de dolor, heridos que piden ayuda, silencios.

En el apartado titulado Los caídos, tras el cierre de La patria fusilada, se da cuenta de quién era cada uno de los muertos. Y en Los caídos II se relata la suerte de Berger, Camps y Haidar, además de la de Urondo. En este párrafo también se cuenta sobre Alicia Raboy, la pareja de Urondo, detenida y llevada a un centro clandestino. Desaparecida hasta hoy. Ángela, la hija de ambos, estuvo 23 días secuestrada hasta que se la dieron en adopción a una prima de su mamá. “Recién en su adolescencia, Ángela supo su verdadera identidad”, se lee.

La misma Ángela que ahora, a casi 50 años de aquella masacre, participa en esta nueva edición: “Es un espacio sin tiempo, donde también nosotros ingresamos, desde otro lugar, como lectores, espías y testigos privilegiados de un diálogo, el relato directo de la historia que se va a enunciar. Una historia trágica. Morir sin morir. Vivir asesinados. Muertos vivos. Vivos muertos”. Y que también escribe: “Cuando aprendemos a escuchar, podemos leer con los ojos cerrados”.

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