Crónicas de guerra: primera sangre en Malvinas

Crónicas de guerra: primera sangre en Malvinas

Como Buzo Táctico, Diego García Quiroga integró el equipo de élite que desembarcó el 2 de abril en las islas para recuperarlas del dominio británico. Tres horas eternas a la par del Capitán Giachino.

LA RENDICIÓN. El buzo táctico José Ramón Cardillo toma prisionero a un militar británico el día del desembarco en Malvinas. LA RENDICIÓN. El buzo táctico José Ramón Cardillo toma prisionero a un militar británico el día del desembarco en Malvinas.
03 Abril 2022

Por José María Posse - Abogado. Escritor. Historiador.

El 2 de abril de 1982, el teniente de fragata Diego García Quiroga (hijo de una tucumana de la familia Aráoz) pasó a los libros de historia al protagonizar uno de los hechos más significativos en la recuperación de Malvinas: la toma de la casa del gobernador británico Rex Hunt. La orden era no causar bajas al enemigo, lo que convertía a la misión en sumamente riesgosa. Integraba un cuerpo especial de comandos, Buzos Tácticos, tropa de élite dentro de la Armada Argentina. Su relato, mientras yacía herido junto al capitán Pedro Giachino, merece ser conocido por las generaciones actuales y futuras:

“El 26 de marzo de 1982 me encontraba listo a asumir la guardia de oficial retén de la Base Naval Mar del Plata. Los últimos días habían sido algo movidos y había expectación entre los oficiales que se reunían en la Cámara de la Base, a raíz de los sucesos de Georgias. Mi Comandante había sido llamado a Puerto Belgrano, y yo sabía que personal de la Agrupación Buzos Tácticos se encontraba trabajando en algún lugar, que no conocía en detalle. Sobre el filo del horario de retirada, una llamada telefónica del Comandante requirió: ‘Alistar la unidad para una operación inmediata’. Me dirigí entonces al aula de la Agrupación de Comandos Anfibios convertida en sala de situación, donde sobre un pizarrón el teniente Jorge Horacio Bardi (Segundo Comandante) se hallaba llenando una planilla de equipamiento para una operación de la cual yo no sabía nada aún. El capitán Guillermo Sánchez Sabarots me dijo entonces que yo, junto con siete Buzos Tácticos que ya había elegido, íbamos a integrar una patrulla mixta de Buzos Tácticos y Comandos Anfibios cuyo jefe sería el capitán Giachino, a quien yo conocía. Esta patrulla actuaría a sus órdenes en el desembarco a realizarse en las Islas Malvinas”.

Operación Rosario

Comenzaba la operación Rosario para recuperar el archipiélago a la soberanía argentina. Se llamó así en recuerdo de los criollos y españoles quienes, durante las invasiones inglesas, se pusieron bajo la advocación de la Virgen del Rosario para enfrentar a las tropas invasoras.

El 28 de marzo, llevando a bordo a los Comandos Anfibios y un grupo de ocho Buzos Tácticos (entre los que se encontraba el suboficial tucumano José Ramón Cardillo), el destructor Santísima Trinidad zarpó, “hecho lo cual y de inmediato, nos pusimos a la tarea de armar los botes asegurándolos en cubierta, en previsión de temporales”.

EL PRIMER HÉROE.El Capitán Pedro Giachino, muerto en la casa del gobernador Rex Hunt. EL PRIMER HÉROE.El Capitán Pedro Giachino, muerto en la casa del gobernador Rex Hunt.

En medio de un mar embravecido, el 29 de marzo, ante la agitación del mar que impedía las reuniones de comandantes y jefes, se rompió el silencio de radio para impartir las instrucciones finales de la operación en curso. Se establecía la intención de realizar una maniobra incruenta, tratando de evitar causarle bajas al enemigo británico, aún a costa de sufrir bajas propias.

Las malas condiciones meteorológicas que imperaban, con vientos de más de 70 km/h, obligaron al día siguiente a posponer la ejecución de la operación, fijando el 2 de abril como Día D, fecha en la se llevaría a cabo el desembarco y ocupación de las Islas por parte de las fuerzas argentinas. Los objetivos principales eran la toma de la residencia del gobernador inglés y el cuartel de los Royal Marines.

“La navegación transcurrió sin mayores novedades (continúa el relato García Quiroga), con los buques en constante formación. Hacia el 30 de marzo el capitán Giachino nos reunió para detallar la orden de operaciones y distribuir la patrulla. En total éramos 16, se había agregado el cabo enfermero Ernesto Ismael Urbina, cursante del curso Comandos Anfibios”.

“Un día antes del desembarco -el 1 de abril- nos informaron un cambio de planes: debíamos tomar la casa del Gobernador, e inducirlo a convencer a la población acerca de lo inútil de una resistencia. Como misión colateral, debíamos marcar una pista de aterrizaje para el helicóptero que traería al primer escalón de apoyo, en una cancha de fútbol lindera”. García Quiroga hablaba perfectamente el inglés, por lo que su presencia resultaba de gran importancia.

TESTIGO INOBJETABLE. El relato de Diego García Quiroga tiene la precisión de quien estuvo en la primera línea del combate. TESTIGO INOBJETABLE. El relato de Diego García Quiroga tiene la precisión de quien estuvo en la primera línea del combate.

“El ánimo estaba alto. Durante la reunión previa al desembarco, camuflarse bien, vestirse de traje seco, verificar el armamento, etc. El Capitán Giachino nos recordaba con voz serena en la penumbra de las luces rojas del taller en donde nos preparábamos: ‘Abran bien los ojos, porque para los que vuelvan, ésta será la primera vez que estarán en combate real y esa experiencia habrá que transmitirla’ -evoca-. Fuimos bajando a los botes a medida que nos llamaban, descolgándonos mediante pescantes construidos a ese fin. La noche era negra, oscura como pocas. ‘Ideal para un ataque’, pensé. Manos que nos guiaban, que nos apretaban firmes, susurros de ‘suerte’, ‘los esperamos’, y alguien que me desliza un caramelo en la mano”.

El desembarco

Los 21 botes se encolumnaron a popa del buque y una vez listos zarparon. La Malvinas volverían a ser Argentinas.

Continúa su relato García Quiroga: “Hacía frío y la navegación era difícil, debido a la gran cantidad de cachiyuyos, invisibles en la noche (los cachiyuyos son una especie de algas que crecen en las rocas sumergidas). Este inconveniente desorganizó toda la formación quedándose atrás muchos botes y adelantándose otros. Llegamos a la playa en bastante desorden. Mi grupo y el del Teniente Álvarez éramos los encargados de dar seguridad, mientras los demás se quitaban la ropa de agua y luego rotábamos los puestos. Así se hizo y una vez que tomamos contacto todos (los botes habían llegado en cualquier orden), esperamos que la columna de marcha de la Agrupación de Comandos Anfibios desapareciera rumbo a Moody Brook, tragada por la oscuridad y nos pusimos en marcha”.

“Habíamos desembarcado algo más al Este de lo previsto, lo que impidió que diéramos con el alambrado al que habíamos referido nuestro camino en la carta, por lo que prescindimos de su uso y nos dirigimos directamente hacia la sombra de Sapper Hill, que adivinábamos al frente. El camino era difícil, tanto más que no se veía nada… Deteníamos el avance más o menos cada 50 pasos, hasta escuchar los dos silbidos de los exploradores, indicándonos el camino libre. A medida que nos acercábamos al objetivo y el reflejo de las luces del pueblo permitía ver mejor, estas distancias de 50 pasos fueron agrandándose, lo que hacía que los exploradores se ausentaran por lapsos de hasta 20 minutos”.

La resistencia

Para entonces, los británicos ya estaban en conocimiento del desembarco argentino y preparaban la resistencia, como buenos soldados profesionales que eran.

García Quiroga recuerda: “Justo antes de llegar a Sapper Hill, pasó un jeep Land Rover por el camino que seguía la base de la montaña, obligándonos a ascender a marcha forzada hasta la cima, en la cual hicimos el alto más prolongado de la marcha. Desde nuestra posición se observaba claramente el pueblo, y planeamos el desplazamiento en el frío de la noche”.

“El Capitán Giachino se destacó y lo siguió el teniente Lugo con su grupo. Habrían pasado unos 10 minutos cuando inicié el descenso hacia la casa. Durante esa bajada empezamos a escuchar muchos disparos desde el lado de Moody Brook. El capitán Sánchez Sabarots estaba atacando. Casi inmediatamente, se inició el movimiento de vehículos en el pueblo y dos camiones (uno de ellos con marines) estacionaron en la parte trasera de la casa”.

“A esa altura, aún me hallaba a 400 o 500 metros de la casa del gobernador con mi patrulla sobre una elevación. Ya se escuchaban tiros entre lo que yo suponía era la patrulla del teniente Lugo y los defensores de la casa de quienes me llegaban, con el viento, gritos y órdenes. Aún estaba decidiendo por dónde aproximarme, cuando escuché los gritos del Capitán Giachino que me llamaba hacia el frente de la casa”.

“Me pegué a Giachino. Él me ordenó: ‘Háblele’. Hice una bocina con mis manos y con toda mi voz grité el mensaje: ‘Mr. Hunt, somos marines argentinos, la isla está tomada, los vehículos anfibios han desembarcado y vienen hacia aquí, hemos cortado su teléfono y le rogamos que salga de la casa solo, desarmado y con las manos sobre la cabeza, a fin de prevenir mayores desgracias. Le aseguro que su rango y dignidad, así como la de toda su familia serán debidamente respetados’”.

“No hubo respuesta. A una señal de Giachino, repetí el mensaje. No hubo respuesta. ‘Tírele un granadazo’, me dijo y tiré una granada que explotó en el jardín. Una voz contestó: ‘Mr. Hunt is going to get out...’ Esperamos lo que habrán sido dos minutos y el Capitán Giachino me dijo molesto: ‘¡Apúrelos, c...!’ Repetí el mensaje y esta vez contestaron con ráfagas y con voces que decían: ‘Don’t go (Mr. Hunt)’. El tiroteo se generalizó, y de pronto vi a los cabos Flores, Alegre y Ledesma como cubiertos por una sábana color naranja. De inmediato comprendí que eran proyectiles trazantes que se originaban en el pueblo. Nos disparaban a través de la cancha de fútbol”.

“Nos tiramos al suelo con el Capitán Giachino y comenté: ‘Jefe, si no entramos nos cocinan’. Él me miró y me dijo: ‘sí, hay que entrar’. Mientras lo decía, saltó una pequeña verja y llegó hasta la puerta. Atrás de él siguió el suboficial Cardillo y luego los cabos Flores, Ledesma y yo, pero no recuerdo en qué orden. Derribada la puerta, nos enfrentamos a un pasillo largo y sin salida, salvo por una puerta lateral cercana a la entrada y que se hallaba cerrada. El suboficial Cardillo trató de derribarla de una patada pero lo único que logró fue resentirse el pie, ante lo cual el capitán Giachino rompió el vidrio con una granada y la abrió mediante el picaporte”.

Caída y evacuación

“A partir de este momento recuerdo todo como si fuera una película de cámara lenta: Giachino se dio vuelta y dijo ‘Por aquí no, hay que pegar la vuelta’. Salió con una granada en la mano (la que usó para romper el vidrio). Atrás de él, casi pegado, salí yo. Lo veía un poco más adelante, a mi derecha. Giró de pronto, como cayéndose. Gritó: ‘Me dieron, Cristina, me dieron’. En ese instante sentí que me arrancaban el brazo. Fue como un hachazo, luego un empujón leve, indoloro y un fuego en el abdomen. Pensé en hablar, no sé que dije, llamé a mi mujer y me caí contra un pequeño cobertizo contra el que se incrustaban las balas. Ví el cielo, creí que me moría y pensé: ¿Será así?”, prosigue el relato.

“El tiroteo seguía. A mi lado, mi Jefe de patrulla gemía, despacio. Me pregunté si él también moriría. Me desabroché la parka. No sentía mi brazo herido, solamente un fuerte dolor que lo anulaba. Quise moverme. Grité porque me dolía mucho y porque quería escucharme vivo. Me di cuenta de que Giachino llamaba al enfermero y empecé yo también a llamarlo a gritos, mientras me soltaba el cinto y me aflojaba el pañuelo del cuello. No dejamos de llamarlo hasta que escuchamos el grito de respuesta de ese valeroso cursante, informando que no podía, que lo habían alcanzado también. Esperé, consciente de un dolor que crecía en mi espalda. De a ratos arreciaba el tiroteo y yo bajaba una pierna que tenía encogida para aliviar el dolor, consciente de que otro balazo sería demasiado”.

“Aparentemente (y como comprobé luego por declaraciones del suboficial Cardillo) empecé a hablar en inglés, porque uno de los ingleses que nos había baleado me gritó que ordenase a los nuestros un alto el fuego y ellos mandarían al médico. Le contesté que no tenía aliento suficiente para gritar”.

“De pronto el capitán Ciachino me dijo: ‘Pibe, ojo por si me desmayo, que tengo en la mano una granada sin seguro’. Yo le pedí: ‘Tírela, por Dios’. Y él me contestó que no podía. Algo deben haber entendido los ingleses porque el que me hablaba me dijo que aquél de nosotros que tenía una granada la soltara. Al explicarle que no tenía seguro, él me dijo: ‘que la ate y la deje al costado porque si no lo hace disparo. Voy a contar hasta cinco’. Traduje esto lo más rápido posible y el Capitán Giachino le dio vueltas a la granada con la correa de sus binoculares, la colocó en el suelo y giró para alejarse. Al girar, ví que tenía la espalda llena de sangre”, recuerda.

Mientras esto ocurría, el suboficial Cardillo aguantaba junto a otros marinos en el interior de la casa, ya con las municiones agotadas, en medio de una lluvia de plomo disparada por los ingleses.

A García Quiroga, ese tiempo le resultó una eternidad: “El resto de ese período que duró tres horas fue de una lenta espera por un helicóptero… De pronto escuché un grito: ‘Pedro, soy yo, Tito’. Escuché que el Capitán Giachino contestaba: ‘Tito, apurate que no llego’. Alguien se acercaba. Vi de pronto ante mí la cara del almirante Carlos Büsser que me hablaba. Le dije: ‘El brazo no. Tengo un balazo’. Vi al suboficial Cardillo y al cabo Ledesma que se apresuró a inyectarme. Un Marine rubio me cubría con una manta (’¿Por qué? -pensaba yo- si no tengo frío’). Alcancé a ver un jeep. Lo alzaban a Giachino. ‘Llegamos Jefe’, creí decirle. Me alzaron. Me metieron en un jeep. De nuevo el dolor. Una camilla. Los techos del hospital de Malvinas y dos médicos que me tijereteaban toda la ropa, haciendo caso omiso de mis quejas. Me dicen: ‘You’re through, baby’”. Luego el helicóptero. Ya todas son caras, algunas conocidas, otras no. El rompehielos. La enfermería y más morfina. Comienza una sensación de asfixia que no me abandonará hasta el continente. Vuelvo a Malvinas y obtengo un pantallazo de los Buzos Tácticos con mi Comandante al ser subida mi camilla al avión. Quiero dormir”.

En el continente

“Durante el trayecto, un hombre al que le debo la vida, me golpea constantemente la cara y me repite, a sabiendas de mi apellido: ‘Rodríguez, no te duermas’. Llegamos a Comodoro Rivadavia, ciudad que conozco desde mi infancia. Me recibe el doctor Zeballos, del Ejército Argentino. Me pregunta cómo estoy. ¿Qué puedo contestarle? Tuve la suerte de estar allí, con un grupo de valientes y probablemente tenga la suerte de vivir para contarlo. ‘Estoy feliz’, respondo”.

“Salgo de un largo sueño para encontrar los ojos de mi señora, la cara de mi padre, el apoyo de mi Segundo Comandante, aún vestido de combate y con dos noches sin dormir. Me confirman el éxito de la operación (Rosario). Pregunto por mi jefe (Giachino) y lo bendigo, ejemplo de muchos y orgullo de los pocos que tuvimos la suerte de conocerlo y estar a sus órdenes. Semanas más tarde, convaleciente de otra intervención, mi Segundo Comandante me entregó otra muestra de la fatalidad: es una navaja suiza que colgaba de mi cinto a la altura de la ingle. Tiene las cachas rotas, y un balazo justo en el centro. Sólo tengo la marca de la herida que me hubiera matado. Aun así, hubiera valido la pena”.

Fuentes:

- Relato del entonces Teniente de Fragata (Buzo Táctico) Diego Fernando García Quiroga, participante de la recuperación de las Islas Malvinas el 2 de abril de 1982, incluido en “Operación Rosario”, obra compilada por el Contralmirante IM (R) Carlos Busser.

- Conversaciones del autor con el Comandante García Quiroga.

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