Malvinas, 40 años después
Malvinas, 40 años después
27 Marzo 2022

Un viaje con múltiples miradas

¿Cómo pensar Malvinas? Los abordajes suelen contaminarse con contradicciones -sentimientos y razón, heroísmos y miserias, relatos y enfoques enfrentados, verdades y mentiras-, dolor, subjetividad, desmemoria. Desde LA GACETA Literaria, en distintos aniversarios, buscamos ofrecer a los lectores ángulos variados para enriquecer la interpretación. En este número reunimos fragmentos de entrevistas y artículos publicados en estas páginas en los últimos años.

El relato de quien dio la primicia al mundo en la madrugada del 2 de abril se une al testimonio de uno de los primeros marinos que, después de desembarcar en la Isla Soledad, en esas horas marchaba hacia la casa del gobernador Rex Hunt, donde tendría lugar el primer enfrentamiento. El análisis de un destacado periodista inglés radicado en nuestro país se contrapone al de un lúcido escritor argentino. La reconstrucción de la cruenta batalla de Tumbledown se hace con la voz de comandantes de uno y otro lado, que curiosamente coinciden en la figura que usan para describirla. Se suman textos de un ex secretario de Inteligencia del Estado, un periodista de LA GACETA que estuvo en Malvinas, los diagnósticos de una especialista en relaciones internacionales y un diplomático, la mirada de uno de los autores que más escribió sobre la guerra y un ensayo, producido en estos días, de un editor tucumano que tenía en ese entonces la edad de los conscriptos que participaban en el conflicto.

Diversas ventanas para mirar Malvinas. El conjunto nos permite graduar los lentes, acercarnos y alejarnos, cambiar los ángulos. Nos metemos en el medio de la guerra, luego tomamos distancia en el tiempo con miradas analíticas, iluminamos distintas facetas. La lectura de corrido de los textos estremecerá a muchos. Vale la pena el viaje.

© LA GACETA

La primicia

por José Claudio Escribano

“En 1977, la Armada llevó a la Junta Militar como un tema de consideración la eventualidad de una invasión a las Malvinas. No parecía el mejor momento porque el proceso de debate con el Reino Unido no pasaba por su peor momento y se contaba con la resolución 2065 por la que la Asamblea de las Naciones Unidas impulsaba el diálogo. Las otras dos fuerzas respondieron que no había una hipótesis de guerra. Entonces el almirante Massera le confió al almirante Anaya, quien sería posteriormente comandante en jefe de la Armada, el desarrollo de esa hipótesis. En diciembre de 1981 la Junta Militar desplazó de su condición de presidente al general Viola, alegando inexistentes razones de salud. El almirante Lacoste, uno de los ministros que no había renunciado dentro de un gabinete dividido, me invitó a tomar un café y mientras me explicaba los pormenores de la situación, jugando con un llavero, me dijo: “Todo esto se arregla invadiendo las Malvinas”… En la tarde del 1 de abril tuve los primeros indicios. A las dos de la mañana tuve un santo y seña de que había tropas argentinas en Malvinas. Así La Nación fue el único diario en el mundo que tituló con la novedad.”

José Claudio Escribano - Periodista.

Ex subdirector del diario La Nación.

Una buena mañana para morir

por Diego García Quiroga

Poco antes de la medianoche del 1 de abril, desembarcamos en botes de goma desde el destructor A.R.A. Santísima Trinidad.  El grupo de Giachino, junto con los Comandos Anfibios y los Buzos Tácticos, fueron los primeros argentinos en desembarcar en las islas y lo hicimos en Mullet Creek, a unos trece kilómetros al sur de Puerto Stanley. Allí, luego de hacer un rápido reconocimiento del terreno para ubicarnos, iniciamos la marcha hasta la casa del gobernador, a la que llegamos antes de que amaneciera. El objetivo de nuestro grupo era apoderarse del gobernador Rex Hunt y llevarlo a la estación de radio para que desde allí transmitiera un mensaje a los pobladores, aconsejándoles no salir de sus casas y así minimizar la posibilidad de que el combate produjese bajas civiles.

Los Royal Marines apostados desde temprano en el interior de la casa, comenzaron a disparar cuando advirtieron nuestra presencia e hirieron al capitán Giachino en el momento en que intentábamos ingresar al edificio. Yo lo seguía y recibí también tres disparos, provenientes de armas diferentes. Uno me atravesó el codo, otro el torso y el tercero se incrustó en la cortaplumas suiza que colgaba de mi cinturón, a la altura de la ingle.

Quedé aturdido pero consciente. Caído a unos dos metros detrás de Giachino, sentía un dolor muy intenso en el brazo derecho con el que ya no podía empuñar mi arma y tenía la sensación de vivir la situación desde la distancia y en cámara lenta. Entre los gritos y disparos, escuché las expresiones de frustración del cabo Urbina, que había sido herido mientras trataba de acercarse para cumplir su misión de enfermero. También recuerdo el ruido de un helicóptero al que no pude ver, y la excitación que se disipaba transformándose en quietud y calma. El sol se elevaba y pensé que era una buena mañana para morir; al lado de amigos, y acostado en el pasto.

Diego F. García Quiroga - Oficial retirado de la Armada. En 1982 integró la Agrupación de Buzos Tácticos que desembarcó en Malvinas el 1º de abril.  

El infierno de Dante

Por Mike Seear

“Yo estaba muy asustado antes de entrar en combate. Pero, increíblemente, cuando empezó, actué como si estuviera en ‘piloto automático’. No obstante, el miedo volvió la última noche de la guerra, cuando todo mi batallón quedó atrapado, en la ladera norte del monte Tumbledown, en medio de un intenso bombardeo de artillería y de morteros que duró una hora. Mi adrenalina estaba tan alta que neutralizó la fatiga por falta de sueño a raíz de varias noches que habíamos estado bajo fuego. Eso me permitió actuar razonablemente bien. Pero la última noche de la guerra fue lo más parecido al infierno de Dante.”

Mike Seear - Oficial de Operaciones y Entrenamiento del Regimiento de Rifleros Gurkhas en la batalla de Tumbledown

La realidad de una guerra

por Oscar Jaimet

“La escena era dantesca, muy difícil de describir. La realidad de una guerra supera cualquier ficción. Se escuchaban los gritos de los heridos en las intermitencias de las ráfagas de tiros. Los ingleses nos rodearon, organizamos un repliegue y subimos al monte Tumbledown después de atravesar un campo minado por nuestros infantes de marina.

Llegamos a la cima a las cinco de la mañana y desde allí vi una bola de fuego volando sobre el mar y luego una gran explosión (era un misil exocet que habían tirado desde tierra y que había impactado en una fragata inglesa). Estábamos a escasa distancia de los ingleses, a no más de 40 metros. Yo recorría las posiciones y me protegía como podía. Un segundo antes de que cayera una granada de artillería, me zambullí en una cueva que había en el monte y milagrosamente salvé mi vida. Los ingleses subían por un acantilado y entonces pedí apoyo a la artillería.

Por esos errores propios del caos de la guerra, una ráfaga impactó a algunos de mis hombres. Detecté un nido de ametralladoras, me puse a dispararles con mi fusil y logré suprimir el fuego. Pero no el fuego del infierno que estábamos viviendo: ese continuaba. Designé al subteniente Franco, con 45, jefe de la retaguardia. Y en ese grupo se produjo la heroica actuación del soldado Oscar Poltronieri, quien se quedó con una ametralladora resistiendo fuego enemigo para que pudiéramos replegarnos.”

Oscar Jaimet - Comandante de la Compañía B del Regimiento de Infantería 6 en Tumbledown.

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