Ni juntos, ni todos, ni cambio

Ni juntos, ni todos, ni cambio

Un encuentro más allá de la frontera tucumana despertó suspicacias y motivó explicaciones. La oposición tiene muchas “estrellas” pero carece de director técnico. El oficialismo viene de una semana aciaga, pero recobra fuerzas.

En el comedor no hay mucha gente. Los pocos que están se predisponen a saborear un buen plato. Se niegan a que el trajín de la actividad los acompañe incluso hasta ese sitio de descanso. Aunque sean 36 horas alcanzan para tomar aire y despegarse de las tensiones. A estos dos personajes de la historia presente de los tucumanos no los desvela alejarse de la provincia, pero sí les atrae sacudirse la algarabía tucumana en la modorra santiagueña. Eso siempre viene bien.

El restaurante del hotel Amerian es un lugar público, inevitablemente. Y los dos tucumanos no pueden pasar inadvertidos, aunque quieran hacerlo. Adentro ya está el más grande, pero también el más poderoso. Su esposa lo acompaña y no parece dispuesta a ceder el tiempo de descanso que se ha ganado. Una voz conocida los sorprende. “Gobernador, tanto tiempo”, alcanza a oír uno de los curiosos y atentos que miran la escena tucumana. No se oye la respuesta. Los gestos amables no son suficientes como para que el uno o el otro invite a su interlocutor a compartir la mesa.

El recién llegado también está acompañado. Lo que podría ser una cumbre política es simplemente una casualidad; y, lamentablemente, lo que podría ser una casualidad es una usina de elucubraciones que terminan metiéndose en los intersticios del poder tucumano.

Los espectadores privilegiados cuentan que las caras de Osvaldo Jaldo y señora parecían que hubieran visto al fantasma Matías más que a un ex compañero de cruzada. Germán Alfaro aparentemente disfrutó más de este momento Kodak sin foto.

En política nadie cree en las casualidades y lo que es peor, todo necesita explicaciones. Para Jaldo contarle a Juan Manzur que estuvo a menos de un metro de Alfaro no es cosa fácil y no por la posibilidad de sufrir el contagio de Covid-19, precisamente.

En cambio al intendente de la Capital le viene como anillo al dedo este saludo porque sus socios en Juntos por el Cambio se ponen nerviosos. Están los que “whatsapean” rápidamente un “yo te lo dije, nos iba a traicionar” y también se anotan los que disfrutan del juego político del fundador del Partido para la Justicia Social. Pero este saludo llegó en el mejor momento porque las declaraciones del intendente de Yerba Buena promoviendo -y poniendo como innegociable- la candidatura a gobernador de Roberto Sánchez tenía como principal propósito incomodar al lord mayor capitalino. Es que Alfaro anunció –y más de una vez- que quiere ser gobernador de la provincia. Sánchez, en cambio, necesita un exégeta –y Campero no tiene empacho de serlo-, porque de su boca no sale ni una palabra de ese tema que lo tiene como protagonista principal, pero ausente al mismo tiempo.

El vestuario de JxC

El vestuario de Juntos por el Cambio parece más complicado que el del Paris Saint Germain de Messi, de Di María, de Mbappe, de Neymar, de Ramos, de Icardi y de Paredes. Hay demasiadas estrellas con grandes ambiciones, pero a diferencia del PSG, no tienen un director técnico.

La oposición tucumana aún no ha encontrado un referente que tire del carro. Es que temen que si surgiera, ese sería el futuro candidato a gobernador y por ahora Alfaro, Campero, Sebastián Murga (Creo) y Sánchez tienen el traje listo por las dudas el destino los haga subir al pedestal más alto.

Lo curioso es que la persona con cargo más importante dentro de la provincia de Juntos por el Cambio ingresó al comedor del hotel termense de la mano del mismísmo Alfaro. Beatriz Avila tiene el sitial más trascendente al haberse convertido en senadora de la Nación. Sin embargo ni su temperamento la convierte en la lideresa de la coalición opositora, ni su vínculo con el intendente la ayuda a serlo. No puede ella ser la Directora Técnica de la coalición opositora. Por ahora está obligada a mostrar fidelidad al equipo y a transmitir confianza cada vez que le toque llevar la pelota en la Cámara Alta.

Por ese motivo, la oposición es un equipo tipicamente argentino. En la cancha está dividido en dos. Adelante, las estrellas, individualistas, desesperadas por hacer su jugada y por convertir un gol; y abajo la defensa dispuesta a trabajar y armar el equipo desde la base.

“Qué ilusos fuimos en 2019”. La frase se le escapó hace unos días a un mediocampista que prefiere estar en el banco de suplente, mirando desde afuera las jugadas. “Creíamos que podíamos ser gobierno, pero no teníamos ni para competir el ascenso de la primera C”, agregó. “Ni para armar los equipos. Hacían falta más de medio millar de personas para cubrir cargos y no nos alcanzaba ni para tener fiscales”, insistió con su mirada panóptica. Entonces, deja de lamentarse y despliega la estrategia de juego: “hay que dejar que los adelante se maten arriba, pero hay que tener todo listo por las dudas metan goles”. “Hay que tener los equipos de gobierno listos para el día después de recibir la copa. No importa quien sea el goleador y termine sentado en el sillón de Lucas Córdoba, lo que vale es que haya un equipo trabajando y armando todo para cuando llegue el momento. Si no tenés plan ni programa, ni equipo, de qué sirve tener varios candidatos”, se pregunta este dirigente silencioso que empuja como si estuviera en un “scrum” rugbístico y no en una cancha de fútbol.

Indudablemente, esta teoría no la comparten la mayoría de las estrellas de JxC que lo único que quieren es ver sus nombres en las marquesinas y ser el gran candidato cuánto antes. Aquí está la verdadera grieta de los opositores que se sacan fotos y más fotos juntos, pero no logran el cambio.

La peor semana

En contrario, en el oficialismo salen juntos en las fotos, pero no precisamente para conseguir el cambio. Esta semana que nunca más volverá, Juan y Osvaldo pasearon por el jardín como esas parejas a las que las une sólo el tiempo.

Cada día que pasa, Jaldo es más gobernador y Manzur, menos mandatario provincial. Pero en estos últimos días todo fue pura inestabilidad.

El domingo que ya se fue amaneció con la versión segura de que el jefe de Gabinete tenía decidido dar un portazo y volver a la provincia. Los medios porteños justificaban esa decisión en el vacío de poder que había empezado a sufrir el tucumano. Toda la jornada estuvo cargada de dimes y diretes que convergían a la mala relación que había entre el Presidente de la Nación y el jefe de Gabinete. El domingo fue tan poco domingo para Manzur que por la noche tuvo que mover piezas en su equipo para que salir a desmentir tantas versiones: “La relación con el Presidente es excelente”, se escuchó decir a los gritos en su entorno.

Los viejos periodistas enseñaron siempre que cuando un funcionario desmiente su ida, o cuestiones referidas a su gestión, es porque la versión tiene una alta carga viral de certezas. “Mala tos le siento al gato”, como le gustaría decir a un empresario tucumano. Es que si todo estuviera bien, no habría necesidad de estar explicando lo que no reclama explicaciones.

Indudablemente, la incómoda situación del “canciller” tucumano exigía un trabajo especial. Y, ese es el juego que más le gusta a Manzur. Con paciencia de orfebre empezó la semana a tejer su reivindicación. Y, el viernes, después de varias fotos con Alberto, salió por la puerta grande de la Casa Rosada a la par del Presidente y ambos iban escoltados por el titular de la Cámara de Diputados, el diletante Sergio Massa.

Fueron los peores días de Manzur en su gestión nacional. Lo salvó el gong del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional. Sus pulmones volvieron a llenarse de poder y terminó más aliviado. Es que para el jefe de Gabinete dejar el cargo nacional significaría un fracaso, lo vista con el ropaje que se le ocurra. Y, volver a Tucumán no implicaría el regreso con gloria del guerrero, sino el retorno con la cabeza gacha de los perdedores. Y, así, sin mucha energía debería volver al campo de batalla donde lo hubiera esperado un Jaldo dispuesto a dar pelea.

Pero Manzur hace tiempo que dejó de ser aquel hombre que inventó José Alperovich. Guarda bajo su manga la designación de senador suplente. Ante cualquier contingencia, sólo tiene que tomar su celular y llamarlo al senador Pablo Yedlin y recordarle que debe dejar el cargo en favor de quien fuera su compañero de estudio, pero también su padrino político. ¿Existe la opción renunciar en la agenda de Yedlin? Hasta aquí la política siempre ha mostrado su cara mezquina y egoísta. Alperovich, Julio Miranda y el propio Manzur han sabido dar grandes ejemplos. “En caso de mal tiempo, desembarque en el Senado”, dice el instructivo político de Manzur, la duda es si Yedlin leyó esa cláusula.

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