

Dicen que si consideramos un período de vida sexual activa “normal” –y bastante optimista, pensarán algunos- de cincuenta años, una persona llega a disfrutar de algo así como diez horas de orgasmo en su vida. Veinte o treinta para aquellos que se masturban con frecuencia. Una cifra que deja pensando…
Y aunque también se la ha conectado con lo místico, con un acceso breve a la dimensión trascendente –un atisbo, donde el yo se disuelve y se funde con el otro- la experiencia mental y física del orgasmo, motor de tantas conductas humanas, es básicamente química. Provocada por la liberación de un conjunto de neurotransmisores a través del sistema nervioso, principalmente noradrenalina, dopamina y serotonina. Las dos últimas liberan los compuestos estimulantes del placer llamados endorfinas, moléculas que tienen una estructura similar a la morfina.
Casi narcótico
No es demasiado sorprendente entonces que busquemos, o mejor dicho que destinemos tantos esfuerzos a lo largo de nuestra vida, a conseguir unos segundos de esa tranquilizante y casi narcótica sensación de entumecimiento, bienestar y desconexión temporaria con la realidad. La famosa expresión francesa para referirse al orgasmo como le petit mort (“la pequeña muerte”) puede parecer un poco exagerada pero en realidad tiene mucho sentido: alude a ese mar de fondo de autodestrucción que caracteriza al consumo voluntario de cualquier narcótico.
Los teóricos de la sexualidad sostienen que el lazo entre el orgasmo y la muerte llega hasta el extremo cuando el clímax es acompañado de la pérdida de conciencia. De hecho existe la creencia de que la gente experimenta un orgasmo en el momento de la muerte. Algo difícil de corroborar, excepto en el caso del presidente francés Félix Faure, quien falleció de una apoplejía en 1899 mientras estaba en su despacho, pero no trabajando sino recibiendo una fellatio de su amante, Marguerite Steinheil (si bien es imposible saber si tuvo un orgasmo cuando murió o si murió al tener un orgasmo). Una versión asegura que la práctica en cuestión era otra y que Marguerite tuvo que ser operada esa noche para extraer el pene sólido del presidente de su contraída vagina.
Me muero
Una explicación para la idea de le petit mort se encuentra en algunas culturas donde persiste la creencia popular de que las personas nacemos con determinado número de orgasmos y que, al utilizar el último, nos llegó la hora.
Otros afirman que la relación muerte-orgasmo es tan simple como el hecho de que la erección masculina efectivamente “muere” después de la eyaculación, hecho que podría incrementar los tabúes sobre la masturbación: al “morir” una parte de nuestro cuerpo con cada orgasmo, la eyaculación infructuosa se convertiría en una suerte de microsuicidio. Razonamiento de lo más absurdo y forzado, uno más para engrosar los muchos que aún circulan para pronunciarse en contra del autoerotismo.







