Contradicciones peligrosas en Juntos y en Todos

Contradicciones peligrosas en Juntos y en Todos

En coordenadas electorales, sólo unas 48 horas atrás, el 23 estaba a la vuelta de la esquina para la clase política. Este año era una transición nomás, según osaron decir algunos referentes nacionales subidos al tren del optimismo por los resultados de noviembre. Acariciaban el poder. A sofrenarse, porque este año es una incógnita desde lo económico y lo social, y viene con desafíos desestabilizadores para la clase dirigente: el oficialismo debe mejorar su gestión por el malhumor ciudadano y para atenuar el optimismo opositor; y Juntos por el Cambio, a nivel nacional y provincial, tiene que superar las contradicciones internas que ponen en peligro su cohesión como alianza. Demasiados intereses cruzados en juego, demasiados partidos, demasiados opuestos, hasta ideológicamente: macristas, radicales, peronistas, bussistas; cada uno con sus matices. Una mezcla que puede resultar explosiva.

El peronismo por lo menos se concibe como parte de un movimiento; una instancia superadora de las estructuras partidarias y abarcativa de distintas expresiones políticas, pendulando desde la derecha hacia la izquierda, con sustento en una ideología: la justicialista, y con una doctrina por detrás. Insuperables en imaginación, incorregibles, los compañeros han inventado la gran excusa: cuando se pelean en realidad se están reproduciendo; 2019 fue la prueba pues tapándose las narices, a la sombra de su concepción movimientista -y puro pragmatismo-, accedieron a lo que más disfrutan: el poder. Contra un movimiento, sólo otro movimiento. ¿Otro movimiento?

En 1983, en el regreso a la vida definitiva en democracia, cuando Raúl Alfonsín derrota al PJ, cuando el radicalismo se impone por primera vez al peronismo, se fogoneó la noción del tercer movimiento histórico. Estaban por detrás, centralmente, los radicales; Renovación y Cambio simpatizaba con la socialdemocracia. El sueño era posible, el bipartidismo lo permitía. Hoy, Juntos por el Cambio, ¿reúne las condiciones para intentar ser un movimiento político que enfrente en esa dimensión a un oficialismo que se presenta movimientista, policlasista y polisectorial (por definición)? Tal vez la pregunta correcta sea si está en condiciones de mantenerse cohesionado este año para salir fortalecido como opción de poder en 2023. O si estalla.

Alfonsín, cuando lo consultaron sobre ese tercer movimiento histórico dijo que rechazó la idea porque el movimiento supera los partidos políticos y permite alianzas que no corresponden. Hay contradicciones dentro de sí mismo, no creo que sea posible. El peronismo demostró que la noción de verticalismo es lo que conceptualmente lo sostiene: al conductor, sea del extremo que sea, se lo respeta y se lo acata. Se alinean disciplinadamente. Sin embargo, en el Frente de Todos, no todos -precisamente- están con Cristina, no todos están con Alberto Fernández, tampoco con Massa, o con Manzur; y la lista podría ampliarse. El Gobierno tiene también sus propias contradicciones internas, y si no explota es porque los muchachos están en el lugar que más disfruta el peronismo: el poder.

Sin embargo, en este año, si el oficialismo no mejora el rumbo del país, la oposición podría ir acomodándose en la mesa con tenedor y cuchillo. Sin embargo, en esa fila de espera ya andan a los codazos por la cabecera de la mesa: a los macristas -que también tienen su interna, no ideológica sino de intereses personales- ahora se le animan los radicales que ya no quieren ser cola de león, y que también tienen sus propias cuitas, pero por cuestiones ideológicas e intereses personales. Los de Evolución, el grupo de Lousteau, expresaron que tienen otra mirada sobre la realidad respecto del PRO, a la vez que alteran la vida interna radical.

No se puede concebir a Juntos por el Cambio como un atisbo de nuevo movimiento, sí como un espacio que se define y se construye por lo que no es: ser las antípodas de un oficialismo que se integró a partir de la identificación peronista de sus referentes. Una especie de déjà vu, un retroceso al siglo del cambalache, de peronistas versus antiperonistas. Una grieta clásica, donde la oposición describe al oficialismo como kirchnerismo hegemónico, autoritario, corrupto, populista, chavista, pobrista, en suma lo peor para la democracia y el sistema. Conceptos que sirven para definirse por ser la contracara, no un espejo. El estilo de la política. Justamente, en aquella nota de los últimos años de Alfonsín, el ex presidente radical sostenía que era menester preservar la democracia de adjetivaciones y de política de confrontación. No es negocio; le podrían reprochar los dirigentes del tercer milenio.

En Juntos por el Cambio deberán hacer mucho esfuerzo por mantener la unidad en la acción y superar sus fuertes contradicciones internas para no fracturarse; ya han probado que unidos pueden ganarle al peronismo -como en 2015- y que no pueden correr el riesgo de desmembrarse. “Cualquiera que hoy se equivoque y saque los pies del plato de Juntos por el Cambio desaparece”, avisó Macri, usando un concepto por el cual puede ganarse mil repudios.

Y como para que no se vaya nadie, o para contenerlos a todos, JxC armó una mesa de conducción gigantesca -bien parecida a la mesa de conducción del PJ, donde hay 28 miembros, sólo para que la mayoría esté adentro y nadie se fugue-, de más de 20 integrantes: los presidentes de la UCR, PRO, CC y Peronismo Republicano, los tres gobernadores radicales, Horacio Rodríguez Larreta, Macri, los presidentes de los bloques parlamentarios de cada fuerza, los titulares de los interbloques de la coalición en Diputados y Senadores y dos miembros a propuesta de la UCR, dos del PRO, uno por la CC y uno por el Peronismo Republicano de Pichetto. Bien amplia. No es cuestión de dejar a alguien afuera de entrada nomás, sería mala señal.

Se sigue esta fórmula porque nadie quiere ungir a un líder tempranamente, porque esa pelea debe darse este año en Juntos por el Cambio: la de la instalación de aquellas figuras que pueden conducir a todo el espacio. Allí habrá dos campos de batallas internas, o previas, el macrista y el radical. El reto de la alianza es seguir unidos, superar sus propias contradicciones y mostrar que no son lo mismo que el oficialismo. Algo que se complicó a partir de que radicales y macristas bonaerenses acordaron con el peronismo la re-reelección de los jefes municipales. Los mismos intereses de supervivencia los hicieron abrazarse. Las diferenciaciones tienen límites éticos, no políticos.

Sucedió porque no hay liderazgos suficientes que bajen línea como para ser oídos y acatados. Así como pasó en el Congreso bonaerense, cada uno hará la suya hasta que aparezca ese conductor natural del espacio, cuya palabra respeten todos. Es el gran desafío de Juntos por el Cambio en 2022, tanto en el ámbito nacional como provincial, y en el medio mantenerse unidos y seguir sumando aliados.

Hace siete días se reunieron los principales referentes de JxC en Tucumán en una mesa amplia, en la que confluyeron radicales, macristas, alfaristas y ex bussistas; y donde hubo un par de ausencias notables. No se definió la mesa chica de conducción de la coalición opositora a la espera que la UCR se normalice, situación que reduciría a cuatro o cinco una eventual mesa política opositora. También será un año de instalación política para los opositores, aunque ya hay dos que picaron en punta: Germán Alfaro y Roberto Sánchez.

La diferencia de dos puntos en los comicios nacionales de noviembre ya es una anécdota, si bien pueden alimentar los discursos optimistas, la oposición sabe que el peronismo, unido aquí, le saca una diferencia mayor en la elección provincial.

Por eso la estrategia pasará por fomentar la división en el oficialismo, entre Manzur y Jaldo, porque con ellos juntos la diferencia en las primarias fue de más de 100.000 votos, y con ellos separados la diferencia de noviembre se acortó a 20.000. En esa línea pueden interpretarse las declaraciones del intendente capitalino cuando dice que no ve en Jaldo al conductor de la provincia, que las diferencias de fondo no fueron subsanadas y que todavía hay desconfianza entre el uno y el dos.

Ese es un capítulo, el otro es cómo seguir en la misma senda. Por ahora constituyen una fuerza electoral, todavía deben convertirse en una sólida opción de gobierno, creíble. Tienen este año para consolidarse en esa dirección. Pero también van a encontrar dificultades, hay agrupaciones internas del radicalismo disgustadas y se hacen algunas declaraciones que provocan ruido y que pueden desacomodar la estantería que tan difícilmente van armando en Juntos. Por ejemplo, tres días después de aparecer en la foto como la nueva incorporación en JxC, Nadima Pecci sacudió a algunos con un tuit: “32.758 inocentes muertos por aborto, estos sí son 30.000 de verdad”.

En el espacio opositor, como en el del oficialismo, hubo libertad de conciencia a la hora de definirse en el Congreso sobre la interrupción del embarazo, por lo que se es libre de pensar como se quiera en ese punto; pero lo que hizo ruido -y que provocó que varias copias circularan por whatsapp entre los opositores-, es la mención de los 30.000. Incomodó; especialmente a aquellos que en ese grupo recuerdan al radical Gerardo Pisarello o al peronista Dardo Molina. Un concepto repudiable en democracia, el mismo que usó Macri para amenazar a los que se vayan de Juntos por el Cambio. Demasiada liviandad con un tema delicado.  Circunstancia que viene a reabrir la puerta de un debate que se produjo el año pasado: incorporar o no a Fuerza Republicana, o sea a Ricardo Bussi, al espacio opositor. La normalización de la UCR puede despejar un poco el camino en ese sentido. O enrarecerlo, según el resultado.

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