Fiesta en La Pampa

Fiesta en La Pampa

Tucumán tuvo una presencia destacada en el festival federal de elencos independientes en Santa Rosa, organizado por el Instituto Nacional de Teatro.

Fiesta en La Pampa

Un encuentro en transición: obras prepandemia vistas en un tiempo nuevo

La realización de la 35° Fiesta Nacional de Teatro en Santa Rosa (La Pampa) tuvo características distintivas de otros encuentros. Como es habitual, participaron obras de todas las provincias, elegidas en 2019 por jurados especializados. El festival fue suspendido el año pasado por el covid-19; por ello, lo que se vio fueron producciones prepandemia, que registran un estado de cosas donde aparecían temáticas alejadas de la emergencia sanitaria. Así, se vive un período de transición, donde las urgencias vitales que sacuden al mundo en estos dos años no están en escena masivamente ni en este evento ni la producción actual, ya que traducción artística de las conmociones sociales tiene sus propios tiempos. Se recordó a los artistas fallecidos en el Andén de los que Partieron, montado en la exestación del tren.

“Estamos grabando”: elogios a la obra de Lupe Valenzuela

La emoción flotó muy especialmente en la sala de la Asociación de Trabajadores del Teatro Pampeano, donde Guadalupe Valenzuela presentó su “Estamos grabando”, una autoficción documental en la que mixtura viejas grabaciones de su padre, el sonidista Pichuco Valenzuela Aráoz, con relatos propios de búsquedas (del amor, de la memoria, de los desaparecidos...) y de su entrañable vínculo con Tucumán. La obra que representó a la provincia trabaja desde y con los sentimientos, sin caer nunca en el golpe bajo, y los deja expuestos como no se sintió en ninguna otra propuesta del festival. Hubo consenso unánime en considerarla una de las mejores propuestas presentadas (para muchos, en el tope del podio), sostenida desde la construcción de múltiples sentidos en una sólida conjunción entre Valenzuela, Andrea Zamora y María José Medina en escena. La plena conciencia del material de trabajo les permitió extender los límites de su obra más allá de lo que se ve, para que el público se apropie de lo ofrecido desde sus vivencias.

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La otra presencia escénica tucumana fue con “La moribunda”, el texto de Alejandro Urdapilleta a cargo de Diego Ledezma y Marcos Acevedo, quienes debieron batallar con un espacio poco beneficioso con su puesta. La entrega, el compromiso y la vitalidad de sus creaciones compensaron en parte las dificultades de El Molino (centradas especialmente en lo acústico), una vieja fábrica harinera reconvertida en centro cultural.

La nueva sala: una inversión millonaria en el Teatro TKQ

Inaugurar un teatro es siempre motivo de regocijo, y más cuando es el fruto de muchos años de trabajo. Con fondos propios y una inversión del Instituto Nacional del Teatro (en total, superior a los $12 millones), la fiesta fue el marco propicio para la apertura del Teatro TKQ (unión de dos grupos pampeanos, con Héctor Peli Malgá, Facundo Morales, Laura Acuña y Ana Santa Marta como responsables), con unas 120 butacas, última tecnología y espacio para albergar elencos en gira, motivo de orgullo de la cooperativa que lo posee y demostración de que, aún en pandemia, se siguió trabajando. Ese flamante lugar fue un símbolo de la amplitud geográfica y de la variedad de estéticas que signó (como viene haciéndolo) a la Fiesta Nacional: por allí pasaron desde las marionetas bonaerenses que recrearon la historia de Juan Moreira a la danza teatro de la santiagueña Mariana Gorrieri en “Ella”, con Mariela Moreno en el escenario, pasando por la santacruceña Nadia Romina Silva y su relectura de textos de Antonin Artaud en “Una tonelada de caracoles” (asume todos los roles: autora, protagonista y puestista) o la revisión de un clásico con “Proyecto Medea” (foto), del formoseño Lázaro Mareco. El texto de Eurípides sobre la madre que mata a sus hijos fue la base también que tomó Edgardo Dib para crear su “Medea va”. En los dos casos, se trabajó con intertextualidades que buscaron darle otros matices de significado a la tragedia griega, una aspiración que marcó más un camino a transitar que el fin del sendero.

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Celebración ausente: faltó calor

Ni siquiera en los días más calurosos, el festival teatral despegó en celebración. A diferencia de otros años, faltó fiesta. La alegría del reencuentro estaba presente, viva y se reflejó constantemente, pero detrás de los barbijos, los condicionamientos sanitarios y las burbujas. La necesidad de seguir cuidándose estuvo presente de forma natural, lo que eventualmente condicionó los cruces entre elencos y demás participantes del evento.

Una capital saturada: sin infraestructura

Albergar y atender a medio centenar de personas por día es un desafío importante. La pequeña Santa Rosa afrontó la prueba del mejor modo posible, pero los problemas de infraestructura hotelera, de desplazamiento y para alimentar a una tropa numerosa fueron notorios. La diseminación en hoteles distintos conspiró contra la posibilidad de generar espacios alternativos de diálogo, junto con errores serios del INT en el diseño de actividades paralelas.

Presencia de la mujer: mayoría femenina sobre el escenario

En términos cuantitativos y de ejes temáticos, la mujer volvió a ser mayoritaria en el festival nacional. Hubo 67 actrices y bailarinas en escena (la cifra incluye las disidencias) frente a 42 actores. Los valores se revierten en el campo de la dirección, con 17 hombres ante 14 mujeres (se generaliza en algunos casos de creaciones colectivas con los principales responsables de cada propuesta), y también con más presencia de dramaturgos varones que mujeres en cifras similares. Los textos de autor (Laura Sbdar, Santiago Loza, Gilda Bona, Alejandro Urdapilleta, Juan Pablo Gómez o Marco Antonio de la Parra) le disputaron espacio a las creaciones colectivas o propias, aunque siguen siendo mayoritarias. Entre los temas abordados, la violencia de género, las agresiones sexuales, la prostitución y el rol social de la mujer se multiplicaron: la porteña “Turba”, de Sdbar; “Batir de alas” del Chaco, escrita por Bona; la local “La mujer puerca” (de Loza) y las dos referencias a Medea (ver La nueva sala”) son ejemplos. Hubo menos presencia de la problemática LGBTIQ+ que en fiestas anteriores, y en ese territorio la tucumana “La moribunda” y la riojana “El fin de la trompeta” dejaron su señal, aunque fue la cordobesa “La niña que fue Cyrano” la propuesta más lograda en cuanto a una construcción artística que reflexione sobre la búsqueda individual de la identidad. Previo a comenzar cada función, una grabación en off en todas las salas recibía al público con un “bienvenidas, bienvenides, bienvenidos”, seguida de celebrar que “estamos vivos” y de declarar que desde el INT se trabaja por un teatro “libre de violencias”.

Entre títeres y danzas: espacios para la expresión

La recuperación del espacio del arte titiritero en las fiestas nacionales del INT es una constante. En el reciente encuentro pampeano, en la grilla oficial (aparte de los numerosos espectáculos paralelos del género) se presentó la salteña “Fuga”, una confirmación de una línea sólida de trabajo de Andrea García y Carmen Ruiz de los Llanos en la provincia vecina; y la recreación del circo criollo de los Podestá en marionetas para el “Juan Moreira, una leyenda popular” (foto), brillante trabajo del grupo que conduce Claudio Rodrigo en La Plata. El teatro de objetos dividió aguas en el coqueto teatro Español, cuando desde Córdoba Fernado Airaldo llevó “En ámbar. Fantomática de objetos”, en una mirada estéticamente distinta sobre el oprobio de la última dictadura militar. Otro género con presencia recurrente en los festivales es la danza teatro, que esta vez tuvo en “Delirio” de Río Negro su mejor exponente dramático (un alegato contra la violencia hacia la mujer), con la frescura y simpatía de “Misterio” en segundo lugar (la historia de una puesta que inicialmente fracasa por la deserción de artistas del grupo), un panorama en el que la santiagueña “Ella” no desentonó en una puesta convincente.

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Más dramas que comedias: pinceladas de risas

Como una confirmación vernácula de la famosa frase “una comedia no gana el Oscar”, es frecuente que en las fiestas nacionales del INT haya más dramas que risas. Las bocanadas de aire fresco y diversión suelen ser escasas, por lo que se celebran mucho cuando llegan como pasó en Santa Rosa. En ese sentido, la estética clown estuvo presente en la puntana “Rodajas de mí” con Rocío Spinelli (foto) sobre un cuento de Roberto Fontanarrosa y en la correntina “Asununsueño”, donde el grupo Los Clowns del Pasaje se animaron a narrar la guerra de la Triple Alianza contra Paraguay en el siglo XIX. Esta propuesta tuvo la colaboración de la cordobesa Julieta Daga, de amplio predicamento en el género, que presentó con el grupo Cortocircuito (dentro del segmento de espectáculos paralelos, en una carpa en el predio de la exestación ferroviaria) “La puta mejor embalsamada”, la historia del cuerpo de Eva Perón escondido tras el golpe de Estado de 1956 y su derrotero hasta ser enterrado en Italia narrada desde la técnica del bufón. La provocación tampoco tuvo amplio lugar en la fiesta, con la catamarqueña “El banquete de los sobrevivientes”, de Alberto Moreno, como excepción y que tanto gustó como fue criticada.

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