Rejas no habría ido a Bolivia por temor a que lo estuviesen esperando

Los investigadores tenían dos líneas que lo llevaban al vecino país. El condenado tenía apenas $15.000 para solventar su clandestinidad.

CAMBIO DE LOOK. Roberto Rejas cambió el color de su cabellera cuando estuvo alojado en Salta. CAMBIO DE LOOK. Roberto Rejas cambió el color de su cabellera cuando estuvo alojado en Salta.

“Señor Roberto Rejas le comunicó que por orden judicial quedó a cargo de una comisión policial que es dirigida por el comisario (Jorge) Dib que lo trasladará a Tucumán. Espero que entienda la situación y que no genere problemas”, le advirtió el coordinador del Equipo Científico de Investigación Fiscal Eugenio Agüero Gamboa. “No lo haré”, le respondió el condenado a perpetua por el crimen de Milagros Avellaneda y el de su hijo Benicio. Esas fueron las únicas palabras que salieron de su boca desde que salió de la Alcaldía del Centro Judicial de Salta hasta el penal de Villa Urquiza, previa escala por Tribunales.

El prófugo más buscado de los últimos tiempos sorprendió a la custodia. En los tres días que estuvo encerrado en un calabozo salteño, se aclaró el pelo. Ya no lucía la cabellera negra de cuando fue detenido, sino que se la había dejado castaña, casi rojiza. ¿Habría pensado en escaparse nuevamente? Nadie lo sabe. Pero sí se conoció que, después de que se le colocaran un casco y el chaleco antibalas, lo hicieron sentar en la unidad de traslado del Grupo Cero. A su izquierda tenía un custodio, a la derecha, otro, y de frente un tercero. Los tres armados con pistolas y armas largas.

Secretos

El viaje duró más de tres horas. Todos respiraron aliviados luego de haber alojado en la unidad de Máxima Seguridad del penal a Rejas. Tal y como lo había anticipado LA GACETA, además del reo, la comisión trajo muchos de los secretos sobre su fuga.

Hasta ayer había trascendido que se le secuestraron tres celulares y varios chips que serán analizados. Pero la lista se amplió: le encontraron un cuaderno con anotaciones (el mismo que utilizó cuando estaba alojado en el cuartel de la Dirección General de Bomberos) y números de teléfonos anotados en papeles. También le incautaron $15.000, dos bolsos con ropa, y una máquina para cortar el pelo. Para los investigadores, ese dato es clave para determinar que recibió colaboración en su fuga.

¿Quién lo ayudó? Esa es la pregunta que intenta responder el fiscal Pedro Gallo. Hasta el momento sólo fue detenida Patricia Gómez, la novia de Rejas. Pero hay más personas involucradas. Sus identidades se conocerán cuando los peritos analicen todo el material secuestrado. En el MPF confían en que los supuestos colaboradores se presentarán para mejorar su situación procesal y evitar una casi segura y larga detención.

Una realidad

Ahora que Rejas está en Tucumán se conocieron más detalles sobre su fuga. Por ejemplo, se confirmó que, antes de ser detenido, se estaban afianzando dos líneas de investigación. Ambas tenían a Bolivia como punto final.

Personal de la ex Brigada realizó controles en la zona de la frontera porque habían recibido información de que Rejas pretendía cruzar al vecino país como pasajero de un tour de compras. La otra: los hombres del ECIF descubrieron que tenía parientes en Bolivia y que, pese a que estaban distanciados desde hace bastante tiempo, habrían intercambiado comunicaciones en los últimos días. Esas personas también habrían estado siendo vigiladas.

Los investigadores no descartan que esa información se haya filtrado. Al tratarse de una investigación nacional e internacional, la información debe ser compartida con otras fuerzas. Y los integrantes de la familia Rejas forman parte de una de las más grandes: la Policía Federal.

Entonces, se sospecha que al haber conseguido el dato de que lo estaban esperando, decidió frenar el cruce de fronteras. Lo llevaron a un camping de la localidad salteña de Coronel Moldes, hasta tanto disminuyeran los controles. Pero fue detenido después de que alguien avisara dónde se mantenía oculto. Los $15.000 que le secuestraron son una prueba más de que no tenía los recursos necesarios para vivir en la clandestinidad. Ese dinero, que es menos de U$S 100, le hubiera permitido llegar a Bolivia, pero era insuficiente para un cambio de identidad y, fundamentalmente, para comprar silencios. Algo que ni siquiera pudo hacer en Salta.

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