Imaginando desde Tucumán

Hace 50 años, un 8 de octubre como este feriado de fin de semana largo que nos toca transitar, veía la luz “Imagine”. El disco -unido para siempre con la canción que le dio nombre- de un John Lennon enamorado (de Yoko Ono), libre de las cadenas de aquella banda que él se había ocupado de armar (Los Beatles) y en plan utópico/idealista/evangelizador. Poco antes alguien había escrito “la imaginación al poder” en las paredes parisinas y Lennon, todo un maestro en aquello de capturar el zeitgeist y traducirlo con infinita belleza, redoblaba la apuesta. Y pensando en Lennon, aniversario redondo (¡medio siglo!) de por medio, y en esto de imaginaciones poderosas o empoderadas, tal vez quepa preguntarnos ¿qué podemos imaginar los tucumanos? O mejor dicho, ¿qué margen para imaginar nos va quedando?

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Ahí está ese Lennon difuso, un poco plácido, un poco taciturno, imaginando el futuro desde la portada de “Imagine”. La foto, cómo no, es de Andy Warhol, que de imaginación podía dar clases. No es un Lennon entusiasta ni exultante el que Warhol retrata, ni siquiera un hippie bucólico como el asumido en la tapa de su debut solista “John Lennon/Plastic Ono Band”. Si el hábito hace al monje, Lennon se despoja en “Imagine” -al menos en esa foto histórica, puerta de entrada al disco- de la ornamentación propia de la realeza del rock. Aquí es el héroe de clase trabajadora, uno de sus trajes preferidos, el que nos interpela recortado entre nubes warholianas y escudado tras los icónicos anteojitos de insuperable redondez. No preguntés qué puede hacer el mundo por vos, sino qué podés hacer vos por el mundo, sostiene Lennon en su mirada. Y desde el título del álbum recomienda: “imaginá”.

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“La imaginación es el ojo del alma”, escribió Joseph Joubert entre la maraña de apuntes publicados -edición póstuma- con el título de “Pensamientos”. Ni la lógica, ni la inteligencia, ni los conocimientos alcanzan el poder transformador de la imaginación, cuyo reloj cu-cú da la hora en esa dimensión que Joubert llama “alma”. Un pajarito creativo que sale del nido para asomarse y operar sobre la realidad desde ese “ojo” omnisciente. Porque la imaginación, carente de límites, niña por siempre, permite construir mundos a la medida de Lennon. A salvo de sujetos por los que alguien deba morir o matar. En esa canción de Lennon, la más política de todas, tan analizada y a la vez tan banalizada, la imaginación pasa a ser el arte de lo posible. Ahí está la magia.

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Lo que Lennon no imaginó fue el concepto de ciudadanía digital, esa condición que horizontaliza a quienes poblamos la aldea global. El apagón del lunes fue un cimbronazo a la altura de un apocalipsis zombi; millones de usuarios/consumidores desnudos frente al espejo, desconectados de la Matrix por un puñadito de horas que parecieron eones, huérfanos del chupete techno que -saltó a la vista- es el placebo más eficaz que se haya conocido. La dualidad de las redes sociales, allí donde la imaginación parece desbocada y al mismo tiempo cae víctima de los algoritmos, es un signo de los tiempos que nos corren. Por eso los ciudadanos digitales, en su desesperación, huyeron hacia adelante y reemplazaron Whatsapp por Telegram. No fue una solución imaginativa, más bien un reflejo pavloviano del que, con toda certeza, Lennon se hubiera mofado. El blackout aportó más porotos para la cuenta de Giovanni Sartori, quien bautizó al ciudadano digital como homo videns y lo definió como un ser incapaz de diferenciar la virtualidad de la realidad. Moraleja: si la imaginación vive encorsetada por lo que las redes representan, pues bien, le queda poca vida. Y algo más. Le preguntaron a ese agudo pensador de la cultura contemporánea llamado Simon Reynolds: ¿qué es ser alternativo hoy? ¿Cuáles son las vías de escape para la imaginación? Y respondió: “no estar en internet”. ¿Quién lo imagina posible?

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Lo curioso de “Imagine” es cómo la cantan los nacionalistas, por más que proponga un mundo sin países; cómo la cantan los cristianos, por más que proponga un mundo sin religiones; y cómo la canta la sociedad de consumo, por más que proponga un mundo sin posesiones, ni bienes materiales ni nada que se le parezca. Oxímoron sobre oxímoron. En ese sentido, “Imagine” es como el rostro del Che Guevara en una remera. La canción, primera del lado “A” del disco, el single más exitoso de la carrera solista de Lennon, melodía repetida hasta el infinito por un loop de covers y elevada a la categoría de himno casi desde el día de su publicación, navega por el siglo XXI bajo las velas del extrañamiento. Nada de lo que Lennon invitaba a imaginar hace 50 años se hizo carne. Al contrario. “Imagine”, en su pretensión de construir una armónica sociedad del ser, resultó aplastada por la sociedad del tener que supimos conseguir. Pero pese a esa derrota por goleada hay una bandera enarbolada por la canción que sigue aferrada al mástil: la imaginación y su condición de refugio.

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Afirma Salman Rushdie que la imaginación no puede cercenarse, del mismo modo que el lenguaje no puede ser aplastado. En “Imagine” las palabras, sabiamente combinadas por Lennon, conforman un corpus de ideas poderosas. “Imagine” transcurre amparada en una exquisita simpleza y esa es una de las armas más valoradas del Lennon escritor. Cuando Los Beatles estaban terminando “Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band”, Lennon se acercó preocupado al productor George Martin. Le parecía que su contribución al disco era bastante flaca, en momentos en que Los Beatles estaban dejando de ser la banda de John para transformarse en la banda de Paul. “No te hagás problema -le respondió Martin-. La mejor canción del disco es tuya”. Claro, hablaba de “A day in the life”. Lennon la había armado con noticias leídas en el diario y, para tranquilidad de los puristas, valga el apunte de que McCartney compuso el puente. Pero “A day in the life” es Lennon en esencia, el Lennon capaz de hacer bello y único lo simple y cotidiano. “Podrás decirme que soy un soñador, pero no soy el único...”, dice el estribillo de “Imagine”, líneas que encajarían en cualquier balada romántica de bolsillo, pero que en la voz y con el sentido que Lennon les confirió suenan frescas, originales y, sí, perfectas.

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Lennon se pasaría los siguientes años rogándole a la humanidad que le diera una oportunidad a la paz. Esa paz personal que parecía haber encontrado a los 40, ya sin la resaca del autoexilio californiano y recuperando la plenitud creativa nada menos que con un álbum doble (“Double fantasy”). Y justo en ese instante, con un hijito al que criar y una mujer a la que amar, con tanta música latiéndole a Lennon en el ojo del alma, Mark David Chapman hizo lo que hizo en la puerta del Dakota Building. Y la canción que sonó en el mundo aquel 8 de diciembre de 1980, la que suena en cada aniversario lennoniano, suerte de mantra precedido por esa intro al piano que todos aprendimos de memoria, no puede ser otra que “Imagine”. A la que le faltaría un verso que dijera algo así como “imaginá si Lennon siguiera vivo”, un nostálgico ejercicio contrafáctico derramado desde el corazón de los fans a la colmena de imaginadores que (todavía) creen que hay otro mundo posible.

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¿Hay algo más humano, profundo e intransferible que la posibilidad de imaginar? Lennon fue capaz de mirar las agendas de su época (el fanatismo, las guerras, la codicia, la pobreza) desde el prisma de la imaginación. Imaginando, por ejemplo, que nada de eso existiera, como un Henry David Thoreau reencarnado en la piel de uno de los artistas más influyentes y decisivos del siglo XX. A Lennon le faltó la pata ambiental en “Imagine”, pero que nadie dude de que se habría encargado de incluirla si el disco hubiera nacido más acá en el tiempo. Su canción-emblema se permite abrevar en ese territorio tan necesario que es la esperanza. “Ojalá que algún día te unas a nosotros”, canta el Lennon soñador, mientras el bajo de Klaus Voorman y la batería de Alan White se acoplan suavemente con el arreglo de cuerdas e “Imagine” transita rumbo a su epílogo. Todo un ejercicio de la imaginación.

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Imaginar otra vida, imaginar el mundo. Imaginar Tucumán. Imaginar como un acto de fe. Imaginar que hay distintas maneras de salir. Abrir el ojo del alma e imaginar. Y luego actuar en consecuencia.

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