Entrevista a Anita Ekberg: la vida que ya no existe *

Entrevista a Anita Ekberg: la vida que ya no existe *

Por Cristiana Zanetto. Para LA GACETA - Roma

03 Octubre 2021

He tenido que esperar mucho tiempo para poder tener una cita con ella.

Ahora, que ya estoy aquí, no estoy muy segura que conseguiré articular alguna palabra.

Me digo que esta espera, en substancia, es justa. Tiene su lógica: la diva se hace esperar para después arrojarme un recuerdo, una anécdota que me haga soñar, que  haga maldecir el hecho de no haber vivido en su época: los años 60, en Roma; el tiempo de la reconstrucción y del “boom” económico cuando, en Italia,  todo parecía posible, donde soñar y esperar tenía todavía un sentido.

Los tiempos en los que, todavía, “la Vida era Dulce”.

Camino por  largos corredores. Una luz tenue, de neón, ilumina mis pasos. Olor a desinfectante. Las habitaciones son todas iguales. Una enfermera me indica que “La Señora” está allí, en aquella pieza.

Está sentada en una silla de ruedas, los cabellos lacios y aún rubios, la piel blanca, suave, aquella que, se dice, a convencido más que ninguna, a Federico Fellini.

Ella es Anita Ekberg, la última diva.

Antes las mujeres no se bañaban en las fuentes.

Después, todas se han imaginado que tomaban de la mano a Marcello Mastroianni y lo llevaban debajo de la cascada de la Fontana de Trevi.

Era un sueño posible. Era el 1960. Hace ya una vida.

¿Quiere saber si me siento sola? -me dice-. Si, lo estoy. Pero no me arrepiento. He amado, he llorado, he reído, me he sentido loca de felicidad. He ganado y he perdido. No tengo un marido, no tengo hijos y, ahora, estoy sola aquí.

Ese “aquí” quiere decir un geriátrico en los Castillos Romanos, donde la actriz sueca, de 80 años, reside desde hace un tiempo después de haberse quebrado ambos fémures.

Mientras me cuenta que las operaciones fueron eficaces, es atravesada por un relámpago que ilumina sus ojos azules, extraordinariamente vitales:

Y pensar que a Fellini le gustaba tanto como yo caminaba. A  la Fontana de Trevi entré y salí miles de veces aquella noche sin jamás cansarme, sin tropezar nunca. Marcello, en cambio, tenía frío y, para entrar en calor, se bebió una botella entera de whisky. Fue así que se cayó tres veces y tuvieron que secarlo. Al final, los técnicos optaron por ponerle botas de pescador debajo de los pantalones.

¡Ahí está el recuerdo - pienso - que me ofrece la fotografía del cine italiano de aquellos tiempos; con los técnicos de escena que bromean, fuman y en típico dialecto romano chancean con Matroianni: “A’ Dottó...artro che Dolce Vita!!” (¡Ey, Doctor, qué va a ser esto la “dulce vida”!)

Afuera comienza a llover. Las gotas riegan los vidrios. Hace frío todavía en esta primavera romana. Todo parece irreal, porque esta mujer que tengo frente a mi, la bellísima y fatal diosa de “La Dolce Vita”, además de estar en silla de ruedas debido a la doble fractura sufrida, no tiene un centavo.

Ha pedido a la Fundación de Federico Fellini, de Roma, para recibir una ayuda.

Su bella casa, en las cercanías de Roma, ha sido totalmente saqueada por ladrones. Le han robado todo, joyas, dinero, muebles y ella, esa mujer que hizo perder la cabeza a millones de hombres - entre otros a Frank Sinatra o al multimillonario propietario de la FIAT, el abogado Gianni Agnelli -, no encuentra los medios económicos para sobrevivir.

Anita Ekberg mira hacia el reloj. Tal vez se ha cansado y es hora de que me vaya.

No -me dice-. Es un reflejo condicionado. Miro el reloj porque aquí el tiempo parece que no pasa. Los días son infinitos. No veo televisión porque no me gusta - me lo susurra con su erre alemana - . Es monótona, como los informativos. Hasta hace poco tiempo hablaban por TV de vuestro Pemier grosero y vulgar. ¿Pero...por qué los italianos lo votaron durante todos estos últimos años?

No sé qué responderle. Quizás podría perderme en un discurso largo e intrincado, terriblemente italiano. La miro y me vuelvo a imaginar la “Dolce Vita” italiana, que ya no existe.

Ni siquiera para esta mujer que ha tenido que pedir ayuda económica porque, de su pasado, sólo le han quedado recuerdos.

Los recuerdos, los recuerdos... -dice con cierta nostalgia-. En 1950 gané el título de Miss Suecia; luego hice la película “Guerra y Paz” de King Vindor y después fui la protagonista en “La Dolce Vita” de Fellini. Para decirlo en dos palabras: yo era hermosa. Lo sé.

Luego participó en una infinita serie de películas, muchas de ellas- pienso - olvidadas: con Alberto Sordi y con Vittorio De Sica, entre otros.

¿Me iría a comprar un capuccino caliente? -me pide.

Me levanto y regreso por el mismo pasillo en sentido contrario. El mismo olor a desinfectante, la misma luz mortecina.

Las máquinas del café está abajo.

Cuando regreso con el capuccino caliente - que de un buen capuccino es sólo un recuerdo - Anita Ekberg-Silva no está más.

Quedo en pie.

La enfermera me mira: Usted no es la primera periodista que viene a visitar a la Señora Ekberg a este geriátrico. Y la Señora hace siempre así.  - me dice, mirándose las uñas- Pide un capuccino y después desaparece... A nosotras nos dice que prefiere que todos se queden deseándola.

Soy una de esas personas. Me quedo con mi deseo de conocer sus recuerdos, sus anécdotas de un tiempo que ya pasó y que, aquí, en la gris Roma, parece no tener nada de dulce.

© LA GACETA

Cristiana Zanetto - Periodista de medios escritos y televisivos italianos.

* Nota publicada originalmente en estas páginas el 3 de junio de 2012.

Temas Tucumán
Tamaño texto
Comentarios
Comentarios