Ser inmigrante en Tucumán

Ser inmigrante en Tucumán

Hoy se conmemora en la Argentina el Día del Inmigrante, personas que fueron y siguen siendo claves en nuestra identidad nacional. Historias de alegrías y de tristezas. ¿Qué dicen de nosotros como anfitriones?

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Incluso antes de ser Argentina, el país en el que vivimos (y en el algunos, además, nacimos) abrió sus brazos para recibir gentes de otras latitudes; y de otras longitudes también. El primer documento lo emitió el 4 de septiembre de 1812 (o sea hace exactamente 109 años) el Primer Triunvirato; y en conmemoración se celebra hoy el Día del Inmigrante. Desde entonces, Argentina (y Tucumán no es excepción) fue tierra de promisión para millones de personas, aunque la cuestión hoy sea mucho más compleja que “hay que poblar el país”. Más de un siglo después, los motivos de los migrantes son muy diversos: huyen; se enamoran; vienen por un tiempo, y se quedan; buscan la excelencia científica...

“Mi esposo, mis hijos y yo llegamos el 8 de marzo de 2020; nos trajo la situación de Venezuela: queríamos darles algo mejor -cuenta Adriana Valenzuela-. “Tucumán, la verdad, no estaba en nuestros planes, pero se ve que sí en los de Dios”. “En 2019 una compañera venezolana había llegado acá, donde tenía parte de su familia; mi esposo le preguntó cómo era; si había chance de trabajar para salir adelante”, añade. Ocurrió que la amiga dijo que sí, que acá hay oportunidades laborales y que los tucumanos somos buenas personas... “Y entonces decidimos intentar, ver cómo nos iba... y acá estamos”, agrega Adriana.

DOS VECES MIGRANTE. Desde Venezuela, Adrián Chanelle fue a Perú antes de llegar aquí. DOS VECES MIGRANTE. Desde Venezuela, Adrián Chanelle fue a Perú antes de llegar aquí.

“Yo llegué el 17 de febrero de 2019”, cuenta, con dificultad, pero gran entusiasmo, Kamel Boubakri. Habla francés, inglés, árabe y amazigh, la lengua autóctona del norte de África, pero le cuesta el castellano. Es microbiólogo, y está haciendo su doctorado. Que ello ocurra en Tucumán lo decidió la bibliografía: para elegir el laboratorio para trabajar, se guió por las referencias a Graciela Vignolo, hoy, su directora. “Antes de venir no sabía qué era Tucumán; sabía que venía Argentina -añade y ríe-. La doctora Vignolo publicó mucho sobre el tema de mi trabajo, por eso la contacté”.

Para cuando Adrián Chanelle Castillo llegó a Tucumán, enero del 2019, llevaba casi medio año intentando -sin éxito- rehacer su vida en Perú. “De Venezuela había salido el 20 de agosto a las 2 de la mañana; creo que no he llorado tanto como ese día. Me fui porque, de verdad, la situación era de gran zozobra, hasta para comer. Toda mi familia -salvo una hermana que viven en Chile- se quedó”, cuenta. “Elegí Tucumán gracias a una amiga argentina que hice en 2009; se hospedaba en él hotel donde yo trabajaba y nos hicimos muy amigos”, agrega.

Antoni Santos es cheff y, hoy, dueño del único Shitake (restorán vegetariano) que sobrevivió a la pandemia. Pero vino en 2008 desde República Dominicana, porque -‘laburando’ en un restorán ‘paquete’, dice... su español caribeño apenas se le escapa con las j) comprendió que necesitaba aprender más. “Un cliente tucumano que iba con frecuencia al restorán me puso en contacto con el IGA... y me vine”, cuenta.

CHEF Y MÚSICO. Antoni Santos vino desde República Dominicana a estudiar, y aquí está. CHEF Y MÚSICO. Antoni Santos vino desde República Dominicana a estudiar, y aquí está.

¿Cómo es vivir aquí?

“No me pudo quejar de Tucumán. Trabajo en hotelería desde hace 14 años, y aquí también lo logré. Desde 2019 y hasta hace poco estuve en un hotel importante; me fui porque estuve casi 3 años y no me quisieron poner en blanco. Y desde hace un mes conseguí trabajo en otro”, relata Adrián.

“Y, en general, las personas que he conocido me han tratado muy bien; incluso estoy en pareja; él se llama Pablo, y su familia me recibió muy bien”, agrega

“Nos ha ido muy bien acá -cuenta Adriana-; créeme: llegamos con una maleta cada uno, a vivir con nuestra compañera venezolana. Justo era marzo; se suponía que empezaba el invierno... Y ciertamente, llegamos con muy poco dinero”.

“Pasaron tres meses y mi esposo no conseguía trabajo; yo, dos veces a la semana. Pero siempre pongo todo en manos de Dios... Y un día, un señor me dijo que tenía un apartamento para alquilar... Le conté que mi esposo no tenía trabajo y pregunté si podía esperar que vendiéramos nuestras cosa en Venezuela...”, agrega Adriana, toma aire y sigue, emocionada: “‘de ninguna manera; ustedes se instalan ya’, me respondió. Y nos ofreció muebles, nevera, cocina...”. “Poco después mi esposo consiguió trabajo; mientras, la gente nos traía ropa, comida... Nos contagiamos covid, y todos se preocupaban por nosotros... Esto lo hace Dios, estoy convencida”.

LO TRAJO LA CIENCIA. Kamel Boubakri es microbiólogo y está haciendo su doctorado. LO TRAJO LA CIENCIA. Kamel Boubakri es microbiólogo y está haciendo su doctorado.

La xenofobia también existe

Pero, claro, no todas son rosas. El disparador a veces es la tonada; otras, la manera de interactuar con los demás; pueden serlo la raza, la religión, las barreras idiomáticas... Pero lo cierto es que, así como muchos tucumanos son maravillosamente solidarios, también hay los que son incapaces de aceptar las diferencias. Tampoco de pensar, como canta el uruguayo Jorge Drexler, migrante el mismo, que los humanos somos “una especie en viaje”. “Yo no soy de aquí, pero tú tampoco”, describe con toda claridad en su maravillosa canción “Movimiento”. Y ni hablar ya de saber que migrar a nuestro país es un derecho reconocido por la ley.

La xenofobia la vivieron (más o menos “leve”) tanto los hijos de Adriana, por su manera de hablar (sufrieron bullyng en la escuela) como Adrián, por su relación con clientes. “Una compañera me dijo ‘aquí no tratamos así a la gente’; que recordara que estoy en Argentina y no en Venezuela; después se disculpó”, cuenta.

Pero también cometemos faltas más graves, y de ello dan cuenta Silvana Demirkol, doblemente migrante, y Fall Madior Dieng, músico senegalés, cuyas historias te contamos en nota aparte.

Silvana (que es tucumana) ha vivido con mucha tristeza que a su pequeño hijo, por ser musulmán y llevar su cabecita cubierta, le digan por la calle “sos hijo de terrorista; sos un talibán”. “Y se lo han dicho adultos”, agrega con congoja de recibir violencia de habitantes de su propia tierra.

Fall suma al hecho de -como él dice- ser negro, no poder manejar bien el español. “Ya no me quejo del racismo; lo sufrimos en todo el mundo. Pero nos ven y deciden que somos malos; y como no entendemos muchas expresiones y nos cuesta explicarnos, se aprovechan de nosotros”. “Trato de no centrarme en lo malo; nuestra cultura es de mucha sensibilidad, muchos valores. Somos un pueblo que vive en comunidades muy solidarias. Me centro en ello; pero a veces golpea”. Violencia física, al menos por ahora, no sufrieron. “Pero verbal sí -agrega Antoni, que es afroamericano-; como preguntar de dónde soy, responder ‘dominicano’, y me digan: ‘ahhhh... viniste a quedarte con nuestro trabajo porque allá están como el c..., no’?”.

¿Por qué cuesta tanto aceptar al otro? ¿Cuántos de nuestro abuelos vinieron de afuera? ¿Por qué no asumir de una vez eso de que “somos una especie en viaje, no tenemos pertenencias, sino equipaje?”.

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