Las “batallas del pataleo” por la nueva plaza

Las “batallas del pataleo” por la nueva plaza

Tal vez la opinión de la Comisión de Patrimonio lleve a que se reparen las cosas que no se hicieron bien.

PLAZA INDEPENDENCIA. PLAZA INDEPENDENCIA.

La plaza no se había inaugurado y ya hubo incomodidad. Que tiene más cemento y menos árboles, que le sacaron las partes elevadas donde iba la orquesta, que los bancos de madera son raros, que la nueva iluminación oscureció a los viejos faroles. ¿No había un baño junto al depósito de materiales detrás de unos arbustos que ya desaparecieron? También se dijo que no se contempló el calor en el verano y la gente se va a arder ahí.

Se esperaba la sorpresa y que hubiera gente disconforme, después de un año y medio de plaza vallada y después de que se generaran expectativas incluso con cuestiones adyacentes, como la breve reaparición de los viejos rieles del tranvía en la esquina de 24 de Septiembre y Laprida, y como la aparición de algún ladrillo grande del Cabildo, que estaba sepultado en la vereda de la Casa de Gobierno.

Esa expectativa se esfumó rápido cuando se supo que no se reflotarían ni los rieles ni los ladrillos y que sólo habría plaza renovada. Pero la sorpresa fue grande en serio. Hasta un concejal del PJ cuestionó que haya pocos árboles (un 40% menos, dijo), que los bancos de madera no sean ecológicos y que “se gastó mucho”. La respuesta del secretario de Obras Públicas municipal, Alfredo Toscano, fue contundente: a la hora de pensar la remodelación de la plaza se fijaron necesidades de la sociedad, por eso se hizo un solo nivel (para gente con dificultades de motricidad); el verde se verá cuando crezcan los árboles (se colocaron 39 naranjos, 19 lapachos amarillos y 15 lapachos rosados) y la plata que se usó fue del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) “¿Qué explicaciones sobre el fondo? -remarcó- Si se hizo con la plata del BID, no con la del Municipio”.

También Luis Lobo Chaklián, ex subsecretario de Obras Públicas, aportó explicaciones técnicas para un proyecto en el que tuvo sustancial participación. “Es la plaza mayor de la ciudad, no una plaza de barrio, no va a haber juegos para chicos o de salud; tiene que ser una plaza ceremoniosa, no es un espacio verde. Lo que se hizo fue ponerla en valor, mejorar sus sistemas de caminería, se le incorporó un acceso y se jerarquizaron todos los lugares”, describió.

Las de ellos fueron prácticamente las únicas voces expertas -con intereses lógicos, por su vinculación con la obra- más la presentación que hizo la arquitecta Olga Paterlini de Koch en la inauguración, el 12 de julio,   en que se justificó el trabajo realizado, que incluyó - además de la iluminación y los 184 bancos, el cambio de cañerías subterráneas y el armado de sendas pododáctiles- la restauración de la estatua de la Libertad y de la Fuente de los Leones.

Las objeciones circularon por redes sociales y en algunas cartas de lectores. Toscano, entonces, fue contundente para acallar la crítica: “Veo que mucha gente habla desde el desconocimiento técnico y son los que más entiendo. A los que no entiendo es a los profesionales porque están faltando el respeto a los expertos que trabajaron acá”, sentenció.

En silencio

¿Los técnicos no tenían nada que decir? La Comisión de Patrimonio, que por norma fue consultada por la Municipalidad, permaneció silenciosa, si bien trascendió poco antes de la inauguración que había habido algunas consultas no respondidas. En una carta interna del 29 de junio al presidente del Ente de Cultura, Martín Ruiz Torres, la representante de la Unsta, Gabriela Lo Giudice, planteaba que se debía pedir informes por las remodelaciones en la estatua de la Libertad y de la Fuente de los Leones, porque en ambos casos, las intervenciones no habían sido autorizadas por la Comisión de Patrimonio Cultural de la Provincia. Consultada al respecto, Lo Giudice dijo solamente que fue una nota interna, no un planteo oficial. Sí se sabe que la Comisión ha recorrido ya las obras en la plaza y que tendría que hacer un pronunciamiento.

¿Nadie dirá una palabra? El arquitecto Hugo Ahumada Ostengo hizo saber por una red social que le pareció “otra oportunidad perdida”. Opinó que se debió haber hecho un concurso público de anteproyectos a nivel nacional, como se hizo con tantas plazas y espacios cívicos de nuestro país a través de la Sociedad Central de Arquitectos y que llamó la atención que el Colegio de Arquitectos no haya dicho una palabra. Toscano pareció responderle a él: “Si hubiéramos concursado el proyecto de la plaza habrían 50 proyectos diferentes porque cada uno tiene su gusto. Además la plaza tiene una multiplicidad de factores que se deben congeniar porque tenemos cuestiones históricas, arquitectura civil, forestación, paisajismo, el verde que tiene que ver con la agronomía, la luminotecnia. Si uno lo pone a ver desde ese lado cada profesional del área tiene su ‘librito’, su punto de vista”, remarcó.

Ahumada Ostengo también cuestionó que haya “pisos mal terminados, falta de detalles de transición entre elementos diferentes, mala ejecución y terminación en los bancos lineales que acompañan a los canteros, sin respaldos adecuados, mala resolución entre encuentros de piezas de pisos diferentes (canalizaciones), bancos inapropiados”, entre otras cosas, además de criticar que se hayan dejado los “naranjos decrépitos”. ¿Es razonable su crítica en todos los sentidos? ¿Quién osaría sacar los naranjos agrios, elogiados desde siempre como símbolo de la identidad tucumana? Es sabido que son árboles originarios de la China, y también que hay autoridades que creen que generan riesgos por la plaga HLB en el citrus. ¿Por ello se eliminaron varios de ellos en las peatonales? Más difícil es argumentar que se los hubiese tenido que eliminar del principal paseo público tucumano. Esto forma parte de nuestros debates inconclusos. ¿Qué pasará con ellos en el futuro?

No obstante, Ahumada Ostengo y Toledo plantearon un asunto fortísimo, que es la autorización para hacer  obras públicas y cómo se las controla. En su ensayo “Todo lo sólido se desvanece en el aire” Marshall Berman aprovecha esta célebre frase del marxismo para definir la modernidad como una vorágine de perpetua desintegración, en la que todo se percibe como cambiante. Y cita el caso del arquitecto Robert Moses, responsable del cambio sustancial de Nueva York en la primera mitad del Siglo XX, creador de la Gran Manzana, que no tenía empacho en romper viejas estructuras para modificar la ciudad. Moses, por cierto, cuando perdió fuerza política encontró límites a su expansión.

Fisonomía distinta

¿Cuánto se puede comparar con Moses la administración municipal? El cambio en la fisonomía de la ciudad es evidente, con las semipeatonales, el monumento del Bicentenario, el parque Avellaneda y el parque El Provincial, con su flamante estación remodelada. Ahora se agregará la Policía Municipal, que se dedicará exclusivamente a cuidar la zona entre las cuatro avenidas. Mientras el empuje tiene efectos positivos, todo está bien. Entonces, ¿quién puede controlar, sobre todo en un contexto político volátil y cuando se hacen obras con plata que viene de regalo?

Vista con ojos legos, no parece ser tan grave la cuestión de la plaza, puesto que los cambios no han alterado sustancialmente su fisonomía. Acaso el pronunciamiento de la Comisión de Patrimonio podría llevar a que se reparen las cosas que se hicieron con pocos materiales o sin criterio, como los “pisos mal terminados” de los que habla Ahumada Ostengo.

Gabriela Lo Giudice, que remarca que la Comisión de Patrimonio aún no se ha expedido, lamenta que “las batallas del pataleo nos ponen a los técnicos en medio de las peleas políticas. Los políticos deberían dejar hablar a los técnicos y el diálogo debería ayudar a conseguir un espacio que creo que la gente se merece”.

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