Un duende de la trunca, a puro corazón

Un duende de la trunca, a puro corazón

Gerardo Núñez, un músico popular de avanzada, que deberá, sin duda, ser descubierto por las nuevas generaciones. Trealilo.

UN CREADOR. Fuerza y ternura, Núñez era un apasionado. UN CREADOR. Fuerza y ternura, Núñez era un apasionado.

Corazón grande. Se atora a menudo en la garganta. Estalla en canto. Se extravía en el abrazo de la vida. El vino fraterno hidrata la carcajada en el Patio de los Véliz. Despabila inesperadamente un eco de truncas. Las chirleras de la pasión se hinchan: “si hay que gritar, grito. Tengo pulmón, tengo jeta, a veces grita el silencio y se maltraen mis orejas, así se da la libertad. Si hay que dejar dejo, pues si no tengo, no llevo, el lazo de los olvidos no se ha trenzado para mi cuello cuando uno está no está de más…” Las disonancias deambulan en el tiempo. La alegría amordaza la tristeza. Pero a veces no puede con el dolor.

Tras la separación con Pepe, el otro y querido hermano, cruza los vasos con Miguel Ángel Pérez. Poesía y música se trepan a las alas del halcón. Una flor arropada con bagualas estremece sus almas y con Melania Pérez liberan los pájaros de la memoria. Su música sigue la brújula del latido. Del instinto. Del sentimiento. Halla melodías en poemas que jamás han soñado ser canción. Versos salteños del Teuco Castilla, Jacobo Regen, Hugo Ovalle, Walter Adet, Ramón Vera, Miguel Carreras, Nella Castro, Ahuerma Salazar, Díaz Bavio, Perecito, se visten de tonada, cueca, zamba, chacarera, son, jolgorio, retumbo, en “Las lunas que debía”. La juventud y el talento de Café Valdez y Ariel “Furia” Alberto son un acicate creativo. “Trealilo” es la voz de su pensamiento.

La mano carpintera de Castillo huele a laurel. Montoya lustra su cielo añil. Guitán desata coplas. Pipo Segón enarbola tonadas. Los pinceles de Neri Cambronero acarician la mollera de la pobreza. Las chanzas y el canto desvelan la carpintería, al rumor del bienbec.

Disonancias. Recitados. Discordancias. Síncopas de ternura. Fuerza. Giros inesperados. Acordes intrincados. Misterios. Precipicios. Se agitan en sus creaciones. Un desafío para los cantores e intérpretes. Tal vez intuye que está arrojando el anzuelo en el futuro. “La trunca no es pa’ cualquiera”, dice Ramón Véliz.

La madrugada alborota la salamanca. Un eco sincopado tropieza con el insomnio de una trunca. La voz del silencio repulga el canto desbocado del abrazo. La risa salpica los corazones. Las chanzas deambulan de boca en boca. Brama la vida en esa carpintería. En cada juntada con Miguelito Ruiz. La emoción tiembla en la guitarra. Con coplas alucinadas, la voz alborota la luna: “ya me voy, florcita i’ lana, llamame y vuelvo mañana; repechando en los guadales, sube el camino zambita de dos ramales, Virutaivino...” Los 87 años del duende se han cansado de golpe. No han esperado asombrar sus manos con tres discos y un libro, próximos a salir del horno, que conjugan su obra.

“Cumpita, hermano del alma, cantorcito ‘el mismo vientre, la vida nos puso juntos, juntos andaremos en la muerte…”, cantó tal vez a puro corazón Gerardo Núñez, que ayer partió al encuentro del Pepe.

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