El amor mutuo entre un papá radical y un hijo peronista desautoriza “la grieta”

El amor mutuo entre un papá radical y un hijo peronista desautoriza “la grieta”

Contra los reduccionismos identitarios y los prejuicios maniqueos, los Golobisky demuestran que quien piensa diferente no es “el malo”.

JUNTOS. Juan Carlos Golovisky superó los 80; y su hijo Ignacio, los 50. JUNTOS. Juan Carlos Golovisky superó los 80; y su hijo Ignacio, los 50.

“La grieta”, se sabe, reclama bipolaridad. Nosotros y los otros. La herramienta con la cual se excava es el pensamiento binario. Hay blanco y hay negro y nada más. Esa lógica de la dicotomía acarrea una dinámica particular: una orilla de la grieta no se define por “lo que es”, sino por lo contrario: se está en una vereda porque “no se es” como los de la vereda de enfrente. Y los de la vereda de enfrente, por supuesto, son disvaliosos. Quieren lo peor para el país y el pueblo. Carecen de toda virtud. Son, en dos palabras, “los malos”.

El combustible para la perforadora de la grieta es un destilado de la identidad. Un reduccionismo identitario. Un empequeñecedor del “ser” del otro, que funciona a partir de un principio activo. Para definirlo en los términos de Amartya Zen, el ganador del Nobel de Economía en 1998: la “filiación singular”. “Adopta la forma de suponer que cualquier persona pertenece especialmente, para todos los propósitos prácticos, a una sola colectividad”, escribió en su libro de 2006, que dedicó a “los terribles efectos del empequeñecimiento de los individuos”. Lo tituló “Identidad y violencia”.

“Puedo ser, al mismo tiempo, asiático, ciudadano indio, bengalí con antepasados bangladeshes, residente estadounidense o británico, economista, filósofo diletante, escritor, especialista en sánscrito, fuerte creyente en el laicismo y la democracia, hombre, feminista, heterosexual, defensor de los derechos de los gays y las lesbianas, con un estilo de vida no religioso, de origen hindú, no ser brahmán y no creer en la vida después de la muerte ni en una vida anterior”, escribió el intelectual conocido por sus trabajos sobre la teoría del desarrollo humano, la economía del bienestar y los mecanismos subyacentes de la pobreza.

Pero “la grieta” es indiferente a la pluralidad. En su abismo maniqueo todo se ciñe a que “ese es kirchnerista” o “ese es macrista”. O cualquiera de sus otras opciones desdorosas: “Militonto” o “Globoludo”. “Gorila” o “Populista”…  

Ese reduccionismo no sólo es violento (hay mucha violencia en jibarizar a una persona y a sus ideas hasta encogerla en “vos votaste a los K” o “vos votaste a Macri”), sino profundamente equivocado. Porque en los hechos, se puede tener padres radicales y ser peronista. O, si se prefiere, se puede haber militado durante la juventud en la UCR y tener un hijo que sea una de las autoridades nacionales del PJ. Lo que son maneras distintas de decir que se puede amar, sin condiciones, a una persona que se ubica en la vereda ideológica de enfrente. Y estar orgulloso de ella. Eso prueban Juan Carlos Golobisky e Ignacio Golovisky. En la vida. Y en la entrevista con LA GACETA.

Los orígenes

Ignacio.- Mi papá es radical y desde muy chico, por la experiencia de su papá, es decir, de mi abuelo paterno. Pero mi abuelo materno, Pedro Cuenca, que era de Leales y se afincó en El Chañar y llegó a ser jefe de estación (del ferrocarril), ejerció en mí una influencia muy importante. De niño lo acompañaba a la cortada de ladrillo que él tenía. Mi abuelo era un peronista no de formación ideológica, sino que sólo decía que era peronista. Era un moderado: sin fanatismos… En ese contexto, me costó blanquear mi militancia en el peronismo en la casa de mis padres. Comencé en 1987, cuando tenía 16 años, por mi amistad con los hijos de Ricardo Díaz, que iban al Gymnasium igual que yo. Pienso que mi papá debe haber querido otra militancia para mí. Tuvimos discusiones, pero nunca peleas. Nunca me corrió de casa. Lo mismo con mi madre, que era radical pese a que su papá era peronista. Ella se afilió en 1983. Así que las diferencias son muchas y las discusiones se mantienen, pero sin descalificaciones.

Juan Carlos.- Soy tucumano, pero me crie en Corrientes desde los cuatro meses de vida. E hice allá, en Goya, el primario y el secundario.  Mi padre, que tenía farmacia, era dirigente radical y eso me fue transmitiendo. No me obligó: yo fui siguiendo esas ideas. Él fue un dirigente muy activo, pero nunca tuvo ningún interés en los cargos ni en participar de las listas. Ese también es mi estilo. Tengo 85 años y todavía recuerdo que a los nueve vivía a una cuadra de la plaza principal y jugando a la pelota me llamó la atención que por los altos parlantes de una radiodifusora se oían gritos y no música: estaban transmitiendo el 17 de octubre de 1945. Pero tengo un recuerdo todavía anterior: era muy niño y ya sabía leer. Así que me divertía leyendo carteles. Y uno me llamó la atención por sobre todos, una tarde que caminaba de la mano con mi madre. Me costó, pero lo saqué: UCR Antipersonalista. Cuando tenía 14, se formó un grupo, Boina Blanca, y participé. Cuando terminé el secundario vine a Tucumán a seguir mis estudios universitarios. Tenía el mandato de cursar Farmacia. Y al poco tiempo de estar inscripto en la Facultad de Bioquímica, Química y Farmacia de la UNT, me afilié al centro de estudiantes. Estaba en el reformismo y llegué a presidir el centro de estudiantes y fui delegado de la Federación Universitaria del Norte. Después, participé en la vuelta de la democracia: me acerqué al partido y participé del grupo de profesionales radicales. Se elaboraron un montón de proyectos. Fue una tarea muy intensa. Profunda. Interesante. Un aprendizaje. Y también una decepción. Muchos de los proyectos, y no sé si todos, terminaron en el cajón de algún escritorio. Y luego vino la actividad periodística y me precio de haber mantenido una línea de conducta absoluta: jamás mezclé mis ideas políticas con el hacer de los informativos.

Los acuerdos

Ignacio.- La honestidad y la ética son valores en los que estamos completamente de acuerdo. Reconozco esos valores como intrínsecos de mi padre y de mi madre, y buscó honrarlos día a día. Ambas cuestiones, ética y honestidad, representan desafíos en estos tiempos duros de redes sociales y canibalización de la política. Hay un “vale todo”, en el que uno no está dispuesto a participar. Porque la política se debe sustentar en discusión de las ideas, pero sin agravios personales ni familiares. Y ellos siempre mantuvieron esa línea de conducta. Así que las diferencias que tenemos son ideológicas, políticas y metodológicas. Pero siempre, aun cuando hay veces que es más difícil que en otras porque al peronismo primero se lo siente y después se lo racionaliza, podemos mantener un diálogo. Pero mi familia es un ejemplo de democracia interna. Calculo que eso viene del hecho de que mi padre es de fe judía y mi madre es de fe católica: fueron un matrimonio mixto cuando eso, en los 60, era poco común. Así que hicieron un culto a la tolerancia. Y sus familias también. Mi mamá, y la mamá de mi mamá, son de ascendencia libanesa. Así que había también una mixtura de árabes, judíos y criollos. Entonces, sin tolerancia, ellos no hubieran podido construir la familia que estructuraron. Y nosotros tampoco podríamos haber desarrollado la tolerancia. Hay una cultura familiar de crisol. La diversidad de origen nos permitió construir la diversidad ideológica. Y nos permitió convivir. Con diferencias y discusiones, porque la unidad en la diversidad no es amontonar.

Juan Carlos.- Estamos muy orgullosos con mi esposa del “producto”. Nacho es el primer producto de este matrimonio y hay una mezcla de todo ello en él. El venía “de regalo” para mi cumpleaños. Yo nací el 20 de agosto e internaron a mi esposa ese día, pero el parto terminó dándose 24 horas después. Él nació un sábado y al otro día yo me fui a transmitir un partido. De ahí viene su relación con el periodismo: de chico me seguía a todas partes. Carreras, partidos, radio, televisión... Así fue conociendo los medios. Y cuando me pedía que lo llevara al fútbol, siendo chiquito, hice tarea docente. “Te llevo, pero al volver vos me escribís el comentario del partido”. Y tengo las copias en letras despatarradas. Eso lo marcó. En los 90, pasó por el diario “El Siglo”; y en el 94, por “El Periódico”. ¡Las vueltas de la vida! A mí me tocó integrar el equipo que inauguró Canal 10. Yo estaba en el informativo, haciendo el primer noticiero. Y una joven hizo el primera programa infantil: Selva Cuenca. Y ahí nos conocimos y nació esta familia.

Ignacio: Soy un producto de Canal 10. (N. de la R.: actualmente se desempeña como miembro del directorio de la televisora)

Los recuerdos

Ignacio.- Fui a la Escuela Monteagudo, en Moreno y Lamadrid, hasta cuarto grado. Entré a primero en el 78. Y me hice un amigo, Marco, y aprendí a leer con el método de “la palabra generadora”. Y este chico me mostró un día lo que llevaba en el cuaderno y me propone que lo copiemos: “Perón”. A la tarde, mi mamá me revisa el cuaderno, me pregunta de dónde había sacado esa palabra, me explica que podía tener problemas por escribir eso -eran los tiempos de la dictadura- y lo borra. Ese fue mi primer acto de resistencia. Después, en el barrio, se abrió una sede del peronismo revolucionario, e íbamos a aprender a bailar folclore. Por supuesto, iba junto con algunos vecinos siguiendo a las chicas. Teníamos 13 o 14 años. Pero esa fue la primera sede a la que fui. Así que al peronismo primero lo sentí y después lo estudié. Milité en la Juventud Universitaria Peronista, fui secretario adjunto en la mesa regional, hoy soy congresal nacional del PJ y me eligieron dos veces concejal de la Capital. Pertenezco a la gestión de Juan Manzur, a quien considero el conductor que marca el camino a seguir.

Juan Carlos.- Con mi señora estamos orgullosos de nuestros hijos. Al margen de las diferencias políticas. Hemos dados buenos frutos. Son gente de comportamiento, honradez y sinceridad. Y todos egresaron de la escuela pública, a la que con Selva coincidimos en defender plenamente.

Al final del diálogo, el análisis de los signos de los dos hombres que se identifican con dos partidos democráticos no luce tan distinta. Juan Carlos Golobisky nació en 1936: una década antes de la llegada de Juan Domingo Perón al poder. Y militó en lo que era el partido nacional y popular de su época y de su padre. Y lo marcó de tal manera el retorno de la democracia, con la presidencia de Raúl Alfonsín, que hasta su esposa se afilió al centenario partido.

Ignacio, nacido en un hogar de clase media, quedó marcado por la historia de su abuelo paterno, un hombre que con quinto grado del primario por toda formación, trabajó, ascendió socialmente en los años del peronismo, y llevó prosperidad a sus hijos logrando que llegaran a la universidad.

A ambos Golobisky, a quienes les sobran razones para fundar sus diferencias, el periodismo los une. Dos historias de vida desautorizan “la grieta” de cabo a rabo.

“Mi papá nunca hizo ‘bajada de línea ideológica’ conmigo. En 1983 fuimos juntos a ver “La república perdida” en el cine Candilejas. Y lo vi lagrimear por Yrigoyen, por Illia, por el cortejo fúnebre de Perón en 1974 -describe Ignacio-. Lo conmovían los acontecimientos populares, como a mí me conmueve el cortejo de Yrigoyen en 1933: ese hombre derrocado al que los militares infamaron y cuya memoria fue reivindicada por su pueblo”.

“Nacho -le dice Juan Carlos-, me hiciste emocionar”.

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