Las ideologías están vigentes y disputando elecciones

Aunque en Argentina la derecha no se conformó como partido, las identidades no escapan a las variables “igualdad-desigualdad” y “libertad-autoridad”.

Los últimos años del siglo XX estuvieron caracterizados por un milenarismo invertido, sostiene el filósofo Fredric Jameson. Las premoniciones del futuro, catastróficas o redentoras, fueron sustituidas por la convicción del final. Las profecías acerca de que el fin del mundo estaba por llegar fueron reemplazada por el convencimiento de que ya estábamos viviendo el apocalipsis. Consecuentemente, fueron proclamados el fin de la historia, el fin del arte y, nada menos que de la mano del fin de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, el fin de las ideologías.

Las últimas semanas (al igual que los últimos años) se han empeñado en poner en crisis esta certeza posmoderna. Cuanto menos América Latina parece atravesada en su actualidad política y electoral por la más clásica de las batallas ideológicas de la modernidad: izquierdas vs. derechas.

En Perú, el balotaje entre Pedro Castillo y Keiko Fujimori ha sido una segunda vuelta para definir, puro y duro, si habrá gobierno de izquierda (el candidato ya se autoproclamó ganador) o de derecha. En Brasil, a finales de mayo, el encuentro entre los ex presidentes Fernando Henrique Cardoso y “Lula” da Silva para dejar atrás rivalidades y conformar una alianza electoral que enfrente el año que viene a Jair Bolsonaro no es otra cosa que el surgimiento de una coalición de izquierda. En Chile, los comicios para reformar la Constitución llevaron al triunfo a la izquierda neta: el Partido Comunista.

los ejemplos se prolongan en la alternancia gubernamental en Uruguay entre la derecha del hoy gobernante Partido Nacional y la izquierda del ahora opositor Frente Amplio. Ni hablar de los convulsos años de Bolivia, entre el golpe de Estado que sacó del poder de Evo Morales, líder del Movimiento al Socialismo, denunciado de fraude para forzar una enmienda constitucional que le habilitara más mandatos, y el sobreviniente gobierno de derecha de Jeanine Añez Chávez, acusada por delitos de sedición y terrorismo, que ella refuta declarándose “víctima” de la “dictadura” del actual gobierno de Luis Arce.

¿Y en la Argentina?

Arriba y abajo

El país presenta una particularidad, sintetizada en una tesis de Torcuato S. Di Tella: la derecha, en lugar de conformarse como un gran partido, siguió un camino de infiltración de los dos movimientos programáticos y de masa: el radicalismo, nacido a finales del siglo XIX, y el peronismo, gestado a mediados del siglo XX. De ello surgieron anodinos “espacios de centro izquierda”, en los cuales cupieron la UCR durante el alfonisinismo y el PJ durante los kirchnerismos; e indeterminados “espacios de centro derecha”, donde también se puede encontrar a los radicales, durante la fracasada experiencia de la “Alianza”, y a los peronistas, durante la década menemista.

“La característica sobresaliente del flujo de votos a Juan Domingo Perón (en 1946) fue la de provenir de los estratos populares, esto es, trabajadores urbanos, sindicalizados o no, que votaban al socialismo pero también al radicalismo; y los sectores bajos y medios bajos de las provincias del interior que votaban a conservadores y radicales. En síntesis, el peronismo le sustrajo el séquito popular a los demás partidos. Por su parte, el polo no peronista se nutrió de las clases medias y altas y se distribuyó entre tres ofertas partidarias. En primer lugar, la UCR y luego agrupaciones de centro-derecha y de izquierda”, explica el sociólogo Juan Carlos Torre en el ensayo “Huérfanos de una política de partidos”.

Entre un polo y otro, para decirlo en los términos del sociólogo Manuel Mora y Araujo, quedó trazada una línea divisoria electoral: de allí para abajo, el voto es mayoritariamente peronista; y para arriba puede ser de una variedad de partidos, pero ninguno de ellos es peronista.

Sin embargo, puntualiza Torre, la historia reciente probará lo difusa que es esa línea. En las polarizadas elecciones de 1983, “a la victoria de la UCR contribuyó la emigración en su favor de un porcentaje pequeño pero decisivo de votos tradicionalmente peronistas, reclutados entre los sectores altos de la población asalariada, obreros especializados y empleados de saco y corbata. El traslado de votos a través de la línea divisoria desde abajo hacia arriba”, grafica el especialista.

A ello se sumó que Raúl Alfonsín conjuró la dispersión del “voto no peronista”: recibió sufragios “de clases medias y altas con simpatías de centro-derecha y de izquierda”, describe Torre.

Seis años después, la “línea divisoria electoral” vuelve a ser traspuesta, esta vez para el triunfo peronista. La razón, una vez más, es que no hay izquierdas por un lado y derechas por otro, sino que unas y otras se encuentran dentro de la UCR o dentro del PJ, según la circunstancia.

Justamente, puntualiza Torre, luego de 1983 el radicalismo comienza a “devolver votos”, favoreciendo la aparición de terceras fuerzas. En el caso de la centro- derecha, la Ucedé. En el de la centro-izquierda, el Partido Intransigente. Y en el de la derecha, propiamente, algunos partidos distritales de provincias. Como ya se refirió en otras oportunidades, un chiste que acostumbraba contar Antonio Domingo Bussi siendo gobernador de Tucumán por el voto democrático (1995-1999) era que las siglas “FR” no significan Fuerza Republicana sino “Fueron Radicales”.

Finalmente, en 1989, el triunfo de Carlos Menem no provocó ningún asombró, teniendo en cuenta la tragedia económica que supuso la hiperinflación del alfonsinismo. Pero sí fue una sorpresa su giro ideológico. El viraje hacia las reformas neoliberales del Estado “condujo a una recomposición de los alineamientos de centro-derecha y de centro-izquierda. En cuanto al primero promovió un movimiento de aproximación al PJ: el lider de la Ucedé, Álvaro Alzogaray, fue invitado a desempeñarse como asesor de la Presidencia y se incorporó en compañía de otros cuadros partidarios. Con el tiempo, su propio electorado, siguió al mismo camino. Cruzando la clásica línea divisoria de la política electoral, esta vez de arriba hacia abajo, reorientó sus preferencias a las listas electorales del peronismo”, puntualiza Torre.

El segundo realineamiento, el de centro izquierda, alumbraría fugazmente al Frepaso.

Las reorientaciones no cesarán. La UCR se moverá a la centroderecha con la conformación de Cambiemos y, tras la presidencia de Mauricio Macri, con Juntos por el Cambio. El peronismo orbita en sentido contrario con el Frente de Todos, tal como lo hizo durante los tres primeros kirchnerismos (2003-2015).

Ser o no ser

Hay algo notable en este contexto de fronteras partidarias permeables: aunque la identidad política de los partidos viene revelándose variopinta, hay consensos a la hora de describir a los gobiernos como “más de izquierda” o “más de derecha” en la Argentina. Lo cual desemboca en un debate ineludible: qué es “ser” de un ala o de la otra.

“Derecha e izquierda” es el título del ensayo plenamente vigente que el jurista, filósofo y politólogo Norberto Bobbio (1909-2004) escribió, reeditó y aumentó en sus últimos años. Con un subtítulo de utilidad implacable: “Razones y significados de una distinción política”.

El italiano repasa la evolución de la dicotomía entre uno y otro alineamiento. Como la distinción de Dino Cofrancesco, que en “izquierda vs. derecha” lee la oposición “emancipación vs. tradición”. Analiza el esquema de Elisabetta Galeotti, que plantea el debate entre “jerarquías o eliminación de jerarquías”. Y recorre, finalmente, las reflexiones de Marco Revelli y sus categorías de distinción entre derecha e izquierda: “progreso – conservación”, “autodirección – heterodirección”, “clases superiores – clases inferiores”, “racionalismo – irracionalismo”.

Luego, como eje de su pensamiento político, Bobbio plantea que la esencia de la distinción entre la derecha y la izquierda “es la diferente actitud que las dos partes muestran sistemáticamente frente a la idea de igualdad”. Ese, afirma, es el único criterio que resiste al paso del tiempo.

En la izquierda, “lo igualitario parte de la convicción de que la mayor parte de las desigualdades que lo indignan, y querría hacer desaparecer, son sociales y, como tales, eliminables”. En la derecha, “lo no igualitario, en cambio, parte de la convicción opuesta: las desigualdades son naturales y como tales, ineliminables”.

“Se puede llamar correctamente igualitarios a aquellos que, aunque no ignorando que los hombres son tan iguales como desiguales, aprecian mayormente y consideran más importante para una buena convivencia lo que los asemeja. No igualitarios, en cambio, son aquellos que, partiendo del mismo juicio de hecho, aprecian y consideran más importante, para conseguir una buena convivencia, su diversidad”, distingue el pensador.

“Por una parte están los que consideran que los hombres son más iguales que desiguales; por otra, los que consideran que son más desiguales que iguales”.

Elogio de la moderación

Advierte Bobbio que el concepto de igualdad no es absoluto. Está sujeto a tres variables, ineludibles cuando se discuta sobre cuanto más deseable o cuanto más viable es la igualdad.

• A.- Los sujetos entre los cuales nos proponemos repartir los bienes o los impuestos.

• B.- Los bienes o los impuestos que se van a repartir.

• C.- El criterio con el cual bienes e impuestos serán repartidos.

A la par de esta dicotomía, “de la cual nacen doctrinas y movimientos igualitarios”, Bobbio ubica una segunda distinción: “libertad-autoridad”. De ella “derivan doctrinas y movimientos libertarios y autoritarios”.

• A) En la extrema izquierda están los movimientos a la vez igualitarios y autoritarios, como el jacobinismo durante la Revolución Francesa.

• B) En la centro-izquierda, doctrinas y movimientos a la vez igualitarios y libertarios, como el socialismo liberal y los partidos socialdemócratas.

• C) En la centro-derecha, doctrinas y movimientos a la vez libertarios y no igualitarios, dentro de los cuales se incluyen los partidos conservadores, que se distinguen de las derechas reaccionarias por su fidelidad al método democrático.

• D) En la extrema derecha, doctrinas y movimientos antiliberales y antiigualitarios, como el fascismo y el nazismo.

Sólo las alas moderadas de la izquierda y de la derecha son compatibles con la democracia. “El moderado es, por naturaleza, democrático. [...] No es casual que tanto los extremistas de izquierda como los de derechas desprecien la democracia. [...] En el lenguaje de unos y otros, democracia es sinónimo de mediocracia, entendida como dominio no sólo de la clase media, sino de los mediocres. El tema de la mediocridad democrática es típicamente fascista. Pero halla su ambiente en la radicalización revolucionaria de cada color”, esclareció.

Advierte Bobbio, frente a ello, que “quien quiere hacer política día a día debe adaptarse a la regla principal de la democracia, la de moderar los tonos cuando ello es necesario para obtener un fin, el llegar a pactos con el adversario, el aceptar el compromiso cuando este no sea humillante y cuando es el único medio de obtener algún resultado”.

El recorrido por la evolución histórica de “izquierda” y “derecha” los torna conceptos ciertamente relativos. Y, a la vez, de una vigencia que se encuentra muy lejos del final.

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