Sara Facio abre una pequeña puerta al universo que habita y que compartió con María Elena Walsh

Sara Facio abre una pequeña puerta al universo que habita y que compartió con María Elena Walsh

"Tenemos una visión de nuestro rostro de hace 10 años: nos miramos poco en el espejo con sentido crítico", reconoció la fotógrafa más prestigiosa de la Argentina, que festeja los 89 este domingo en aislamiento.

Este 18 de abril cumple 89 años la fotógrafa argentina de culto. “Desde aquí, desde este punto, la vida se ve un poco lejana”, define del otro lado de la línea un par de días antes del acontecimiento. Sara Facio habla de “un momento especial”: “la pandemia hace difícil tratar de decir algo más”.

A ella el coronavirus la aisló con una cuota adicional de intensidad. “Primero porque vivo sola desde hace 10 años, cuando murió María Elena. Segundo porque las personas más cercanas y compañeras que tengo, mis dos sobrinas, están a su vez confinadas. Mis otras amistades íntimas también se están cuidando mucho. En conclusión, no nos vemos”, explica pausadamente.

El encierro debe ser catastrófico para alguien que hizo de la vista un oficio, un arte y una forma de vida. Y que transformó la observación de paisajes y de gestos faciales en una usina de mensajes y narraciones sin fecha de vencimiento, como la pose icónica de Julio Cortázar con el cigarrillo entre los labios. Facio retrató a Jorge Luis Borges con medio cuerpo oculto entre los libros, como salido de una biblioteca; a Pablo Neruda devorado por el ruido urbano y a Ernesto Sabato meditabundo en el parque Lezama. Con el mismo ahínco que captó el abismo de Alejandra Pizarnik se interesó por los seres anónimos que acudieron al funeral de Juan Domingo Perón (de allí proviene la instantánea “Los muchachos peronistas”), y por los mendigos, transeúntes, niños y escenas corrientes de Buenos Aires.

Promotora de un fotoperiodismo capaz de competir con otras expresiones artísticas en museos y galerías, desarrolló una colección excepcional al tiempo que forjó una escuela. Aprovechó su hora como pocos desde los 22, cuando en un viaje a Europa junto a su amiga y colega Alicia D’Amico descubrió el mundo contenido en la caja negra y la exposición a la luz. Publicó y expuso su producción; fundó la editorial La Azotea junto a la guatemalteca María Cristina Orive y siguió adelante hasta convertirse en una referencia “en lo suyo”, como ella llama a la fotografía. En paralelo formó un hogar con otra figura colosal de las letras y la música, María Elena Walsh.

Ya no está para tantos trotes, pero no se ha jubilado. En su porteña soledad, Facio dice que le enoja la falta de acceso a los archivos y la memoria visual que acumuló durante una existencia dedicada a congelar haces fugaces con su Leica. “No me preocupa tanto la ausencia de compañía como el no poder ir a mi estudio, donde está todo lo que hice. Eso me molesta mucho. En mi casa tengo el placer de los libros y la música. Pero en mi estudio está toda mi vida personal y fotográfica, de modo que quiero recordar algo, quiero escribir algo con datos precisos, y resulta que eso está allá y me pone de muy mal humor”, explica.

No le alcanza con trasladarse una o dos veces por semana. Cuenta Facio que, entretanto, anota los datos que necesita buscar en su “Wikipedia” propia, un orden hecho de negativos y vaya a saber cuántas fotografías tomadas en una época donde las máquinas no eran el “commodity” de hoy. “Siempre estoy pensando cosas y escribiendo”, dice. Por estos días anda reconfortada con el resultado del concurso “Vivir en 2020” organizado por la Fundación María Elena Walsh que preside, una actividad que conjuga y mantiene vivas las pasiones que cultivaron en pareja con la escritora, compositora e intelectual célebre por las creaciones de “Manuelita”, “El mundo del revés”, y tantos otros personajes y melodías del telón de fondo de la infancia. A Facio le complace que la ganadora del premio haya sido la fotógrafa tucumana María de la Paz Gutiérrez, quien con sus imágenes narró “un domingo interminable” de la cuarentena.

Vivir en 2020

La artista recibió la vacuna anti-covid-19 en marzo en un operativo eficiente y amable, según describe. Agrega que espera la segunda dosis, pero está consciente de que hay retrasos significativos. Está informadísima de lo que pasa. Lo primero que hace a la mañana, después de abrir los ojos y salir de la cama, es leer el diario de papel. “Me levanto y voy a buscarlo. Me trae muchísimo confort”, acota. Acto seguido dirige los cañones hacia la televisión: “me irrita la forma en la que allí tratan al castellano. Hablan muy mal: dejaron de educar la voz como lo hacían los conductores de antes. Los periodistas más importantes usan un vocabulario lamentable. Estoy harta de escuchar insultos y malas palabras aún desde lo más alto del Gobierno argentino. Da vergüenza”.

A Facio le parece que la televisión reproduce el problema educativo y la violencia. Pero se niega a comentar la polarización que domina y eclipsa el discurso público. “Creo que está todo armado políticamente, pero preferiría hablar de mi tema, que es la fotografía”, propone.

Autocrítica con límites

Facio se dedicó a las fotos antes de que la comunicación se transformara en una cuestión de imagen. Fue pionera en el país de un quehacer reservado a los varones. Pero ella no se considera la primera mujer que se animó a mirar el siglo XX por medio de una cámara, sino que evoca el recuerdo y el ejemplo de sus maestras Annemarie Heinrich y Grete Stern, ambas alemanas nacionalizadas argentinas. “No era fácil (este trabajo), pero, como me gustó siempre la historia, aprendí de grandes precursoras, que recién ahora están siendo estudiadas. Eso me dio mucha fuerza para seguir mi tarea. A mí me enseñaron muchísimo desde el punto de vista técnico, pero también a ser mujer y a hacerme valer por mis condiciones, y no por la belleza”, evoca.

Dejó de fotografiar antes de la pandemia por dificultades de movilidad, pero la emergencia sanitaria le despertó el apetito por captar el momento. Imposibilitada de hacerlo ella misma, generó el premio de la Fundación para galardonar la producción pandémica. “Realmente tuve ganas de volver a tomar la cámara y salir a la calle, pero no me da el físico: 89 años son muchos para andar con tanto peso a cuestas”, medita. Y se justifica: como nunca se acostumbró a la tecnología digital, sigue usando los equipos con película de antaño.

Al contrario de lo que podría esperarse, Facio no defiende el rollo a ultranza ni cuestiona el impulso obsesivo de fotografiarlo todo -casi como una especie de registro notarial existencial- que generaron la digitalización y el celular inteligente. Ella simplemente se define como alguien que, en el aspecto tecnológico, no supo pasar de época: “creo que es un atraso de mi parte. Como siempre dije, para mi la fotografía no es solamente la toma, sino también el proceso de laboratorio. Para mí el disfrute completo consiste en hacer la foto, ver cómo surgen las imágenes, encuadrar en la ampliadora… Me quedé en el tiempo al no aprovechar lo que puede dar lo digital, que también es maravilloso”. Esta autocrítica se detiene en el punto en el que Facio admite que los ojos ya no le responden como antes. “El cuerpo acumula desgracias con los años”, recuerda.

Selfi desactualizada

Entre tantas cosas que vio y descubrió antes que nadie en su medio está el autorretrato. “Me hice muchísimas fotos a mí misma”, se ríe. Y agrega que fue una “forma de ahorro”: “siempre me quedaban en la Leica unas cuatro, cinco y a veces hasta 10 fotos, y me daba lástima tirarlas. Entonces, terminaba los rollos autofotografiándome, lo que hoy se llama selfi. ¡Tengo pilas! Casi a diario me sacaba para no revelar los rollos en blanco. Si no posaba yo, posaba mi gato”. Aquel animal se llamaba Felicitas. La felina actual de Facio lleva un nombre que es toda una declaración de su amor por el pasado: Nefertitis. “¡Pasé de mí misma a la historia del arte egipcio!”, apunta.

Facio sabe muy bien por qué la selfi produce atracción, curiosidad y adicción, y, a la vez, rechazo, lo mismo que, por ejemplo, oír la propia voz. “Tenemos una visión de nuestro rostro de hace 10 años: nos miramos poco en el espejo con sentido crítico”, postula. Ella no está exenta de esta norma psicológica y estética del inconsciente, que favorece la versión más joven y dilata la verdad. “Como todos, me miro en el espejo distraídamente”, asegura para la tranquilidad general y se dispone a cortar la entrevista. “¿Terminamos, no?”, interroga.

No sin María Elena

Generosa o resignadamente, Facio concede cuatro minutos más a la conversación. Será un tiempo dedicado a Walsh, quien falleció hace una década exacta. Ella está conforme con la manera en la que su pareja entró a la memoria colectiva, aunque cree que existe una dimensión del legado todavía pendiente de exploración y reconocimiento: “estoy muy agradecida a los homenajes que le hicieron, y sé que son merecidos y sinceros. Pero creo que aún no está valorada desde el punto de vista del pensamiento: desde los 17 años, María Elena está hablando de la historia de nuestro país, y de la mujer y del espacio que debe ganar en la sociedad. Ella escribió sobre ese tema de un modo maravilloso, que hoy se lee como algo novedoso y contemporáneo. La cuestión es que ella lo decía a una edad y en un momento donde todo estaba cerrado, y el machismo regía sin restricciones”.

¿Las composiciones musicales insuperables taparon la faceta combativa de Walsh? Facio considera que su producción infantil maravillosa y única no puede ni debe ser soslayada: “ese talento creativo está fuera de duda. Es innegable que no hay nadie como ella, que nadie logró llegar a los bebés desde que están en los brazos y permanecer en el tiempo hasta el final: yo lo he vivido. Simplemente advierto que el pensamiento social de María Elena no está valorizado como corresponde”. Dicho esto, Facio se despide y al pasar relata que recibirá los 89 guardada. Al respecto augura: “espero recibir saludos por e-mail o que me llamen por teléfono como vos. No sé si será un cumpleaños feliz, pero sí placentero”.

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