Libertad para la plaza Independencia

Libertad para la plaza Independencia

La remodelación de la plaza Independencia incluye la restauración de “La Libertad”, uno de los valiosos aportes que nos legó el genio creador de Lola Mora. A la estatua se le hicieron varias lavadas de cara a lo largo de los 115 años que lleva emplazada en nuestro paseo mayor, pero pocas tan a fondo como esta. Una vez que se reinaugure la plaza -en fecha que todavía es un misterio- veremos una Libertad resplandeciente, muy parecida tal a vez a la que salió del taller de la escultora. Lo que pocos saben es que el destino original de “La Libertad” era otro: nada menos que la Casa Histórica.

Carlos Páez de la Torre (h) abordó esta curiosidad  de la vida urbana tucumana en numerosos artículos y charlas. Lola Mora era la pata artística de un proyecto que reconfiguró la Casa Histórica a principios del siglo XX, cuando se demolió el edificio y sólo quedó en pie el Salón de la Jura, al que se protegió con un templete. A ella le correspondía crear un grupo alegórico para decorar el amplio patio de entrada, sobre calle Congreso: la imponente Libertad, hecha con mármol de Carrara, y los bajorrelieves que hoy pueden apreciarse en la entrada por 9 de Julio.

Cuando Lola Mora llegó a Tucumán, el 18 de junio de 1904, se dio con que “La Libertad” no encajaba en ese nuevo modelo de Casa Histórica que poco a poco salía a la luz. Había que encontrarle un nuevo hogar. Con su irrefrenable ímpetu puso en marcha una campaña, movió cielo y tierra y hasta llegó al presidente Julio Argentino Roca con el pedido. El resultado fue la decisión de encontrarle un nuevo destino a “La Libertad”. Y tratándose de una obra tan emblemática, bella e imponente, ¿qué mejor que el centro de la plaza Independencia?

La polémica se instaló de inmediato y, a falta de redes sociales, fueron los medios gráficos y el boca a boca en salones y cafés las vías para reproducirla y potenciarla. La cuestión giraba en torno a la “afrenta” que significaba reemplazar la estatua de Manuel Belgrano -emplazada en la plaza 20 años antes, en 1884- por una alegoría doblemente llamativa: femenina y esculpida por una mujer. Palabras más, palabras menos, Ernesto Padilla sostenía: ¿para qué necesitamos un símbolo de la libertad si tenemos a Belgrano, quien fue justamente quien nos dio esa libertad? Pero el que mandaba era el General Roca y se hizo lo que él y Lola Mora querían.

El monumento a Belgrano -inmortalizado por Francisco Cafferata y, curiosamente, donado por el propio Roca- encontró lugar en su propia plaza, en barrio Sur. A fin de cuentas, había sido en esa zona donde el prócer venció a los españoles allá por 1812. Mientras, en el corazón de la Independencia, todo quedó listo para que latiera con fuerza “La Libertad”. Se la descubrió a la tucumanidad el 24 de septiembre de 1904, día tórrido según consignan las crónicas.

La remodelación de la plaza va mucho más allá, de acuerdo con los informes y planos que el municipio viene revelando desde que los trabajos se pusieron en marcha. Hay gran interés por ver cómo se integrará el resideño del espacio con el conjunto que lo circunda, cuatro cuadras en las que se acumulan los edificios protegidos a partir de su alto valor patrimonial. Sería interesante, una vez habilitada la Independencia, encontrar la armonía estilítica con sus antiguos y prestigiosos vecinos.

LA GACETA viene dando cuenta, en sus distintas plataformas, de las tareas de recuperación emprendidas en el templo de San Francisco. Es una misión delicada, que incluye radiografiar el estado de las estructuras para aplicar la solución adecuada. Las grietas de la iglesia llevan ya demasiado tiempo peligrosamente activadas.

Hay preocupación por el estado de la Casa Nougués, sede del Ente de Turismo lindante con esa mole muda que es el antiguo hotel Corona. Algo habrá que hacer con el cascarón vacío, inerte en la esquina de 24 de Septiembre y 9 de Julio y víctima de una historia de lo más oscura que quedó enredada en telarañas políticas y judiciales. Ese extrañísimo y deslucido conjunto que integran la señorial Casa Nougués y el Hotel Corona simboliza, en su precario equilibrio, los males de una manzana que hace agua por todos lados. El Museo Timoteo Navarro y la Biblioteca Sarmiento son los emergentes de ese maltrato al patrimonio.

El entorno de la plaza Independencia ofrece notas discordantes, una música que fue componiéndose con el correr de las décadas sin apego a partitura alguna. Por eso los edificios de altísimo valor histórico y patrimonial reunidos en esos lados de la cuadrícula proponen una mezcla de estilos, líneas, materiales y colores. Todo más llamativo que armónico; más interesante que equilibrado. Por eso es tan importante que el resideño de la plaza proponga un juego integrador para todas esas identidades dispersas.

La Casa Rougés, la Casa Nougués y el Jockey Club poco y nada tienen que ver con el Teatro Mercedes Sosa, la sede de la Federación Económica o el edificio de La Continental. Mucho menos la Casa Padilla con el antiguo Banco de la Provincia. Y así. Es una familia cuyos miembros revisten distintas edades e idiosincracias, pero todos están obligados a convivir bajo el mismo techo, así que lo mejor es encontrar puntos de contacto.

Otra cuestión está ligada al mercado inmobiliario y se refiere a las propiedades que miran a la plaza Independencia desde fachadas deslucidas, en algunos casos sucias y hasta con signos de abandono. Eso también forma parte de un entorno complejo: joyas arquitectónicas atadas, por una vecindad sin remedio, con lastres enclavados en el corazón de la Capital.

Pronto “La Libertad” brillará como en aquellos instantes en los que Lola Mora pulía los últimos detalles. Al menos es lo que esperamos. Demasiada paciencia tuvimos y tenemos los tucumanos; ya pasaron más de tres meses desde la fecha prometida de entrega de la obra. Tal vez la inauguración implique un renacer para la ciudad. Eso, de todos modos, dependerá siempre de la actitud de los vecinos.

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