San Valentín: la suma del amor

San Valentín: la suma del amor

Historias construidas de a dos.

San Valentín: la suma del amor

Entre tanto caos, fantasías y cicatrices pasadas (de las que nos gusta arrancar la cascarita una y otra vez), nadie sale invicto al toque alado del romance. Sea que rechacemos o busquemos cualquier ideario de la mirada “valentiniana”, aún así es preciso pensar en la importancia de los vínculos afectivos sanos. De esos que acompañan “en las buenas y en las malas” y evitan que nos enojemos al ver -después de tantos años- la misma tapa del inodoro levantada o las medias enrolladas en el piso.

No es la frase de ningún matemático, pero debería estar claro: el amor tiene que sumar, no restar. Acá, cinco historias para volver a creer en la magia de los encuentros y los finales de película.

Un accidente

Primero vino el golpe contra el pavimento y una sucesión de ruidos metálicos. Luego, Daniela Chavez Brito sintió las bocinas y un dolor intenso que le partía su cuerpo al medio. Era 2009 y ella regresaba a casa en compañía de un amigo cuando un auto los chocó y su conductor se dio a la fuga.

En medio de la escena, el conductor que iba detrás -al cual tiempo después llamaría Claudio Pierina- se detuvo para socorrerlos. “Él llamó a la ambulancia y a nuestras familias, quedándose conmigo hasta que llegó mi mamá. Y cuando llegó la ambulancia también colaboró para subirme y declarar en la Comisaría como testigo del siniestro, de ahí nos quedó su contacto”, recuerda.

El diagnóstico fue una fractura de columna y Daniela (en aquella época de 19 años) debió pasar un mes internada. “Estaba muy preocupada por las secuelas que podrían quedarme, temía no volver a caminar y en los últimos días en el hospital me sentí depresiva dado mis pocos avances. En ese momento Claudio quiso visitarme, quizás -por tratarse de alguien nuevo- sus palabras de aliento me hicieron sentir mejor”, comenta.

Casi tres meses después -luego del alta y de que él regrese de un viaje laboral- las cosas empezaron a cambiar entre ambos. Los encuentros frecuentes los hicieron amigos, cómplices… y después enamorados. “Para entonces ya iba a rehabilitación y mi semblante había cambiado también: ya no estaba triste. Quizás en aquel momento no lo vi así, pero sin duda debí parecer alguien distinta a quien vió en el hospital. Al reencontrarnos él dijo que su situación era complicada porque podía terminar enamorándose de mí”, agrega.

La predicción fue correcta y seis meses más tarde arrancó el noviazgo. Hubo caricias, desayunos y -tras una tregua- un nuevo desafío los puso a prueba: Daniela quedó embarazada y los controles hematológicos mostraron inconvenientes. “Ahí comenzó una locura de análisis, medicaciones costosas y apareció la posibilidad de que -si el embarazo llegaba a término- podía correr riesgo mi vida por una posible hemorragia o la suba de presión abrupta. No es fácil acercarse al nacimiento de tu hijo con la incertidumbre de desconocer si será tanto el momento más feliz de la vida como el más triste”, detalla.

Ante lo incierto que resultaba el futuro, la pareja decidió casarse. “No quería hacerlo mostrando la panza (cosa de mujeres) y me imaginaba otra cosa al pensar en mi boda. Sin embargo, ante el peligro de salud tal vez nunca daríamos ese paso. Hoy tenemos a Isabella y vamos casi dos de casados. El destino me guardaba una prueba muy grande al pasar por ese accidente tan doloroso, pero también conocí a Claudio. Después de 12 años todavía sigo asombrandome por cómo se dieron los hechos. No todo el mundo puede decir que conoció a su esposo porque la socorrió en un accidente de tránsito, pero esta es nuestra historia y amamos contarla”, asegura.

+ Cartas románticas

Desde hacía más de seis años, Andrés Walter Urueña tenía un secreto: ocultas en un cajón del dormitorio, había varias cartas escritas a mano en diferentes etapas de su vida. El pedido de las misivas era el mismo: hallar a una mujer que convirtiera sus piernas en gelatina y con la que pudiera construir un proyecto familiar serio. Toda una odisea hasta que se cruzó con María Agustina Rueda. Atención porque su historia no es apta para impacientes.

Ambos se vieron por primera vez en 2013, cuando ella fue a promocionar un campamento cristiano en una iglesia de Tafí Viejo. El encuentro duró apenas unas horas y el rastro se perdió hasta 2016 y sí: de nuevo llegó la despedida. Recién un año después, el protagonista decidió que debía superar las inclemencias del reloj y animarse a una salida. La verdadera trama arranca ahora.

Con la precisión de un escritor que busca capturar cada minúsculo detalle, Andrés relata que tras ocho meses de salidas, el 18 de diciembre a las 19 decidió formalizar el vínculo. “A mitad de una merienda en un local entre las calles 25 de Mayo y Mendoza, me paré frente a Agustina y con varios carteles y le propuse ser mi novia”, rememora el estudiante de Ingenieria. El acto de valentía se completó con un parlante y la canción “Perfect” de fondo.

Tras tres años en pareja, el sensei de los gestos románticos volvió a atacar el 7 de enero de este año. “Ese día fue el cumpleaños de Agustina y -a medianoche- le regalé el celular que quería. Además le di a su hermana una serie de cartas con distintos horarios de entrega”, agrega.

Fueron cinco los sobres misteriosos. El primero era el epílogo de las sorpresas que se avecinaba junto a la petición de seguir sus palabras al pie de la letra. La segunda carta llamaba a arreglarse para la aventura y la tercera (con dinero incluido) a comprar un vestido de noche. El cuarto texto continuó con más dinero para salir a merendar acompañada.

“Cuando el sol se ocultó le llegó a Agustina la quinta carta. En esa le informaba que la iban a pasar a buscar y que debía ponerse taparse los ojos con la venda que iba acoplada. La llevé hasta un restaurante en donde estaban nuestros familiares y caminamos por el pasto hasta un proyector. Al descubrirle la visión, se reprodujo un video en el cual le compartía mis sentimientos”, describe Andrés. Y entonces, se arrodilló.

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