El enjuiciamiento pedagógico

La historia del juez Enrique Pedicone será digna de un libro o de una serie hasta el final, aunque a esta altura lo den por “muerto” hasta el último de los incautos. Difícilmente haya en el pasado reciente un caso que exprese mejor la decadencia de “Trucumán” y que exhiba de manera tan descarnada lo que hasta septiembre podían ser meras conjeturas de degradación. Es tan ilustrativo lo que está ocurriendo que un príncipe del foro cambió de opinión, y ya no cree que Pedicone haya pateado la mesa de poder político y judicial: en el nuevo análisis, Pedicone la tendió. Y a ese mantel serán convocados, en el futuro, los que se aparten -no sólo magistrados- del orden establecido. El augurio acontece en un momento decisivo de la crisis de credibilidad que afecta a los Tribunales, y anticipa, cómo no, que a las tensiones institucionales les sucederá lo que al barbijo y al distanciamiento social: llegaron para quedarse.

La señal elocuente de que se agotó la reserva de medias tintas es la forma en la que avanza el procedimiento de destitución. Para agilizar aún más el trámite, la acusación, por ejemplo, optó por prescindir de los testigos de cargo. Y a la defensa no sólo le rechazaron las grabaciones con las que Pedicone pretendía sostener su denuncia contra el vocal Daniel Leiva, sino que también le redujeron el plazo probatorio y mutilaron la lista de testimonios -pasó de 21 a 6-. Incluso fue aceptado como algo normal que el secretario Fernando Valladares, el fedatario que se desmintió a sí mismo, no se presentara a declarar con el argumento de que sus facultades intelectuales están restringidas. El apuro es, al parecer, abrasivo. Zacarías Khoder, el legislador oficialista que ejecuta el ataque contra el magistrado, llegó a decir que no importaba que Valladares no se expresara bajo juramento de decir la verdad porque la supuesta coacción que aquel había sufrido por parte del acusado estaba acreditada “por otros medios”. Ante la deserción del secretario, la decisión fue seguir adelante. Todo se entendió cuando Daniel Posse, par de Leiva en la Corte, expuso que faltó a dos audiencias porque no fueron capaces de conectarlo a un Zoom: si los miembros del órgano que debe juzgar a Pedicone no se mosquearon frente a la ausencia de su titular, ¿qué puede importar la pérdida de un testigo por más imprescindible que este sea?

Las señales proyectadas revelan un ninguneo permanente, casi por default. Si hasta el único de los ocho miembros del Jurado de Enjuiciamiento que no representa a un ámbito del Estado, el abogado Javier Critto, se tomó licencia. Coherente con el clima de irrelevancia, el estrado especial descartó que su desmembramiento sea causal de nulidad del jury en atención a una disposición legal que lo autoriza a sesionar con cinco jurados (artículo 12 de la Ley 8.734). Así como no importa que la acusación esté fundada en motivos transparentados y debatidos durante las audiencias, tampoco importa la presencia física o remota de quienes deben evaluarlos. Tales hipótesis se arraigan en la idea -hasta aquí corroborada- de que ningún juez local se atreverá a poner límites por mucho que la defensa patalee. Pedagogía en estado puro.

La discusión sobre el número de juzgadores necesarios para celebrar las audiencias adelantó otro interrogante cuantitativo: ¿cuántos votos hacen falta para destituir a Pedicone? La pregunta procede del hecho -¿intencional?- de que la Constitución de Tucumán reformada -o arruinada- en 2006 exige una mayoría agravada de dos tercios, pero aquella cláusula aplicada en el Jurado de Enjuiciamiento da como resultado 5,33 voluntades. El guarismo divide las aguas entre quienes redondean para abajo y quienes lo hacen para arriba. En 15 años de existencia, el Jurado solamente terminó dos juicios siempre con expulsión y siempre por unanimidad. Nunca tuvo necesidad de sentar posición acerca de cuántos votos hacían falta para proceder a una “decapitación”.

Los que promueven el mínimo de seis apelan a que la duda beneficia al imputado y a la presunción de inocencia, dos principios fundamentales devaluadísimos, según Mariano Cúneo Libarona, codefensor del ex gobernador José Alperovich. Otros son más prácticos: razonan que el piso de cinco votos choca contra el axioma de que los seres humanos no son pasibles de fraccionamiento, además de que elimina el matiz entre la mayoría simple y la calificada, que en el diseño controvertido del Jurado siempre sería igual a media decena de firmas. En el foro hay un estudioso impertérrito ante la vocación tucumana de desconocer el Estado de derecho que asegura que la discusión deviene ociosa: los antecedentes nacionales y extranjeros respaldan la exigencia de seis.

Un voto podría, entonces, hacer la diferencia. La presión se traslada a tres jurados puesto que cuatro militan en el oficialismo (los legisladores Javier Morof, Dante Loza y Alberto Herrera, y el fiscal de Estado, Federico Nazur) y la parlamentaria Sara Alperovich, la hija del ex mandatario, luce -aún después de todo lo que pasó- alineada con la mayoría. En esas condiciones, el sexto sufragio importa incluso más que el séptimo y el octavo. Las miradas apuntan a Walter Berarducci, el legislador surgido del espacio político del matrimonio del intendente Germán Alfaro y la diputada Beatriz Ávila. Aunque el legislador alfarista Raúl Pellegrini votó en contra de la acusación de Pedicone, y el propio jefe municipal y Ávila criticaron a Leiva, Berarducci parece cada vez menos dispuesto a tomar la vía de la minoría, como surge de su participación en las últimas resoluciones del Jurado. Al abogado Critto le estaría ocurriendo algo similar: sus gestos denotan cierta adhesión a los designios justicialistas. El litigante aterrizó en el jury debido a que el titular de la silla, Esteban Jerez, se desempeña como defensor de Leiva, pero su base de sustentación es casi inexistente: obtuvo la función de jurado suplente en unos comicios en los que participaron el 13% de los letrados empadronados. Por último está el vocal Posse, quien en la Corte votó a favor de Pedicone en las cuestiones de competencia que para el acusador Khoder son tan cruciales. ¿Se animará el ex funcionario alperovichista a quedar como el único disidente? El escenario evoca el óleo que Francisco de Goya tituló “La letra con sangre entra” o “Escena de escuela”. Improbables lectores, googleen: vale la pena.

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