Olfato: el sentido menospreciado que nos puede salvar la vida

Olfato: el sentido menospreciado que nos puede salvar la vida

¿Cómo sentimos olores? ¿Qué indican en nuestro cuerpo los “malos”? Su impacto en la vida, tanto en la de la especie como en la individual.

APRENDIZAJE. Asociamos “buenos” olores a lo que no nos hace daño, y desde allí definimos lo placentero. APRENDIZAJE. Asociamos “buenos” olores a lo que no nos hace daño, y desde allí definimos lo placentero.

Si la vida nos pusiera en situación de perder uno de nuestros sentidos; ¿cuál elegiríamos? Las respuestas, probablemente, sean variadas; incluida “esa pregunta no tiene sentido”. Lo cierto es que Quora, la red social de preguntas y respuestas, la lanzó y “ganó” el olfato.

Lo mismo ocurrió cuando Anthony Synnott, doctor en Sociología por la London University, hizo esa pregunta sus alumnos de la Concordia University Chicago: el 57% de una muestra de 182 participantes contestó que el olfato. “No obstante, desde el punto de vista fisiológico es un sentido muy poderoso”, destaca Synnott  en su trabajo “Sociología del olor” (publicado en la Revista Latino-Americana de Enfermagem, de la Escuela de Enfermería de Ribeirão Preto de la Universidad de São Paulo).

No sólo es poderoso; es fundamental. “El olfato es clave desde el instante en que nacemos -resalta Federico Bonilla, doctor en Ciencias Biológicas, especializado en embriología clínica-. Y las células involucradas comienzan a formarse en la quinta semana del desarrollo embrionario”.

Sentidos químicos

A diferencia de otros sentidos, gusto y olfato detectan compuestos químicos; pero el segundo capta sus estímulos “a distancia”: las moléculas volátiles que  componen el olor vienen en el aire hasta la cavidad nasal.

Y hay otro elemento “a favor” del olfato: “el tacto y el gusto viajan en el cuerpo por las neuronas y la espina dorsal hasta llegar al cerebro; el estímulo olfatorio, en cambio, va ‘de una’ a la estructura cerebral correspondiente: el bulbo olfatorio, único sitio del sistema nervioso central directamente expuesto al ambiente”, sintetiza Bonilla.

Las neuronas encargadas “del trabajo” se encuentran en el epitelio olfatorio, que cubre el techo de la cavidad nasal, y son capaces de detectar miles de olores diferentes instantáneamente -explica y agrega: “el bulbo olfatorio forma parte del sistema límbico, una estructura muy antigua del cerebro que maneja muchas respuestas automáticas. Influye en un montón diverso de comportamientos, incluidas las emociones,  la motivación y la memoria”.

De hecho, ¿no te pasó, incluso de grande, sentir que algo “huele a mamá”? Ese “saber” nos viene de lejos, destaca Bonilla: “a las 24 semanas el feto reconoce los olores presentes en el líquido amniótico”.

Directo a la teta

El dato es clave: si se lo  coloca sobre el vientre de su madre, un recién nacido repta instintivamente hasta el pezón. Científicos Instituto Sanger de Cambridge (Reino Unido), dedicado a investigación genómica y genética, se preguntaron por qué, y mostraron que lo guía el olor, único y característico, de su madre, al que estuvo expuesto en el líquido amniótico.

“El recién nacido empieza reconociendo a su mamá por el olor, y lo asociará rápidamente con confort y protección; luego va incluyendo las personas cercanas. Así va ampliando su mundo”, agrega Bonilla.

Poco a poco, con la maduración neurológica y la acumulación de estímulos, se suman los otros sentidos a nuestro camino por la vida.

“Entonces, aunque sigue asociado a los placeres (desde la comida hasta la sexualidad) el olfato se transforma en un sentido mayormente  defensivo”, explica el otorrinolaringólogo Gustavo Cassera-. De los miles de olores que capta nuestro nervio olfatorio, al 80% lo consideramos desagradables”. “Digo ‘lo consideramos’ -destaca-, porque en realidad, todos vamos haciendo una construcción consciente del olfato”.

Construcción colectiva

Aquí es clave pensar lo humano como especie: la valoración como “bueno” o “malo”, en esa construcción, puede ser muy amplia y no se basa sólo en recuerdos personales; también en enseñanzas y adiestramientos específicos, resalta Synnott, y agrega: “la frase ‘qué rico huele’ es un equivalente de las realidades físico-químicas, pero también de las simbólico-morales”.

De todas formas, hay olores que consideramos malos casi universalmente, y funcionan como señales de alarma: como los que nos indican una pérdida de gas en una casa y el riesgo que ello conlleva...

“Por el olor, eliminamos lo malo: pescado podrido, carne rancia, huevos podridos, leche agria, vino avinagrado... El olor indica la realidad -bueno o malo, comestible o incomible- con bastante fidelidad. Lo que está malo, apesta”, agrega Synnott. 

Pasa lo mismo con el ambiente: disfrutamos el aroma de las flores, del aire puro y del mar, pero evitamos emanaciones que -aprendimos- pueden ser negativas: los olores de desechos humanos, de sistemas de drenaje, del escape de autos; el que emanan ciertas industrias, como pasa en Tucumán con la vinaza. En general nos huelen mal porque hacen daño: “son tóxicos, cancerígenos o causan náusea”, asevera el especialista.

Con la gente pasa lo mismo. A veces sentimos que una persona huele “mal sólo porque se aparta de la norma olfatoria cultural, pero el olor también puede ser una señal de que algo anda mal en su salud. Nos pasa, por ejemplo, con el “mal aliento” y  el “olor a pata”. 

Desde infecciones a fallas de higiene y problemas gástricos

Lo que nombramos “mal aliento”, los especialistas lo llaman halitosis y -explica la odontóloga María Pía Recúpero- es el olor desagradable que se percibe en la cavidad bucal, especialmente al exhalar. “No suele ser grave en sí mismo, pero sí es señal de que algo subyacente está ocurriendo; puede ser sencillo, como simplemente deshidratación, o por haber ingerido alimentos fuertes (cebolla, ajo), o un poco menos ‘inocente’, como fallas a la hora de la higiene. Pero también lo causan situaciones más complejas, como infecciones en la boca”, explica. La más delicada -agrega- es la gingivitis (inflamación de encías provocada por acumulación de placa bacteriana, caracterizada por el enrojecimiento y el sangrado gingival), pero también puede deberse a periodontitis, abscesos, caries dental. Y -quizás más difícil de imaginar- la halitosis también puede tener causas gástricas, como reflujo. ¿Qué hacer? “Lo primero, fortalecer el hábito de buena higiene bucal, utilizando de manera correcta y frecuente los elementos de higiene disponibles (cepillo suave e hilo dental). Y no menos importante, la consulta. El odontólogo detectará qué patología puede estar generando la condición y tratarla de forma correcta, o derivará al gastroenterólogo si el origen del problema no está en la boca sino en el estómago.

Las causas del "mal olor" suelen ser variadas

Se suele asociar con suciedad, pero el mal olor en los pies puede tener orígenes diversos, destaca Florencia Lobo, podoesteticista, y aclara que el sudor interviene casi siempre, pues se descompone al entrar en contacto con bacterias que tenemos en la piel. “El ‘mal’ olor puede tener origen hormonal; por ejemplo, los cambios de la adolescencia también modifican el sudor”, explica, y destaca que otros factores pueden ser la alimentación (comidas como ajo y cebolla, al degradarse, generan moléculas odoríferas que nos resultan feas) y el estrés. “El olor es más fuerte en los pies porque el calzado y las medias suelen evitar que respiren, y eso exacerba la sudoración”, detalla. Pero puede ser alerta de patologías: el exceso de sudoración, que se llama hiperhidrosis (pies constantemente húmedos o huellas en el suelo al caminar descalzo son señales) o infecciones por hongos y bacterias. La recomendación es que la higiene sea la correcta: “lavarse detenidamente con agua y jabón y secar muy bien, en especial entre los dedos. Se puede ayudar con talcos o spray diseñados para pies, no con talco común”, advierte Lobo, e insiste en las recomendaciones, no por clásicas, más obedecidas: medias de algodón, ventilar el calzado, y usar chanclas en piletas y duchas públicas.

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