No habrá renovación, serán los conocidos de siempre

No habrá renovación, serán los conocidos de siempre

La ciudadanía demanda caras nuevas en las próximas votaciones, quiere ver una nueva oferta electoral; plantea un recambio generacional. Lo revela un sondeo publicado en el diario esta semana. Pero la sociedad reclama más: que en lo posible esos debutantes en la lid política sean moderados. Los que piden moderación posiblemente sean los que están hartos de la grieta, los que reniegan de los extremistas que disfrutan de su condición de enemigo del que opina distinto. O sea, de los que vienen transitando hace tiempo la actividad política, veteranos de batallas electorales que se convierten en obstáculos a sortear por los que asoman desde atrás, tratando de filtrarse a los codazos o aprovechando la proximidad de algún padrino político influyente, y poderoso. La gente puede pedir, puede expresarse anónimamente ante las consultoras, pero la vieja política no le dará con el gusto, menos en los comicios de medio término que se aproximan. Imposible.

No se verificará una renovación dirigencial en las boletas de diputados y de senadores en razón de dos premisas políticas antiguas: la instalación del candidato y el nivel de conocimiento sobre el postulante. Ambas, directamente proporcionales entre sí. Fórmula sencilla: más conocido el primero de la boleta, más fácil de instalar esa alternativa electoral conjunta convertida en voto. Menos esfuerzo proselitista a realizar, menos recursos a invertir. Por lo tanto, mejor un viejo gladiador conocido de mil batallas -perdidas y ganadas, no importa- en el primer puesto, que un ignoto novato por el que hay que desarrollar un esfuerzo de campaña descomunal para que se lo conozca. Aunque sea brillante.

Si se trata de una elección de distrito, como lo es, por ejemplo, la de gobernador o la de diputados y senadores que se avecinan, con más razón el referente sectorial tiene que ser alguien conocido en toda la extensión del territorio provincial, más allá de las fronteras municipales internas. Es un activo imprescindible que sirve para hacer diferencia. Por eso es fundamental saber el nivel de conocimiento que alcanza el elegido que cada espacio piensa proponer, es un dato infaltable en las encuestas por encargo. Tal relevamiento puede costar entre $ 200.000 y $ 500.000. Un referente radical confió que le hicieron llegar una carpeta con un valor “un poco” más alto, aunque el estudio incluía otros ítems. Y hablamos del 2020. Imaginar entonces el posible costo del trabajo para instalar a un ilustre desconocido. Mejor un viejo gladiador.

Entonces, a no esperar sorpresas en los primeros puestos de las listas de diputados y de senadores. Serán ocupados por dirigentes archiconocidos en sus respectivos espacios. Condición necesaria. Los ejemplos sobran: Osvaldo Jaldo que, siendo vicegobernador, salió al frente de la nómina de diputados nacionales, al margen de que su postulación sirvió para encolumnar al peronismo detrás de la boleta oficialista. O el de Domingo Amaya en 2019, o las postulaciones del radical José Cano. Más se es conocido, más fácil de pelearla. Es válido hasta sin considerar la vasta carrera política de todos ellos.

Es precisamente esa carrera política la que los convierte en imprescindibles en términos electorales para pelear en una votación. Son reconocidos, en sus espacios y fuera de ellos. En la votación que se viene se eligen tres senadores y cuatro diputados nacionales, siete parlamentarios en total, pero a los fines de la instalación y del nivel de conocimiento -como premisas- cada fuerza con aspiraciones de conquistar bancas deberá ubicar al frente por o menos -y como condición necesaria- a dos políticos ampliamente conocidos en el territorio provincial para que arrastren sufragios: el primer senador y el primer diputado. El resto de los cargos será para cerrar pactos que satisfagan intereses internos y que fortalezcan al espacio.

¿Quiénes pueden ser esos dos de cada alternativa electoral? Cuando se pregunta quiénes son los que tienen un nivel de conocimiento elevado en la sociedad es cuando se aclara el panorama o se reduce el espectro de posibilidades a considerar. Los que tengan aspiraciones a una de las bancas ya deberían estar solicitando estos sondeos -si no lo han hecho ya- porque les pueden sumar puntos a la hora de exigir lugares. Aunque circulan, o se hacen circular muestreos interesados, los más conocidos distritalmente son Manzur, Jaldo, Germán Alfaro, Cano, Silvia Elías de Pérez, Ricardo Bussi, Beatriz Ávila, Amaya y luego, muy detrás, en nivel de conocimiento provincial, aparecen muchos otros. La mayoría intendentes, que también quieren “instalarse” aunque más no sea en segundos puestos, para una mejor batalla en el 23; por ejemplo para legislador. Las ambiciones personales también juegan, claro. Alguno querrá ser vicegobernador, por ejemplo.

Al oficialismo le puede resultar más sencillo el armado de la lista porque cuenta con el aparato del Estado para sostener su lista. Puede darse el lujo de llevar a Pablo Yedlin como senador y a algún legislador, intendente o ministro como diputado. La estructura institucional puede soportar cierto nivel de desconocimiento territorial de sus postulantes. Pero mínimo.

Lo óptimo para el Gobierno sería la boleta “Manzur senador, Jaldo diputado”. Todo el peronismo tucumano se alinearía, aunque no sean más que postulaciones testimoniales. Ahora bien, si pierden chau 2023, pero si ganan, lindo guiño del gobernador a Cristina.

¿Y la oposición? Los conocidos territorialmente ya están instalados políticamente, y básicamente son cuatro: Cano, el matrimonio Alfaro, Elías de Pérez y Bussi. Allí hay potenciales candidatos. Y dificultades para confluir en acuerdos políticos.

Veamos un caso puntual, ya que anduvo por Tucumán haciendo ruido político: ¿puede Alfonso Prat Gay ser candidato a senador o a diputado en Tucumán atendiendo al concepto electoral referido al nivel de conocimiento territorial? La respuesta es claramente no. Seguramente en La Cocha, Alberdi y Aguilares es más conocido Cano que el ex ministro de Hacienda de Macri, por lo tanto desde esa perspectiva resultaría un candidato inconveniente. Habría que hacer un esfuerzo extra para instalarlo en todos los rincones del territorio, al margen de que le sobran condiciones para ser representante del pueblo en el Congreso.

Además, una eventual candidatura podría fracturar aún más el frente ya de por sí dividido de la oposición, lo que no le debe agradar, ni interesar según su intención de unir a la oposición y convertirla en una alternativa política seria. Hasta puede ser un futuro puente entre los intendentes radicales que pasearon el jueves con él y el jefe municipal peronista capitalino, que supo hacer buenas migas con Prat Gay cuando era funcionario de Macri.

Eso sí, la dupla Mariano Campero-Roberto Sánchez, con esta movida política, se ponen en la órbita de esa gente que pide una renovación dirigencial. Buena estrategia para pedir espacios y provocar incomodidades en las filas del radicalismo tradicional, o de los viejos gladiadores. El mensaje fue claro: generamos hechos políticos, queremos estar y jugamos al vamos por todo. O sea: meterse en el “selecto” grupo de los que pueden pelear en los primeros planos porque tienen un gran nivel de conocimiento y sumarse a esos pocos apellidos reconocidos.

Este proceso se enmarca necesariamente en la antigua pelea política por la renovación dirigencial, o generacional, que todos exigen y justifican, pero que no se verifica, o que se desarrolla muy lentamente, principalmente por la desmovilización de los partidos políticos, aspecto potenciado por el sistema de acoples.

Si los partidos no tienen vida interna, si no funcionan sus estructuras, si los manejan grupos minoritarios o si se impone el verticalismo, difícilmente surjan nuevos dirigentes, todo aquello conspira contra ese recambio que, precisamente, demanda la sociedad. Unos pocos lo frenan, o lo ralentizan el surgimiento de nuevas figuras. Temor o celos. Que alguien recuerde alguna interna reciente con sectores potentes enfrentados, disputándose el partido.

En Tucumán hay 102 partidos reconocidos, un partido por cada 16.000 habitantes, pero no hay ninguna información que diga que esas estructuras tengan vida propia como para generar nuevos referentes o para que alguna juventud encuentre cabida para dar rienda suelta a su vocación militante.

No hay información concentrada, por ejemplo en la Junta Electoral Provincial, sobre cantidad de afiliados o nóminas de las autoridades partidarias. Esa falta de control también favorece la desmovilización. El sistema de acople suma a esa descomposición de estas estructuras. Porque el esquema hizo que se multiplicaran al solo fin de satisfacer las aspiraciones electorales de algunos dirigentes que quieren tener una sigla que les permita acoplarse. O bien para alquilarla: la máxima degradación a la que se puede someter a un partido. De hecho, el acople provocó la proliferación de estructuras partidarias porque la dirigencia encontró allí la forma de evitar las internas para elegir candidatos e ir directamente a la elección general sin pasar por el filtro partidario.

Fue una forma, además, de no estar atado a las hegemonías partidarias y tentar suerte con recursos propios; arriesgarse por sí mismo yendo a la cabeza de una boleta y no sumándose como tercer o cuarto candidato en una lista, donde todo el esfuerzo que se realice será para beneficio directo del primero, con la posibilidad cierta de quedar afuera. Mejor apostar por uno mismo que tirar las pocas fichas propias por un cuero ajeno. ¡Qué mejor sistema que el acople para que florecieran los partidos! Dirigente conocido y con recursos, más chances de salir electo. Por eso cada dirigente viene con su propio partido bajo el brazo.

¿El acople favorece la renovación de cuadros políticos y de cambio dirigencial? En teoría, por la cantidad de organizaciones, se postulan cientos de nuevos aspirantes a un puesto político, pero sólo llegan aquellos que cuentan con un buen nivel de conocimiento en el espacio territorial que se mueven y, por supuesto, con los suficientes recursos. Aquí los “veteranos” de estas lides son los que le sacan ventaja a los “nuevitos”. Estos pueden colarse en una lista oficial, al estilo sábana, que tenga muchas posibilidades de imponer a varios postulantes. Como sucede en el este, por ejemplo, con la lista del PJ.

Aunque ahí también son los dirigentes avezados y de más edad política los que alcanzan los primeros lugares en las listas. Los que empujan desde atrás necesitan un buen padrino. O ser familiar.

En síntesis, no esperemos sorpresas a nivel de nuevas caras en las listas de agosto o de octubre, y tampoco en las del 2023. La evolución política también es darwiniana, pero más lenta aún porque los partidos no promueven mecanismos internos para la aparición de nuevas figuras. Las internas casi han desaparecido, como esas especies extintas.

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