
BEST SELLER. El éxito de la obra de Edmundo De Amicis es imperecedero. Se hicieron películas y miniseries. El libro “Corazón”, actualmente, vende 150.000 copias por año sólo en Italia.

Por José María Posse, abogado, escritor e historiador.-
Los que peinamos canas, alguna vez en nuestras vidas hemos leído el cuento semanal “De los Apeninos a Los Andes” del libro “Corazón”, escrito por el genial Edmundo De Amicis. Se hicieron películas, obras de teatro, miniseries y hasta un popular dibujo animado japonés sobre la obra. Lo que no todos en la actualidad conocen es que el desenlace de la historia del niño Marcos (que se embarca en Italia en busca de su madre y atraviesa media Argentina para encontrarla moribunda; y quien comienza a restablecerse con la alegría de verlo), tiene su desenlace en el ex Ingenio La Reducción de Tucumán.
De Amicis fue un celebrado escritor italiano, cuyas obras se vendían con gran éxito en las librerías argentinas desde 1879. Por entonces, el país despertaba el imaginario de los italianos, quienes veían en el nuestro una tierra de promisión. Con el encargo de una editorial europea, el escritor se embarcó hacia Buenos Aires en 1884. Allí fue agasajado por prominentes hombres del mundo cultural y literario argentino, especialmente por Miguel Cané, quien le abrió puertas en los círculos más expectantes de la ciudad portuaria.
De Amicis era un hombre de agradable trato, jovial y lleno de anécdotas, que deleitaba a quién lo escuchara. Aventurero y curioso, parecía que ningún detalle se le escapaba.
En una tertulia conoció al diputado nacional por Tucumán Emidio Posse, quién era propietario del ingenio azucarero La Reducción, cercano a la ciudad de Lules. De aquella charla surgió la invitación para que viajara a Tucumán, trayecto que ya se realizaba en cómodos trenes de pasajeros.
En sus anotaciones de viaje, el escritor italiano fue descubriendo la singularidad de cada pueblo que pasaba. La cosmopolita ciudad de Rosario, pujante y caótica; la fonética y simpatía de los santiagueños y la hospitalidad de los tucumanos, desde siempre proverbial.
Luego de las presentaciones del caso, y de ser agasajado por la colectividad italiana, don Emidio lo llevó a pasar unos días a su ingenio que estaba por entonces remodelándose, con tecnología importada de Europa. Posse era un hombre maduro, lo rodeaba el halo de ser veterano de épicos combates durante nuestras guerras civiles. Había sido uno de los héroes en la famosa Batalla de Pozo de Vargas, donde le tocó conducir las fuerzas tucumanas en la carga decisiva. Era un hombre sumamente cultivado, quién poseía una envidiable biblioteca, que donó a la ciudad de Lules, ciudad de la cual fue un entusiasta benefactor apoyando a su primo el cura Zoilo Domínguez.
Una gloriosa mañana de primavera, De Amicis conoció La Reducción, llamada así porque antiguamente allí se encontraba la reducción jesuítica de los Lules. Don Emidio lo llevó hasta el islote que abrazaba el Calimayo, caudaloso arroyo, por entonces lleno de peces, nutrias y plagado de historias fantásticas. La frondosa vegetación de la selva pedemontana tucumana sobrecogió al italiano, maravillado por aquél vergel poblado de estridentes pájaros multicolores. Árboles enormes, plantas diversas y un perfume permanente de azahares de los naranjos silvestres que crecían a la vera del cauce del río. Corzuelas, zorros y mayoatos se cruzaban en el camino rodeado de tipas, moreras y arrayanes.
Todo ello se imprimió en el alma del escritor, quién nunca olvidaría los días de solaz que le regalaron los tucumanos.
En honor a ello, y en homenaje a Tucumán y a los tucumanos, De Amicis hizo concluir su cuento más famoso en el ingenio azucarero de su amigo Emidio, con quién se escribió durante mucho tiempo.
La parte del libro que habla de Tucumán, comienza cuando el niño Marcos, después de tres días de viaje, a través de aquella llanura, interminable y siempre igual, vio delante de sí una cadena de altísimas montañas azules, con las cimas blancas, que le recordaban los Alpes. Le parecía acercarse a su país. Eran los Andes, la espina dorsal del continente americano, la inmensa cadena que se extiende desde la Tierra del Fuego hasta el mar glacial del Polo Ártico, por 110 grados de latitud.
También lo animaba sentir que el aire se iba haciendo cada vez más cálido; y esto sucedía porque, marchando hacia el norte, se iba acercando a las regiones tropicales. A grandes distancias encontraba pequeños grupos de casas con una tiendecilla, y compraba algo para comer. Encontraba hombres a caballo; veía, de vez en cuando, mujeres y niños sentados en el suelo, inmóviles y serios. Eran caras completamente nuevas para él, color de tierra, con los ojos oblicuos, los huesos de las mejillas prominentes. Lo miraban fijo y lo seguían con la mirada, volviendo la cabeza lentamente, como autómatas. Eran indios.
Más adelante cuenta el ingreso a la ciudad de San Miguel de Tucumán: una de las más jóvenes y floridas de la República Argentina. La primera impresión fue que entraba de nuevo en Córdoba, en Rosario o en Buenos Aires. Eran las mismas calles derechas y larguísimas y las mismas casitas bajas y blancas, pero por todas partes una nueva vegetación nueva y magnífica, un aire embalsamado, una luz maravillosa, como no había visto ni siquiera en Italia.
Marcos tenía la referencia de que su madre trabajaba para la familia de un ingeniero Mequínez, a quién venía siguiendo por media Argentina. Así fue su entrada a Tucumán:
Todos, desde el umbral de sus puertas, se volvían a contemplar a aquel pobre muchacho harapiento, lleno de polvo, que daba señales de venir de muy lejos. Buscaba entre la gente una cara que le inspirase confianza, a quien dirigir aquella tremenda pregunta, cuando se presentó ante sus ojos, en el rótulo de una tienda, un nombre italiano. Dentro había un hombre con anteojos, y dos mujeres. Se acercó lentamente a la puerta, y con ánimo resuelto preguntó:
-¿Me sabrían decir, señores, dónde está la familia Mequínez?
-¿Del ingeniero Mequínez? -preguntó a su vez el de la tienda.
-Sí, del ingeniero Mequínez -respondió el muchacho con voz apagada.
-La familia Mequínez -dijo el de la tienda- no está en Tucumán.
Un grito desesperado de dolor, como de persona herida de repente por artero puñal, fue el eco de aquellas palabras.
El tendero y las mujeres se levantaron; acudieron algunos vecinos.
-¿Qué ocurre? ¿Qué tienes, muchacho? -dijo el tendero, haciéndole entrar en la tienda y sentarse-; no hay por qué desesperarse, ¡qué diablo! Los Mequínez no están aquí, pero no están muy lejos: ¡a pocas horas de Tucumán!
-¿Dónde? ¿Dónde? -gritó Marcos, levantándose como un resucitado.
-A unas quince millas de aquí -continuó el hombre-, a orillas del Saladillo; en el sitio donde están construyendo una gran fábrica de azúcar; en el grupo de casas está la del señor Mequínez; todos lo saben, y llegarás en pocas horas.
-Yo estuve allá hace poco -dijo un joven que había acudido al oír el grito.
Marcos se le quedó mirando, con los ojos fuera de las órbitas, y le preguntó precipitadamente, palideciendo:
-¿Habéis visto a la criada del señor Mequínez, la italiana?
-¿La genovesa? La he visto.
Marcos rompió en sollozos convulsivos, entre risa y llanto.
Finalmente, le indican precisiones del lugar donde se encontraba su madre, y parte de inmediato, en el camino lo sorprende la oscuridad:
Eran las doce de la noche. Su pobre Marcos, después de haber pasado muchas horas sobre la orilla de un foso, extenuado, caminaba entonces a través de una vastísima floresta de árboles gigantescos, monstruos de vegetación, con fustes desmesurados semejantes a pilastras de una catedral, que a cierta altura maravillosa entrecruzaban sus enormes cabelleras plateadas por la luna.
La grandeza del campo engrandecía su alma; la cercanía de su madre le daba la fuerza y la decisión de un hombre; el recuerdo del océano, de los abatimientos, de los dolores que había experimentado y vencido, de las fatigas que había sufrido, de la férrea voluntad que había desplegado, le hacían levantar la frente; toda su fuerte y noble sangre genovesa refluía a su corazón en ardiente oleada de altanería y audacia.
Desde que apareció en 1887, el libro Corazón se convirtió en un auténtico Best Seller. Sólo en Italia, en la actualidad se venden en promedio, 150.000 ejemplares del libro. El italiano falleció en 1908, en el cenit de su fama.
El tiempo pasó y las nuevas generaciones comenzaron a olvidar el paso de aquél simpático escritor por tierras tucumanas. Pero en 1958, el doctor Juan Dalma y un grupo de dirigentes de la sociedad italiana de Tucumán, tuvieron la idea de precisar el lugar exacto del encuentro entre el niño Marcos y su madre. Para hacerlo, tomaron como referencia la mención que hace De Amicis del arroyo “Saladillo” más conocido como “Calimayo”, y los datos acerca de la distancia que separa el ingenio de la ciudad, además de rastrear en diarios de época los lugares visitados por el italiano. Resultaba palmario que quiso referirse al ex ingenio La Reducción, de don Emidio Posse.
Por entonces, la antigua fábrica llevaba décadas cerrada y el monte iba invadiendo lo que había sido una próspera fábrica azucarera. Apenas se alzaban unos vetustos edificios llenos de historias y fantasmas.
La Comisión de residentes italianos resolvió entonces colocar una placa de mármol en la derruida casa de la administración de La Reducción con la siguiente leyenda:
A Edmundo De Amicis, autor inmortal de “Corazón”, en el cincuentenario de su desaparición, la colonia italiana de Tucumán dedica en recuerdo del pequeño Marcos, héroe del cuento “De los Apeninos a los Andes”, que en éste ingenio encontró y salvó a su querida madre. Septiembre de 1958.
Cualquier proyecto de turismo histórico y cultural tiene en La Reducción un lugar de innegable interés para el visitante nacional e internacional. Una de las tantas joyas en bruto de Tucumán, esperando a ser pulida y perfeccionada, en beneficio de todos.







