Panorama Tucumano: Alberto el Gobierno, Cristina el poder, Manzur el que mira

Panorama Tucumano: Alberto el Gobierno, Cristina el poder, Manzur el que mira

Aunque se llamó a silencio y ocupó el papel de segunda figura estelar, Cristina fue protagonista excluyente en el 2020. No dijo mucho en público, hizo más tras bambalinas. Desde marzo, y a causa de la pandemia, evitó cumplir acabadamente su verdadero rol político de conducción en el Frente de Todos -para no opacar del todo al Presidente-, el que quedó claramente definido cuando armó y ofrendó al peronismo una fórmula presidencial ganadora en 2019 envuelta en reminiscencias de un potente slogan justicialista de 1973: Cámpora al gobierno, Perón al poder. Fue la estratega exitosa, ganó más respeto y temor entre los propios y también la antipatía de sus opositores más acérrimos. Este año eminentemente electoral no puede hacer menos que calzarse de nuevo el papel protagónico, pero no ya desde el llano opositor, sino instalada cómodamente en el poder, circunstancia que la convierte en un personaje más que peligroso -en términos políticos, claro-, para propios y extraños. Su misión ahora es consolidar el poder en el oficialismo. El año anterior decidió no ocupar la casilla del medio para no entorpecer la labor del ex jefe de Gabinete en sus primeros meses de la gestión; le facilitó el protagonismo callándose la boca y liberándole las manos para que enfrente al coronavirus y trepara en imagen. Se mostró mas preocupada por el accionar de la Justicia, atosigada por las causas por corrupción. Esa fue su batalla.

Sin embargo, en las últimas semanas reveló lo que se debe esperar de ella durante 2021: ejercer el rol principal en la coalición gobernante; la de guía y conductora. Ya sacudió al gabinete y le volteó funcionarios, lanzó definiciones económicas y trazó la línea política del Gobierno. En adelante bancará a sus muchachos de La Cámpora, a los que usará como cabeza de playa en el PJ. Primero dirigirá su acción en Buenos Aires, su reducto. Desde allí fue senadora, luego vicepresidenta, eligió al candidato a gobernador. En adelante necesita encolumnar y fidelizar al estilo verticalista del peronismo a los intendentes díscolos; para lo que se propone conquistar el Partido Justicialista bonaerense. Debe consolidar todo el poder sobre ese distrito para tratar de no perder en los comicios intermedios, porque será ella la principal derrotada si el oficialismo no sale airoso de la contienda electoral. Será su exclusivo fracaso. Por eso necesita imperiosamente hacerse del PJ para su hijo Máximo en primer lugar o para alguien de su extrema confianza, para garantizar que nadie saque los pies del plato a la hora de buscar los votos; o sea: para evitar las traiciones.

El mensaje es claro no sólo para Alberto sino especialmente para los compañeros que sueñan con la conformación del albertismo: hay cristinismo para rato y ella será la que definirá los candidatos para estas elecciones y a sus herederos para el 23. La jugada sacudirá a los gobernadores peronistas que anhelan la liga de mandatarios del interior para exigir lugares en la mesa del poder, entre ellos a Manzur, quien no figura en la lista de confianza de la ex jefa de Estado.

Si finalmente consigue manejar el principal distrito peronista del país, Cristina debilitará cualquier maniobra que se piense desde el interior para fortalecer un espacio político-institucional sobre la base de conducir las siglas partidarias provinciales. Porque si Máximo es ungido titular del PJ en Buenos Aires, no importará que Alberto conduzca al PJ nacional: nadie irá a golpear su puerta de supuesto alcance nacional, sino las puertas bonaerenses de Cristina. Allí estará el verdadero poder político. Aquí hay que detenerse para reflexionar sobre por qué Alberto no aceptó asumir la conducción del PJ cuando lo impulsaban gobernadores, con Manzur a la cabeza, y gremialistas de la CGT: ¿lo hizo por pedido de su compañera de fórmula? Como sea, demostró que es la mejor pieza que ella tiene en el Frente de Todos: Alberto es el Gobierno, Cristina el poder. Porque de haberse hecho cargo del partido el año pasado, hoy tendría más fortaleza política en la coalición -y, obvio, también sus frustrados albertistas-; no es lo mismo hacerlo después de que Kirchner se apropie del PJ bonaerense. Distinta calidad de poder. A todas luces en el capítulo del justicialismo cobra más relevancia interna que Máximo se haga del partido provincial a que Alberto haga lo propio con el PJ nacional. Si ella hace pie en el PJ bonaerense de la mano de su hijo de nada le servirá a Alberto asumir al frente del consejo nacional del justicialismo -será una candidatura casi testimonial- y menos a los alberistas que lo promueven para crecer y cobijarse a su sombra.

Alberto puede pasar inadvertido en ese puesto; y por lo tanto sus adláteres. Apostar al crecimiento e independencia de Alberto en la interna oficialista es a todas luces una jugada destinada al fracaso, que alcanzará a los que se mueven respaldando la figura presidencial. El principal sostén de Alberto es Cristina, el resto acompaña en el seno del peronismo.

Hay que prestarle atención a la maniobra territorial de la vicepresidenta porque tendrá efectos colaterales en el resto del país y determinará alineaciones o redefinirá estrategias en las provincias, proceso en los que no quedarán exentos ni Manzur, ni Jaldo. Ellos, centralmente el gobernador, serán rozados por los intereses expansivos de la vicepresidenta, porque si bien ahora va por el PJ bonaerense, mañana será por la estructura nacional del justicialismo. Como cualquier político avezado y con ambiciones reconoce el valor de estar inserto en el peronismo, formar parte de su estructura y sobre todo de manejarla. Máxime en tiempo electoral. Si hasta un radical llegó a ser gobernador por vía del justicialismo, ¡cómo no va a tener un tremendo valor estratégico gobernar esa estructura que se ramifica por todo el país! Más aún cuando nadie como el peronismo entiende mejor el entrelazamiento entre partido, gobierno e institucionalidad. El combo, bien administrado, permite conseguir y consolidar poder.

En fin, para seguir ejerciendo y manejando los hilos de la coalición gobernante, el primer paso de la vicepresidenta será obtener el PJ bonaerense, luego la obediencia de todo el peronismo pejotista. Allí están encolumnados los gobernadores, como el tucumano que experimentarla las presiones de los tentáculos de la vice en el armado de las listas nacionales: en las del Senado para ampliar sus séquito de fieles; y en las de diputados para que su hijo Máximo conduzca el bloque oficialista sin obstáculos internos. No querrá que ingresen en las nóminas algunos renuentes a reconocer el liderazgo del jefe del camporismo en la Cámara Baja. O sea, se abren las puertas para los cristinistas de la primera hora, para los chicos de La Cámpora y para los ultrakirchneristas.

Manzur no está en situación de poner condiciones políticas ni de esgrimir un pero frente a la estrategia de la vicepresidenta, menos si Cristina consigue todo lo que pretende. En las últimas horas del 2020 ella identificó al enemigo político del oficialismo: le apuntó a Macri como el adversario a atacar, y sobre el cual quiere que gire y se concentre la oposición. La misma táctica a escena: polarizar eligiendo al adversario. Por eso necesita a todos los peronistas juntos, repitiendo la unidad conseguida hace dos años. Una batalla entre ellos, Cristina contra Macri; obligará al país a dividirse entre dos opciones. El macrismo se siente cómodo en esa postura. Así que no habría que esperar nada novedoso en cuanto al accionar de la oposición. Macri habló de barco a la deriva y de desatinos del Gobierno en su primer año al cerrar el año, marcando también el rumbo del discurso de su espacio.

Lo lamentable es que no será una pelea de visiones respecto del país que cada uno pretende, sino de consolidar leales de un lado contra los leales de la causa del otro. Las explicaciones para los independientes no valdrán porque se priorizará a los militantes, que por cierto no las necesitan. La pretensión central de cada lado será fidelizar a los seguidores y apostar a los errores del adversario. Reducir la contienda electoral a ahondar la grieta será pésimo para la Argentina y para sus ciudadanos. Ese parece ser el camino elegido, porque la dirigencia no se preocupará en exponer a los votantes qué país quieren y las maneras de trabajar a tal fin, sino por enfrentar pasado contra pasado, siempre mirando atrás. Una trampa para todos.

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