Cada pueblo tiene la vida que se merece

Cada pueblo tiene la vida que se merece

¿Qué es calidad de vida? Es bienestar social y personal. Desarrollo urbano. Seguridad cívica. Movilidad ciudadana y transporte público. Equidad y excelencia sanitaria. Espacios verdes. Medio ambiente y contaminación acústica, hídrica y atmosférica. Acceso a la salud, a la educación y al conocimiento. Igualdad económica. Y, finalmente, gobernanza.

Hace poco más de un año, un legislador me dijo, en una conversación privada (por eso no lo cito): “Estás obsesionado con las bicis y las ciclovías, con los arbolitos y las plazas, con el ruidito de las motos. Sos un buen periodista, deberías escribir sobre temas más importantes...”.

Conversaciones similares mantuve con varios funcionarios en los últimos años.

Son pocos los políticos tucumanos -porque en otras provincias tienen visiones diferentes- que consideran al urbanismo como la síntesis más cabal del desarrollo de una sociedad.

La mayoría opina que el urbanismo es un asunto menor, más propio de paisajistas, arquitectos minuciosos o ecologistas exaltados.

El grueso de nuestros políticos tiene esa concepción metropolitana porque la mayoría de los tucumanos piensan o pensamos así.

Porque para que una ciudad esté limpia es cierto que hay que limpiarla con frecuencia, pero antes no hay que ensuciarla.

No alcanza con colocar cestos de residuos en todas las cuadras si en menos de una semana ya están vandalizados.

No sirve que haya semáforos en cada esquina, si son pocos los que van a respetarlos.

No es suficiente con que se prohíba estacionar en las avenidas y en casi todo el macrocentro para que el tránsito sea más fluído, si los automovilistas y los taxistas ocupan todas las calles, de punta a punta, incluso en doble y triple fila, en paradas de ómnibus y hasta en las esquinas.

El Estado

El término “gobernanza” se usa desde la década de 1990 para designar la eficacia, calidad y buena orientación de la intervención del Estado. Surgió luego de la caída del Muro de Berlín, en 1989, que marcó el principio del fin del Estado comunista, omnipresente, hiperdominante, para dar lugar a administraciones menos gigantes y más eficientes.

La calidad de vida de una ciudad se mide por múltiples factores, como los citados al comienzo, aunque si fracasa la gobernanza arrastra consigo a todos los otros componentes.

En Tucumán el Estado es gigante e ineficiente. Por eso repetimos a menudo, frente a los graves y prolongados problemas que acarrean la provincia y el área metropolitana -donde se concentra el 70% de la población- que el Estado está ausente.

Desde el gobernador Juan Manzur para abajo existe una gran confusión, no sabemos si real o ensayada, respecto del concepto de obra pública y de desarrollo.

Una cosa es el mantenimiento de la infraestructura existente y otra muy distinta es la generación de obras nuevas, de ideas innovadoras, de proyectos diferentes.

Si ni siquiera se cumple con el primer ítem -mantenimiento-, mucho menos podemos hablar de desarrollar nuevas infraestructuras, nueva obra pública.

Se promociona la limpieza de un canal pluvial o la reparación de un caño de la red cloacal como si fuera “crecimiento”, cuando son tareas de manutención de los servicios esenciales, la base de cualquier administración.

Comprar nuevos móviles policiales no es “apostar al futuro”, es simplemente renovar la estructura existente.

Lo mismo que repavimentar una ruta es muy distinto de construir una ruta nueva. Hay una gran confusión en el gobierno, no sabemos si real o ensayada.

Al final de la tabla

Varias veces repetimos que nos encantaría hacer un periodismo más positivo, que colabore a levantar la arrastrada autoestima tucumana, a difundir lo mejor que tenemos. Pero cuando todo, tanto empírico como teórico, nos muestra que estamos en el fondo de la tabla, ni siquiera en el medio, en el promedio, se hace muy difícil tener una mirada más optimista. Sería además irresponsable.

Hasta nuestra joya turística para promocionarnos al mundo, inapelablemente bella, como Tafí del Valle, es un desastre urbanístico, donde cada privado ha construido como y donde se le vino en gana, ahora con usurpaciones incluidas.

De nuevo el Estado ausente, donde debería poner orden y resguardo de las tradiciones culturales, del paisaje y del medio ambiente.

Sobran mediciones y estudios que nos revelan lo mal que estamos Tucumán y los tucumanos. Como si hicieran falta. Alcanza con recorrer diez minutos la ciudad o la provincia.

Ahora se publicó una nueva encuesta, realizada sobre 12.815 casos (10 veces más que un relevamiento serio normal), llevada a cabo por la consultora IPD (Innovación, Política y Desarrollo), que nos ubica en el último lugar de la Argentina, sobre las 24 capitales del país, respecto de la calidad de vida de las ciudades.

En la encuesta se relevaron 14 variables: costo de vida, empleo, vivienda, transporte, infraestructura, conectividad, seguridad, medio ambiente, deportes, educación, cultura y si le gusta vivir en su ciudad.

Mendoza se ubicó en el primer lugar, como la ciudad con mejor calidad de vida del país, con un coeficiente de 14,58, seguida por la Ciudad de Buenos Aires, con un puntaje de 11,15.

Tucumán quedó en el puesto 24, con una puntuación de menos 22,87, es decir, a más de 37 puntos de diferencia de la capital mendocina.

Se le llama calidad de vida a la forma en que nos relacionamos con nuestro medio, de forma gratificante y responsable, como contar con un parque o una plaza cerca de casa; circular por calles sin humo, ni ruidos ni embotellamientos; no perder horas en desplazarnos al trabajo; o la participación en una gestión ecológica de los residuos.

Otros aspectos que se valoran mediante indicadores objetivos o mediante la percepción ciudadana obtenida por encuestas son la gestión política, la economía, la cultura, la seguridad, la movilidad, los servicios, el ocio, el consumo, y el medio ambiente.

Cosas importantes

“Estás obsesionado con las bicis y las ciclovías, con los arbolitos y las plazas, con el ruidito de las motos…”

Qué distinto sería Tucumán si nuestras autoridades estuvieran obsesionadas con mejorar nuestra calidad de vida, en vez de estar tan preocupadas por temas realmente importantes, como meter mano en la Justicia, atiborrar de ñoquis la Legislatura, la interna electoral entre Manzur y Jaldo, financiar mil acoples para las próximas elecciones o esmerilar al adversario político de turno, a fuerza de ejércitos de trolls, difamaciones por WhatsApp o noticias falsas.

Eliminamos una plaza, en una ciudad con uno de los peores índices de espacios verdes por metro cuadrado, para construir una nueva Legislatura, en el corazón de Barrio Norte, en vez de hacerla a 10 kilómetros del centro, restando 500 autos y taxis por día a esa zona congestionada, y de paso se desarrollaba algún sector más postergado.

A contramano del mundo. No del primer mundo, a contramano de Salta, Mendoza, Santiago, Córdoba, Rosario... acá nomás, donde cantan el mismo himno, gritan los mismos goles y disfrutan los mismos asados.

A sólo una cuadra de la superpoblada Legislatura construimos un nuevo fuero penal y le inyectamos 500 autos más por día a la zona y el corte de la neurálgica avenida Sarmiento, cada vez que se realiza un juicio polémico.

Es que el urbanismo no es importante; lo importante es que ahora los funcionarios y empleados legislativos y judiciales están a un paso de los bares y restoranes de la elegante plaza Urquiza.

Aplazados en calidad de vida, aplazados en gobernanza y aplazados como sociedad, impotentes de generar un cambio.

Y sí, aunque lo minimice ese legislador y otros funcionarios, cada vez que nos subimos a la bici o caminamos 20 cuadras para ir al trabajo pensemos que es un auto menos ocupando espacio, un auto menos haciendo ruido, un auto menos gastando dinero y quemando combustible no renovable.

Algún día tendremos la ciudad que se merecen nuestros hijos, porque nosotros, los adultos, nos merecemos lo que tenemos.

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