Revisitando a Samuel Schkolnik, un meritócrata

Revisitando a Samuel Schkolnik, un meritócrata

EXTRAÑANDO A “LITO”. Schkolnik era dueño de una prosa certera y clara. EXTRAÑANDO A “LITO”. Schkolnik era dueño de una prosa certera y clara.
27 Septiembre 2020

Por Ricardo Grau

PARA LA GACETA - TUCUMÁN

Motivado por los ataques recientes a la idea de meritocracia me propuse revisitar a Samuel Schkolnik para descubrir, con vértigo, que han pasado 10 años desde su muerte. Y haciendo números, casi 50 desde la primera vez que recuerdo haberlo visto.

Fue en el living de mi casa de El Corte, donde discutían con mis padres, su esposa, Clarita, y otros colegas sobre el contenido de la revista Ensayos y Estudios, que ellos editaban. Tendría yo unos seis o siete años; me quedaron algunas impresiones: el olor a cigarrillo, los tonos graves y amistosos, mi perplejidad porque Schkolnik, aun siendo calvo, tenía un nombre infantil (Lito), y su mujer, de piel blanquísima, un nombre coherente con esa cualidad. Y sobre todo, la intuición pueril de que en esas charlas se hablaba cosas importantes.

La última vez fue en el 2009 en una cola del banco. Yo estaba organizado una serie de conferencias para homenajear el aniversario del nacimiento de Darwin en la Facultad de Ciencias Naturales y él hojeaba un libro sobre filosofía darwiniana. Esa coincidencia propició un intercambio en el que prometí (e incumplí) llamarlo para organizar juntos un seminario; cuando intenté finalmente contactarlo ya él estaba terminalmente enfermo.

En los casi 40 años que median esos dos episodios, nos habremos visto cuatro o cinco veces. En una ocasión, sostuvimos una breve “polémica” en LA GACETA Literaria. Y fue mayormente en esas páginas donde sentí que su prosa certera y bellísima corroboraba aquella intuición temprana. Lo “importante” a que hago referencia, supongo, radica en la universalidad de los textos, que aunque trataran temas “de actualidad” parecían atemporales. Joyas literarias y filosóficas como “Elogio de la bicicleta”, “Tiempo recuperado”, “Raíces de la dignidad”, “Del humor” o “De la diversidad de gentes”, tienen ese raro mérito (si se me perdona el término) de dejarnos como flotando, ingrávidos de tiempo y espacio.

En la revisita que me propuse encontré dos párrafos que grafican esa cualidad en referencia al problema de la meritocracia y su vínculo con la persistencia de la pobreza y el destino las universidades. Los transcribo.

“El problema de la pobreza en la Argentina es más moral que cognoscitivo. Para definirlo yo me valdría de una categoría que más bien parece pertenecer al orden de la política, y que es el populismo. Porque el populismo consiste en suponer que la vida trae consigo un regalo con el que uno se ha beneficiado o debería haberse beneficiado, y que tiene derecho a protestar en caso de no recibir ese beneficio…El populismo distribuye no solamente riqueza, sino derechos, abstracción hecha de los deberes que les son concomitantes. (…) A medida que avanzó esto, se debilitó la meritocracia, el ascenso por el esfuerzo personal e intelectual. Toda una cultura que fue muy importante y valiosa para el país, hacia mediados del siglo XX, empezó a decaer”.

“… Además de ser un insumo que provee de energía a esas corporaciones, la envidia es una materia con que ellas labran su configuración. Y lo hacen de la siguiente manera: siendo en todas partes mayoría los envidiosos y minoría los envidiados, la fuerza del número permite compensar la superioridad de los menos y librar a los más del sentimiento harto incómodo de su inferioridad. Con ese fin, los envidiosos obran para imponer las reglas del juego que tornan irrelevantes las diferencias de talento y consagran las de la mera laboriosidad…quedan neutralizadas las mejores cualidades de las personas, las que dejan así de ser envidiables. Los escalafones, reglamentos y estatutos a los que esos cuerpos deben su solidez institucional, resultan entonces de una conjura de los envidiosos”.

Como esa luz que nos llega de estrellas distantes ya extintas, in absentia, la voz de Lito Schkolnik sigue iluminando.

© LA GACETA

Ricardo Grau - Director del Instituto de Ecología Regional (UNT-Conicet).

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